Hoy empezaré refiriéndome a una anécdota personal que sucedió hace unos treinta y cinco años. Asistía yo a una reunión con varios miembros del consejo de administración de determinada empresa, que por aquel entonces estaba bajo mi responsabilidad comercial como cliente de la compañía en la que yo trabajaba. Me acompañaba mi director inmediato, porque se trataba del último acto de un largo proceso de negociación entre proveedor y cliente, en el que esperábamos el visto bueno para la firma definitiva de un contrato de mucha entidad. El terreno estaba allanado y así se lo había yo comunicado a mi jefe. Sólo faltaba un pequeño empujón o, dicho de manera coloquial, poner la guinda.
Cuando estábamos acabando, el presidente de la entidad nos propuso que consideráramos la posibilidad de aplicarles un determinado descuento, petición absolutamente razonable, pero que de ser atendida vulneraría nuestras estrictas prácticas comerciales, en las que los tratos discriminatorios a los clientes estaban absolutamente prohibidos. Yo empecé a maquinar una respuesta que basada en mi experiencia comercial nos permitiera salir del escollo, pero mi director se anticipó y soltó una lapidaria sentencia: nuestra ética profesional no nos lo permite. Me quedé perplejo, porque entendí que aquel inoportuno alarde de moralidad podía herir la susceptibilidad de mi cliente, como así fue. La reunión concluyó en ese preciso instante, sin que cupieran palabras para resolver la situación.
Cómo acabó la firma de aquel contrato es lo de menos, aunque puedo recordar que no con el resultado que a mí me hubiera gustado. Pero no es de esto de lo que quiero hablar hoy, sino del uso arbitrario de determinadas expresiones grandilocuentes, concretamente de la palabra ética, un vocablo que yo desde entonces procuro evitar y que me pone en estado de alarma cuando lo oigo pronunciar. Porque la ética -cito textualmente de un ensayo que acabo de leer -“surge en la interioridad de una persona, como resultado de su propia reflexión y de su propia elección”. Lo que, a todas luces, le da un sesgo de subjetividad. Dicho de otra forma, existe mi ética, la tuya y la de aquel.
Sucede además que se confunde la ética con la moral. La moral es un conjunto de normas que nacen en el seno de una sociedad y como tal ejerce influencia muy poderosa en la conducta de cada uno de sus integrantes. No existe por tanto una moral universal, sino la del grupo corespondiente. Sin embargo, la ética, según una de las acepciones de la Academia, es una disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano. Queda claro por tanto que ni hay una sola moral ni una sola manera de estudiar el bien y el mal.
De ahí el peligro de utilizar la palabra ética al tuntún. Si no se tiene el suficiente cuidado, se puede estar cayendo en el error de acusar a alguien de falta de ética, cuando en realidad no existe un baremo universal para medir el bien o el mal. Con esas acusaciones, en realidad lo que se expresa es la disconformidad del acusador con las palabras o los hechos del acusado, para lo cual no hay necesidad de recurrir a la ética, palabra muy sonora, pero que no encaja en las discrepancias de pareceres. No es lo mismo decir no estoy de acuerdo contigo, que decir eso es poco ético.
De la misma forma que, según la Biblia, en las tablas de Moisés figuraba el mandato de no mencionar en vano el nombre de Dios, yo aconsejaría no mencionar en ningún caso la palabra ética, sobre todo cuando no se está seguro de lo que se dice, porque se puede convertir en un arma arrojadiza muy peligrosa.
Efectivamente cada individuo tiene su propio concepto de la ética, pero tan cierto como eso, es que hay una llamémosle "zona común", compartida por la inmensa parte de los humanos. Por eso hay cátedras y libros de Ética - con mayúscula - que estudian esa parte común de la ética de los individuos. Estoy de acuerdo en que hay que ser cuidadoso en emplear el "argumento de la Ética" porque a veces estamos refiriéndonos, no a la Ética, sino a nuestra propia ética, que no tiene por qué ser compartida por otros.
ResponderEliminarAlfredo, veo que una vez más coincidimos en conceptos difíciles de explicar. En cuanto a la "ética no compartida por todos", es a lo que yo llamo diferencia de opiniones, algo que nada tiene que ver con la moral y por tanto con la ética.
EliminarYo creo que la ética es lo que hace que una agrupación funcione de acuerdo con unos principios y sus miembros se encuentren motivados en un proyecto común. Cuando esos principios fallan los miembros se desmotivan. Por poner un ejemplo de desmotivación y pesimismo actual respecto a códigos deontológicos y éticos se me ocurren los de los nombramientos que se barajan para el Tribunal Constitucional, lo cual dará seguramente para otro tema.
ResponderEliminarGracias Fernando. A veces hay que elegir entre dos opciones. En este caso o renovar o colar a personas de dudoso compartamiento, o Málaga o Malagón. Taparse la nariz quizá haya sido una solución, aunque no nos guste.
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