Es curioso observar como los
paradigmas van cambiando con el tiempo, quiero decir, por si no ha quedado
claro, con la edad. Durante muchos años, en mis planes no podían faltar uno o dos viajes
al extranjero al año, hasta donde el presupuesto diera de sí. Confieso que llegué a
convertirme en un coleccionista de destinos turísticos, de manera que procuraba
no repetir ni modalidad de viaje ni país que visitar. En el fondo, aunque estos
recorridos adolezcan de cierta superficialidad, porque el tiempo de duración
suele ser corto, lo que me guiaba era la extensión geográfica, ya que parece evidente que cuanta mayor sea la variedad de lo que se visita mayor
será el conocimiento que se tenga del mundo. Porque viajar es aprender sobre el terreno.
Sin embargo, ahora me da pereza enfrentarme a largos desplazamientos, a las interminables colas de los aeropuertos, a los madrugones, a las visitas modalidad “rebaño”, que, dicho sea de paso, suelen ser las de mayor rendimiento. Sólo en grupo, con guía y a toda prisa se pueden conocer muchas cosas en poco tiempo. Lo que sucede es que los años causan estragos, y lo que hasta hace poco soportaba con estoicismo en beneficio de la pequeña aventura, hoy se me hace muy cuesta arriba. Sin embargo, como hay tantos rincones de España o de sus inmediatos alrededores -Portugal y Francia- a los que puedo llegar en mi coche -tomándome, eso sí, las cosas con calma-, he iniciado una nueva etapa, a la que denomino de las comarcas para distinguirla de la de los países. Y en esas estoy ahora.
El año pasado, forzando un poco la máquina, llegué a visitar con cierto detenimiento hasta siete comarcas españolas. Algunas de ellas eran completamente nuevas para mí, y otras, aunque ya había estado en alguna ocasión, las conocía muy superficialmente. Estos viajes, en los que fijo la residencia en algún hotel -me encantan los Paradores de España- situado en un punto estratégico, para ir visitando desde ellos de manera radial la zona en sucesivas excursiones, que para mí suelen empezar a las diez de la mañana y acabar a las siete de la tarde.
Pues en esas ando ahora, en organizar un viaje “invernal”, no me refiero a las estaciones de esquí -Dios me libre-, sino a la época. Porque para eso España es tan grande, para que se pueda ir en invierno a climas templados sin salir de sus fronteras y en verano a lugares poco calurosos. Quinientos mil kilómetros cuadrados de extensión dan mucho juego.
Ya veremos si seré capaz después de traer a este blog alguna pequeña reseña de esas excursiones, para compartir mis experiencias con mis amigos; porque, aunque ganas no me faltan, pereza me sobra a raudales. Los años no sólo modifican las preferencias del viajero, sino que además le quitan vigor al intelecto. Aunque intentarlo, que quede claro mi compromiso, lo intentaré.
A unos mas y a otros menos, a todos nos sobra a raudales la pereza y es normal que no tú te libres de ello, pero respecto a la pérdida de vigor del intelecto, no creo que tengas problemas, Luis.
ResponderEliminarBuena idea la de viajar por España en coche.
Alfredo, gracias por tu amabloe comentario. Dicen que las neuronas se van perdiendo poco a poco, de manera que estadísticamente todo me hace pensar que del deterioro intelectual no me libro.
EliminarCreo que lo que se pierde con la madurez es pasión, pero se gana en sosiego.
ResponderEliminarFernando, pasión por viajar de momento no me falta. Pero, como tú dices, con sosiego. Como algunos dicen ahora, chino chano. "Piano, piano, si arriba lontano".
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