15 de enero de 2022

Mis cuadernos de bitácora

Nunca he sido “coleccionista” de trastos viejos, porque desde joven he procurado desprenderme de lo antiguo cada vez que algo nuevo entraba en casa. Guardar por guardar me ha parecido siempre una manera de ocupar espacio útil, y sobre todo escaso, cuando no existe ninguna necesidad. Lo viejo a la basura -o mejor a un punto limpio- y lo nuevo a un cajón, a un armario o a una estantería. Sin embargo, en mi caso hay una excepción, la de los que yo llamo cariñosamente “cuadernos de bitácora”, que no son otra cosa que blocs de espiral, de tamaño folio, con las páginas cuadriculadas y un margen azul a la izquierda, en los que día a día voy anotando, en orden secuencial y a medida que vaya surgiendo la necesidad, todo aquello que merezca mi atención. Dependiendo de la anotación que haga, añado la fecha, lo que significa que, si consulto las notas al cabo de un tiempo, constituyen una especie de diario de mi actividad. En estos cuadernos figuran citas literarias que no quiero olvidar, recordatorios de asuntos pendientes, anotaciones tomadas al vuelo de una conversación telefónica, cuentas improvisadas de carácter doméstico, croquis de viajes proyectados, esquemas de reformas caseras, todo mezclado sin orden ni concierto. No se trata de agendas convencionales, aunque en algunos aspectos me sirvan como tales. Son sólo breves, telegráficas y en cierto modo crípticas anotaciones.

Tampoco son “cuadernos de campo”, que también uso, aunque éstos más pequeños -tamaño octavilla- porque su destino es acompañarme fuera de casa, sobre todo durante los viajes. Los grandes, los “de bitácora”, no se mueven de mi mesa de trabajo y constituyen una especie de extensión de mi memoria. Hubo un momento, hace ya muchos años, que decidí prescindir de las notas sueltas, de los “post it” o de cualquier otro método parecido, y utilizar un cuaderno abierto junto a mí, en el que pudiera escribir todo aquello de lo que decidiera dejar constancia en el momento, sin correr el riesgo de que se traspapelara a continuación. Me acostumbré a esta rutina, a una técnica de conservación de la información que se basa siempre en dos pilares, lo escrito y la memoria. Sin lo segundo lo primero no serviría de nada; de la misma manera que lo retenido por la memoria, sin un soporte donde consultar, suele ser efímero.

De manera que los años fueron pasando, los cuadernos acumulándose, porque mi ingenuidad quizá me llevara a la idea de que lo que allí estaba escrito constituía una especie de autobiografía, de manera que, quién sabe, quizá algún día pudiera servirme de fuente para algún trabajo literario. No me daba cuenta de que los soportes escritos taquigráficamente no tienen más validez que la que les otorga la memoria, de tal forma que al cabo de un tiempo sólo son garabatos sin sentido, apenas capaces de encender pequeñas lucecitas en el fondo de los recuerdos.

Después de haber reunido unos treintaitantos cuadernos a lo largo de los últimos treintaitantos años, he decidido "hacer limpieza". Lo que sucede es que antes de desprenderme de ellos no he podido sustraerme a la tentación de revisarlos uno a uno, página por página, línea por línea, porque me quedaba la duda de si todavía algo de lo allí escrito pudiera serme útil. Vano intento por mi parte, porque lo único que he conseguido ha sido constatar que el tiempo borra la vigencia de todo, convierte el pasado en completamente inexistente. Nombres propios que ya nada me dicen, tareas pendientes que vistas ahora parecen fuera de lugar, dibujos improvisados de proyectos que nunca llevé adelante, citas de las que jamás saqué provecho o, si lo saqué, no me acuerdo.

Quizá haya sido ésta una buena lección, la de comprobar que el pasado ya no existe, y, si quedara algo, habría que buscarlo en el presente, no en los garabatos de un cuaderno. Somos lo que hayamos hecho a lo largo de los años, no lo que hayamos escrito que hicimos o queríamos hacer. No obstante, a mí escribir en estos cuadernos de bitácora siempre me ha ayudado, y sigue ayudándome, a no perderme en los laberintos de la vida, que cada día que pasa me parecen más complicados.

2 comentarios:

  1. Entre la multitud de morralla que leo en facebook, a veces encuentro artículos interesantes que, como tienen que ver con el tema que aquí tratas, lo copio y lo pego (espero que no vaya a resultar demasiado largo mi comentario):

    "Éste, es un tema delicado e importante. ¿Es posible reescribir la historia de tu vida? Definitivamente, Sí. Pero para reescribirla, primero debes escribirla.
    "Pon atención a esto, el pasado como una dimensión temporal, NO EXISTE. Un combustible quemado ya no existe, sólo queda el humo. Así, la dimensión temporal "pasado", dejó de existir como tal, y sólo quedan los recuerdos. Si cambias los recuerdos, "cambias tu pasado" y reescribes tu historia.
    ¿Cómo se logra? Debes escribir la historia de tu vida, como si fuese la de otra persona, a quien conociste de lejos. Debes hacerte el propósito de terminar la novela de tu vida, como terminan todas, con un final feliz. Pero aquí es donde está el truco. Cuando escribes lo que pasó en tu vida, llegas al punto que alcanzaste el momento que estás viviendo; entonces, tú sigues la novela proyectada para el futuro, de forma coherente con lo que viviste en el pasado. Llegarás al punto en que tendrás que hacer algunos ajustes a tu pasado, para que encaje con tu futuro, y cuando termines la novela, te habrás dado cuenta que lo que pasó en tu vida lleva una secuencia hacia un futuro, y cuando tú cambias y modelas el futuro, deberás modelar tu pasado y cuando encajes todo, lo habrás logrado. Si tuviste experiencias dolorosas, entenderás que éstas te hicieron lo que eres, y te llevan a donde vas."
    Interesante ¿no?
    No sé si esos apuntes taquigráficos que has conservado a lo largo de tu vida te servirán o no, Luis, mas creo que siempre, como apoyo para un guión autobiográfico, pueden resultarte de utilidad y deleitarnos con unas futuras memorias noveladas.

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    1. Gracias Fernando por tu extenso comentario. Como no entra dentro de mis planes escribir mi autobiografía, esos cuadernos están destinados a la basura. He leído algunas autobiografías -no muchas- y siempre me han parecido un tanto narcisistas. Por lo general nadie cuenta la realidad de su vida, sino sólo la parte que le gusta. Lo feo, los sinsabores y los fracasos se los calla, cuando son precisamente los que modelan la personalidad de cada uno.

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