1 de septiembre de 2023

El piquito de la discordia


¡Qué país, que paisaje, que paisanaje! Quizá sea esta frase de Unamuno la que mejor refleje la estupefacción que producen ciertos comportamientos sociales, la más certera para describir hasta qué punto las torpezas humanas unidas a la sinrazón pueden llegar a sorprender a las gentes bien intencionadas. Lo que ha sucedido con las zafias actitudes de Luis Rubiales, el presidente de la RFEF, produce no sólo asombro, también indignación.

No voy a entrar en los detalles de lo sucedido, porque de todos son bien conocidos. Cuando yo vi las imágenes del piquito y de la grosería “genitogestual” me quedé sorprendido. Creo que mi subconsciente intentó justificar los alardes machistas apoyándose en la exaltación del momento, pero rápidamente las defensas neuronales intervinieron para que mis entendederas condenaran desde el principio la barbaridad. Sin embargo, como soy proclive a la benignidad, supongo que hubiera perdonado todo aquel bochornoso espectáculo si no fuera porque después vi la intervención del señor Rubiales ante la asamblea de la federación de futbol. Su vulgar chulería resultó demoledora.

Si el presidente de la federación de futbol hubiera dimitido, es muy posible que mi juicio fuera otro. No hubiera disculpado ni su machismo ni su mala educación, pero sí hubiera intentado justificar el impresentable comportamiento en las circunstancias del momento. Pero en vez de reconocer su culpa, intentó cargarla en la joven futbolista, utilizando la conocida táctica de que la mejor defensa es un ataque.

Los aplausos de la concurrencia ante los exabruptos de su presidente resultaron patéticos, porque no sólo demostraban que están en manos del todopoderoso presidente, sino también que son unos cobardes. El conjunto de aquellos asistentes representó con su actitud una de las imágenes más bochornosas que he visto en los últimos tiempos, caras desencajadas por el miedo, aplausos timoratos, puestas en pie forzadas. Miedo, miedo y miedo, porque las dependencias económicas y las lealtades compradas componen una de las figuras más desalentadoras que se pueden contemplar en cualquier acto social.

Después, ya fuera del escenario, vinieron las condenas, porque cuando los ídolos se tambalean los adoradores huyen, no vaya a ser que se les caigan encima. Aunque creo que llegan tarde porque las hemerotecas ya se encargarán de recordarnos a todos la cobardía de su actitud y el respaldo que con ella dieron a la intolerable actitud del jefe.

Supongo que el entramado legal que rodea este caso no debe de ser nada fácil de desentrañar, estatutos pensados para proteger a los altos cargos deportivos y comportamientos que navegan entre la desfachatez, el abuso de poder y el delito. Por eso no voy a entrar en ello, porque doctores tiene la iglesia. Pero sí diré que no sólo el señor Rubiales debe ser cesado, también que es preciso realizar una profunda reestructuración de las cúpulas que manejan en este momento las competiciones deportivas en España.

Por el bien del deporte, de los deportistas y de los aficionados.

 

4 comentarios:

  1. Pienso que el pico fue la gota que colmó el vaso. Seguramente La jugadora estaba hartísims de los abusos de su jefe.

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    1. Anónimo, estoy de acuerdo. En la selección femenina de futbol se respiraba muy mal ambiente, lo que hace pensar que las jugadoras no estaban a gusto. El machismo está enraizado en nuestra sociedad y desgraciadamente tardará mucho en desaparecer.

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  2. El Anónimo vuelvo a ser yo, Fernando.

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  3. no, yo quiero ser "Anonimo",

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