Pero la realidad universal no es esa, sino otra muy
distinta. Las fronteras de la ética encierran un terreno muy amplio, porque
no se trata de una cuestión meramente binaria. Lo que para unos es
bueno, para otros puede ser malo o no tan bueno o no tan malo. No sólo me
refiero a la dispersión cultural a lo largo y ancho de la tierra, sino a
entornos reducidos en los que no todos tenemos por qué tener los mismos
criterios a la hora de juzgar los comportamientos.
Si esto es así desde un punto de vista filosófico, no lo es
menos cuando entramos en el peculiar terreno de la política. Desde hace un tiempo se
están oyendo rasgaduras de vestiduras en nombre de la ética que
encierran las decisiones políticas, como si existieran unos mandamientos de
obligado cumplimiento a la hora de tomar decisiones. Es verdad que suelen
proceder siempre de los adversarios, cuyos filtros de moral son tan tupidos con
el contrario como sus intereses lo sean. Ahora resulta que, dependiendo de con
quien negocies, se puede ser santo o pecador.
Todos sabemos que cuando en el ejercicio de la política se abandonan las
críticas sobre la gestión o sobre las decisiones que se toman y
se entra en juicios morales, es decir, cuando en vez de "hacer política" se "imparte doctrina moral", además de estar cayendo en la demagogia y en el
populismo, se pone de manifiesto que se carece de argumentos válidos. Hablar
de ética en política es como filosofar sobre el origen del universo o sobre
las enseñanzas de Darwin en mitad de una romería rociera. Lo primero no
encaja; con lo segundo uno puede salir malparado si se le
ocurre profundizar en la teoría de la evolución.
Dejemos las interpretaciones morales para los predicadores en sus púlpitos, y en política discutamos de
programas, de medidas y de propuesta de ley cuando analicemos las actuaciones, porque estas decisiones no se pueden juzgar como se juzgan los
comportamientos mundanos; si éstos admiten múltiples valoraciones, porque no
existen certezas morales, aquellos se salen totalmente de su jurisdicción.
No sé si queda claro lo que quiero decir. Menos moralina hipócrita y más rigor en la definición y ejecución de los programas políticos y en las críticas que se hagan. Menos ruido y muchas más nueces.
Luis, "Hablar de ética en política es como filosofar sobre el origen del universo o sobre las enseñanzas de Darwin en mitad de una romería rociera" es quizás la mejor frase que te he leído.
ResponderEliminarAngel
Ánge, ya sabes que a mí siempre me han gustado las hipérboles.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el artículo. Si acaso, para matizar, diría que, si nos atenemos a un lugar y un tiempo determinados, es posible encontrar una cierta parcela de la ética compartida por la generalidad. Por ejemplo en España y ahora, la gente cree que la mentira no es ética. Lo que pasa es que los políticos se fijan en las mentiras de los demás y soslayan las propias.
ResponderEliminarHasta la mentira podría ser ética, si la finalidad que persigue lo es. Lo digo en general, porque lo que hagan los políticos es harina de otro costal. Mienten cuando los suyos se lo permiten y cuando dicen la verdad es porque les interesa. Ahora bien, la pregunta que me hago es si son distintos que los ciudadanos de la sociedad a la que pertenecen.
EliminarAsi está luego uno: en a incertidumbre constante ¿habré hecho mal? ¿Habré dicho algo inconveniente? Uff, Vivir en sociedad es ciertamente complicado.
ResponderEliminarLa idea de pecado está muy arraigada en nuestras conciencias y a cada momento estamos pensando si seremos objeto de la cólera divina.
A mí me lo que me preocupa son las consecuencias de mis actos en los demás. La "cólera divina" no forma parte de mis preocupaciones, "gracias a Dios".
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