10 de marzo de 2024

¿Cuál de los personajes de tu novela soy yo?

En un interesante ensayo autobiográfico que estoy releyendo al cabo de más de veinte años de haberlo hecho por primera vez, su autor, el conocido escritor israelí Amos Oz, hace una serie de reflexiones sobre las fronteras que existen entre los escritores de novelas -los creadores-  y los argumentos de sus novelas -sus creaciones-, y entre estos últimos y quien los lee.

Sostiene el pensador israelí que hay lectores de novelas que al leer ponen el foco en la relación que existe entre el autor y el argumento, con la intención de descubrir detrás de cada línea y de cada palabra sus motivaciones, su implicación personal en la trama o el grado de autobiografía que pueda existir en los datos que va dejando en sus descripciones o en boca de sus personajes, olvidándose del contenido. Añade que esa manera de leer no es aconsejable y recomienda centrarse en la relación entre el argumento y la realidad de quien lee e interpreta. Es decir, olvidarse del autor y de sus motivaciones y pensar exclusivamente en el argumento y en uno mismo.

Como hace unos años pasé una época jugando a escritor de novelas -¡maravillosa e irrepetible experiencia!- creo entender el mensaje de Amos Oz. Lo importante en la ficción no es la procedencia sino el destino. Las novelas se escriben para crear realidades que no existían, para ser interpretadas por los que las leen, para calar en la sensibilidad del lector. No hay que buscar en ellas dobles sentidos, mensajes ocultos o hechos autobiográficos, no porque no existan, sino porque no es esa la intención del autor. De hecho, cualquier escritor se apoya al escribir en sus experiencias y vivencias, y muchas veces en personajes de carne y hueso que se mueven a su alrededor. Pero esa circunstancia es siempre un medio, nunca un fin.

En aquella época de novelista descubrí que efectivamente hay dos tipos de lectores, los que me preguntaban de dónde había sacado esto o aquello, quién estaba detrás de fulano o de mengana, a qué paraje me refería cuando contaba algún suceso. No les importaba ni la trama ni lo que les sucedía a los personajes, sino lo que pasaba por mi cabeza cuando escribía. Indagaban sobre mí y no sobre mis novelas. Pero también estaban los que me hablaban del argumento, alabando o criticando su contenido, y me explicaban su propia interpretación de las novelas. Les preocupaba la trama, las reacciones de los personajes, sus motivaciones y, como consecuencia, su interpretación. Que yo estuviera detrás de todo aquello era para ellos indiferente o, al menos, una circunstancia de menor importancia.

Supongo que es a eso a lo que se refiere Amos Oz cuando dice que el buen lector se debe mover entre el libro y él mismo y no entre el autor y el libro. Que no debe quedarse entre las fronteras de la creación y las de lo creado, sino moverse en el terreno de su propia interpretación. Porque hay tantos argumentos que respondan a un mismo título como lectores tenga el libro.

Llegado aquí, confesaré que no he empezado por segunda vez la lectura de Una historia de amor y oscuridad para sacar conclusiones de este tipo, sino para recordar los orígenes del enfrentamiento judeo-palestino, tan lamentablemente en boga desde hace un tiempo. Pero, cuando leo los mensajes de las grandes figuras de la literatura universal, me resulta imposible no detenerme en sus reflexiones, e incluso a veces, como hago ahora, traerlas a este blog. Quizá se trate de una "deformación profesional". ¡Qué le vamos a hacer!

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