Puede ser que haya infinidad de formas de ejercer el populismo, razón por la cual no sea fácil meter a todas ellas bajo una sola descripción. Sin embargo, creo que todos tenemos claro lo que queremos decir cuando pronunciamos esta palabra. Los líderes populistas, además de utilizar con frecuencia el “yo y vosotros”, suelen ser demagogos, utópicos y tremendistas. Demagogos, por basar sus opiniones en conceptos que conmueven con facilidad los sentimientos de sus seguidores; utópicos, por marcarse objetivos inalcanzables; tremendistas, por acudir sin rubor a la exageración, a la hipérbole y a la desmesura.
En política se pueden distinguir dos clases de populismos, el de izquierdas y el de derechas. De manera que las características anteriores responderán en cada caso a los perfiles de esas tendencias. La demagogia de la izquierda pedirá repartos inmediatos de la riqueza entre todos; la de la derecha la uniformidad de pensamientos alrededor de conceptos tales como religión, patria y familia. La utopía de los primeros pretenderá acabar de un plumazo con las desigualdades sociales; la de los segundos blindar las fronteras para que aquí no entre ningún indeseable. El tremendismo, a su vez, tendrá dos caras, una la de los que asaltarían las haciendas de los ricos para repartir su patrimonio entre todos; la otra, la de los que se envuelven en banderas y entonan cánticos con recuerdos de heroicidades.
Pero, siendo lo anterior componentes del populismo, no son todo lo que significa esta palabra. El populismo siempre tiene prisas. Nunca atempera sus ánimos, porque tan convencido está de la certeza de sus objetivos que no quiere perder un instante en divagaciones, para ellos inútiles. Además, los adversarios no son tales, sino enemigos a los que hay que derrotar en vez de convencer. Los populistas rehuyen el debate porque prefieren el enfrentamiento directo. No les gustan las palabras sino la acción.
El populismo no tiene dirigentes, tiene caudillos, personas que están siempre en posesión de la verdad, a los que no hay que discutir ni mucho menos desobedecer. Primero el líder, después los demás. Fe ciega en sus decisiones, adoración a su figura y respeto reverencial a su jerarquía. Los populistas sin sus jefes no son nadie, se quedan en la más absoluta de las oscuridades.
Llegado aquí, y una vez revisado lo que he escrito, me pregunto si en vez de estar refiriéndome a los populismos no estaré hablando de los extremismos. De izquierda y de derechas, por supuesto, porque sabido es que los extremos se tocan, coinciden en casi todo. No digo en sus objetivos, sino en sus métodos y en sus procedimientos, en sus liturgias y en su lenguaje.
En cualquier caso, los extremistas son populistas y los populistas son extremistas. Pero, aun así, sigo sin saber cómo definir el populismo.
Patra mí el más populista de todos los partidos políticos es el PP: sólo tienes que ver su nombre: Partido "Popular", jaja. Demagogia pura.
ResponderEliminarFernando, bromas aparte, el PP actual ha decidido apoyar su estrategia en falsedades, alarmismo y conjeturas, lo que, sin duda, le confiere un cierto grado de demagogia y de tremendismo.
EliminarEspero que rectifiquen el rumbo y vuelvan a la senda de la cordura política. Si no, acabarán en manos de Vox para siempre. Se habrá acabado entonces aquello de la derecha civilizada, que tanta falta hace como contrapunto a las tentaciones extremistas de ciertas izquierdas.