30 de agosto de 2024

Intereses y convicciones

 

No quisiera dar la sensación de que me propongo hacer un ejercicio de cinismo. Lo advierto de antemano porque las ideas que intentaré plasmar a continuación pudieran parecer propias o de Maquiavelo o de algún político desaprensivo, cuando mi intención es tan sólo dar explicación a determinados comportamientos en política multinacional que nos llaman la atención por incomprensibles. Me refiero a las fragrantes vulneraciones del derecho internacional, que o no merecen la debida atención de los gobiernos supuestamente democráticos o incluso las favorecen.

Vi el otro día por enésima vez la extraordinaria película “Missing”, aquella en la que un padre norteamericano busca desesperadamente a su hijo, desaparecido durante el golpe de estado de Pinochet, una valiente denuncia de la intervención del Departamento de Estado de USA en el derrocamiento del presidente Salvador Allende. El protagonista, un papel interpretado magistralmente por Jack Lemmon, va descubriendo poco a poco algo que nunca antes hubiera podido imaginar, que la diplomacia estadounidense, a pesar de las apariencias, no sólo pone trabas a sus pesquisas, sino que además sabía desde el principio que su hijo había sido ejecutado por los golpistas pocos días después de iniciarse la asonada.

En una escena final, el embajador norteamericano en Chile le dice al afligido padre, en quien reconoce a un buen ciudadano, con ideas nada sospechosas de izquierdismo beligerante, que por encima de los intereses personales está la salvaguardia de los valores de “nuestra forma de vivir”, un eufemismo para indicar que su obligación es la defensa de los intereses de EEUU, representados por las seis mil empresas de su país que operan allí. Pragmatismo puro y duro frente a idealismo. Intereses frente a convicciones.

En el inacabado e inacabable conflicto árabe-israelí, es muy difícil entender que el mundo occidental, encabezado por EEUU y secundado por la Unión Europea, no retire el apoyo a Israel, a pesar de las horripilantes cifras de muertos, heridos, desplazados y refugiados palestinos con las que nos desayunamos todos los días. Es difícil de entender si no se tiene en cuenta que el Estado de Israel es en realidad una cabeza de puente del llamado primer mundo en una zona inestable, inestabilidad que amenaza los intereses occidentales.

No escribo estos ejemplos para defender la dictadura de Pinochet ni la masacre de Gaza. Nunca estaré del lado de los golpistas de cualquier color ni tampoco podré disculpar la barbarie israelí contra los palestinos. Lo que digo es que para entender muchas de los inexplicables conflictos internacionales es preciso recurrir a un análisis de las causas. De otra forma nos quedaremos en la indignación, sin entender por qué se mueven como se mueven las piezas en el tablero.

Que quede claro, yo no renuncio a mis convicciones, lo que no me impide intentar entender cómo funciona el juego de los intereses de las partes en este complejo y polarizado mundo. Aunque las conclusiones del análisis me den náuseas.

23 de agosto de 2024

LGTBI plus

 

Para que no haya confusiones, empezaré diciendo que le tengo un respeto absoluto a las orientaciones sexuales de los demás. Jamás se me oirá decir una palabra pronunciada con la intención de herir la sensibilidad de una persona por razón de sus preferencias afectivas. Todo el mundo, en mi opinión, está en su perfecto derecho a vivir su sexualidad y sus afectos como le plazca, siempre que no haga daño a nadie. Pero es que, además, soy consciente de que, en el caso de los transexuales, su realidad personal suele esconder bastantes sufrimientos, por lo general desconocidos por la mayoría de la gente, dramas que los interesados procuran ocultar por razón de su índole.

Sin embargo, últimamente ha aparecido una nueva modalidad LGTBI, la de aquellos que, siendo varones y heterosexuales, dicen sentirse mujeres. En consecuencia, solicitan que a efectos administrativos se los considere como tales. No cambian de sexo, siguen con sus parejas femeninas si las tienen, visten como hombres, se dejan barba y no disimulan su masculinidad, ni en el habla ni en los gestos. En realidad continúan viviendo como antes, pero exigen que se les inscriba en el registro como mujeres.

A mí, lo diré con toda claridad, me parecen unos farsantes y unos impostores. Lo que pretenden es aprovecharse de determinadas circunstancias que dentro de sus entornos profesionales según ellos favorecen a las mujeres y continuar sus vidas como si nada hubiera cambiado. He conocido a través de la prensa algunos casos de militares que han solicitado que, después de haber ingresado en las Fuerzas Armadas como hombres, se los considere mujeres, convencidos de que su nuevo estatus les comportará ventajas. No sé hasta dónde habrán llegado en sus reivindicaciones, pero como vivimos tiempos de confusión no me extrañaría que hubieran tenido éxito.

A los primeros que perjudica esta nueva modalidad de falsa “orientación sexual” es a los verdaderos transexuales, porque la opinión pública propende a la confusión. Sin embargo, no se trata de lo mismo, porque mientras que los que se limitan a solicitar un “cambio administrativo” continúan viviendo como hombres, los verdaderos transexuales cambian de sexo, o física o mentalmente. En definitiva, viven de acuerdo con su nueva identidad. Sin embargo, una parte de la opinión pública mete a todos en la misma categoría, extendiendo a los verdaderos transexuales las críticas que hacen a los farsantes, perjudicando a aquéllos por agravio comparativo.

Soy consciente de que este tema es muy complejo y no se puede tratar con superficialidad. La humanidad en general ha vivido bajo la idea de que se es hombre o se es mujer y, como consecuencia, el comportamiento sexual debe corresponder a ese dualismo. Que la tolerancia hacia otras formas se vaya poco a poco abriendo camino es consecuencia de una larga lucha del colectivo afectado y de una paulatina aceptación social de la realidad. La lucha ha sido y sigue siendo contra el conservadurismo social, apoyado por determinadas religiones oficiales. La aceptación de la realidad procede de la imposición de la razón sobre los tabúes y fanatismos. Pero que ahora, al amparo de estos logros, unos cuantos caraduras se aprovechen de los avances hacia la tolerancia para arrimar el ascua a su sardina me parece un hecho denunciable. Por eso hoy lo traigo aquí, para decirlo alto y claro.

18 de agosto de 2024

Recuerdos olvidados 22. La oficina del capitán o el arte del escaqueo

Cuando hice la mili (1968) estaba estudiando el quinto y último curso de la carrera. El primer día de campamento formamos todos los recién incorporados, vestidos con ropa de paisano porque todavía no nos habían entregado los uniformes, frente a nuestro capitán, atendiendo con lentitud y torpeza las órdenes que nos gritaban los auxiliares, soldados veteranos que se las daban de sargentos de hierro. Después de unas palabras breves y circunspectas, no exentas de energía castrense, preguntó si había algún universitario entre los cerca de doscientos reclutas que componíamos su compañía. Levanté la mano y me ordenó desde la distancia que me presentara a primera hora de la mañana del día siguiente en la "oficina" de la compañía para hablar con él. El cabo primero García te dirá dónde, añadió.

Como me habían advertido de que en la mili lo mejor que podía hacer uno era no destacar -el que pregunta se queda de cuadra, advierte un dicho militar-, al principio me arrepentí de haberme dado a conocer. Sin embargo, enseguida llegué a la conclusión de que si jugaba bien mis cartas quizá aquella fuera una buena ocasión para mostrar a mi capitán alguna de mis credenciales, sobre todo las que suponía que pudieran favorecerme.

Nada más oír el toque de diana, pregunté por el tal cabo primero García. Un auxiliar me llevó a una habitación amueblada a modo de oficina, un par de mesas, unas cuantas sillas y algún que otro archivador. Entré, pero allí no había nadie. Esperé de pie, husmeé con discreción y enseguida concluí que me encontraba en lo que seguramente fuera el despacho del capitán o, mejor dicho, la dependencia administrativa de nuestra compañía. Oí unas voces por el pasillo y a continuación entró el capitán, seguido de un cabo primero, éste con una carpeta azul bajo el brazo, muy serio y circunspecto. Los cabos primeros en aquella época suplían a los suboficiales con frecuencia, porque éstos escaseaban.

El capitán Medrano, al que recuerdo amable, campechano y en cierto modo cercano a sus subordinados, nada más verme empezó un largo interrogatorio, interesándose primero por la razón por la que no había hecho Milicias Universitarias, la modalidad del servicio militar obligatorio que solían escoger los estudiantes. Le contesté que como era hijo de militar tenía el privilegio de elegir destino, por lo que, si me acogía a ello, hacer la mili "normal" resultaría más compatible con mis estudios. 

Después de mis respuestas a sus preguntas, además de empezar a llamarme a partir de entonces "agrónomo", me concedió la canonjía campamental que suponía destinarme a su oficina como auxiliar del cabo primero García, su mano derecha a efectos administrativos y con el que llegué a tener un cierto grado de confianza. Me rebajaron de los ejercicios de gimnasia –no hay tiempo para todo-, aunque no de la instrucción, algo que agradecí porque al fin y al cabo significaba unos momentos de ejercicio al aire libre y de entretenimiento.

Creo que fue en aquel momento cuando empecé a desarrollar el arte del escaqueo, una asignatura que conviene tener bien aprendida en la vida, no digo para escurrir el bulto en lo trascedente, sino para librarse de todo aquello que a uno le resulte innecesario. El servicio militar para mí en aquel momento suponía un engorro, porque significaba retrasar, o al menos dificultar, la obtención de mi título universitario. Sin embargo, como creo haber confesado en más de una ocasión, mantengo unos buenos recuerdos de aquella etapa de mi vida, porque en cualquier situación se aprenden cosas nuevas.

Lo cuento hoy aquí porque tengo la sensación de que supe en aquel momento jugar bien mis cartas sin necesidad de hacer trampas. Aquellos tres meses de campamento hasta jurar bandera pasaron sin pena ni gloria. Estaba haciendo la mili como cualquier españolito, pero de una manera mucho más cómoda de lo que hubiera podido imaginarme. Después vendrían otras etapas del servicio militar, pero de éstas quizá cuente algo en alguna otra ocasión.

14 de agosto de 2024

Ochocientos artículos

 

Cada cierto tiempo -la última vez fue el 8 de junio de 2023 con un artículo que se titulaba "Siete veces cien"- me asomo a este blog para explicar que he alcanzado una nueva cifra centenaria en el número de artículos publicados, hoy la de ochocientos. 

La verdad es que no sé muy bien por qué celebro los centenarios, aunque no debería descartar que en el fondo haya una pizca de vanidad. En realidad de lo que habría que presumir si se pudiera es de calidad y no de cantidad, pero de eso no me atrevo. Ya lo dicen por ahí, aunque siempre con la boca chica, el tamaño no importa.

Lo cierto es que si celebro estos centenarios es para darme ánimos y no flaquear en el empeño de seguir adelante. Tentaciones de abandonar tengo muchas, porque detrás de cada una de las ocurrencias que aparecen en el blog hay un buen número de horas dedicadas, unas frente al ordenador poniendo orden a las palabras, otras reflexionando sobre el fondo y la forma y no pocas intentando contestar adecuadamente a los comentarios, tanto a los registrados en el blog como a los “off the record”, alguno de estos últimos muy incisivos con algunas de mis ideas. En cualquier caso, aprovecho para decir una vez más que agradezco tanto los benevolentes como los críticos. 

Pero de momento sigo disfrutando con lo que hago, de manera que, aunque sólo sea por egoísmo, no tiro la toalla. Escribir lo que pienso sigue siendo para mí una de las mejores cosas que puedo hacer y, por tanto, cometería un gran error si abandonara, porque perdería una de mis grandes ilusiones. Dejaría además que las inquietudes que me asaltan se pudrieran en mi interior, y ya se sabe que es preciso sanear las heridas del alma para que no se infecten. Para ello, qué mejor que la letra impresa. 

Temas no me faltan, porque el vertiginoso carrusel de la vida nos pone muchos ante los ojos todos los días. Y, si se está atento, cada uno de ellos se convierte en una fuente de inspiración. Puede ser, no lo niego, que lo que para mí es importante para otros no lo sea. Pero cuando escribo, aunque nunca olvido que alguien lo puede leer, lo hago desde mi yo, y ese yo es intransferible.

Tampoco eludo las polémicas, porque expresar ideas de cualquier tipo supone contrastarlas con las de otros y no todos afortunadamente pensamos igual. Hay quien me aconseja que no entre en temas políticos, pero es que resulta que todo, absolutamente todo lo que sucede en la sociedad es política, porque todo es opinable y la política no es otra cosa que el contraste de opiniones. Por tanto, si tengo opiniones y las expongo, entro de lleno en el terreno de la política.

No sé hasta donde llegaré, depende de tantas circunstancias que vaya usted a saber. De lo único que ahora puedo estar seguro es que de momento continúo.

10 de agosto de 2024

Mejor imposible o ladran luego cabalgan

 

La reacción de los partidos de la derecha y ultraderecha de nuestro país, tras la jornada de la sesión de investidura de Salvador Illa, constituye una palpable muestra de que las cosas no han podido irle mejor al gobierno de la nación. En vez de enjuiciar el resultado de la votación que ha convertido al exministro de Sanidad en presidente de la “Generalitat”, han cargado las tintas contra la rocambolesca aparición y posterior fuga de Puigdemont, por supuesto acusando a Pedro Sánchez de la huida, hacedor según ellos de todos los males que nos afligen.

Yo, que suelo asistir desde mi butaca a todos los actos de carácter político con trascendencia nacional que transmitan los medios de comunicación, no me perdí ni un solo detalle de lo sucedido ese día. Vi la esperpéntica aparición del exmandatario catalán en el improvisado escenario que le habían preparado los suyos, sus breves palabras acompañadas de puñetazos en el aire a lo Milei, a su abogado gritándole desde bambalinas “vámonos, vámonos…” y su desaparición al puro estilo escapista. Una patética representación protagonizada por un inseguro y asustado Puigdemont. Patética y además ridícula, por no decir infantil.

En aquel momento deseé que no se le detuviera, porque eso es lo que querían los que pretendían cargarse la investidura de Salvador Illa. Doy por supuesto que los mandos del operativo policial contuvieran a sus subordinados para impedir que las porras, las carreras y la violencia volvieran una vez más a enturbiar las imágenes que iban a dar la vuelta al mundo, como sucedió aquel fatídico octubre de 2017. Si huye que huya, pero ante todo tranquilidad, una decisión sensata y cargada de sentido de la responsabilidad.

Como consecuencia, la jornada parlamentaria se desarrolló con la máxima normalidad democrática. Los políticos catalanes expresaron con total y absoluta libertad lo que sus convicciones les sugerían y la votación final arrojó una victoria del candidato por la mínima, porque en contra votaron todos los grupos separatistas de derechas y de izquierdas, salvo ERC, sumando sus noes a los del PP y a los de Vox. Todos juntos se opusieron y ellos solos fracasaron.

Naturalmente, la señora Gamarra y otros preclaros representantes de la derecha parlamentaria española cargaron contra el presidente Sánchez, porque hablar del éxito de la maniobra diseñada por la Moncloa no les interesaba. Como tampoco mencionar la profunda ruptura del frente separatista que ha campado por sus respetos desde que la dejadez, primero, y la torpeza, después, del gobierno de Rajoy uniera como una piña a ERC y a Junts. Hablar de esto no les interesaba ni les interesa, porque supone aceptar que las políticas de acercamiento a la realidad catalana están teniendo éxito.

Sí, mejor que no le detuvieran en ese momento, porque así el país sigue en calma, y tiempo habrá para poner los puntos sobre la íes. Mientras tanto, ahí quedan la cobardía y el ridículo de un patético personaje que todavía no ha aceptado su absoluto y total fracaso político. Y la rabia indisimulada de los que deseaban la derrota del tándem Sánchez-Illa, aun a costa de que la repetición de elecciones favoreciera a Puigdemont. 

8 de agosto de 2024

La tercera vía: el Estado Federal

 

Si hay un asunto en España que levante ampollas es el de la estructura territorial del Estado y la relación entre sus partes. Las levanta en los dos lados, en el de los que defienden la unidad de la nación, sin aceptar la variedad de sus culturas y antecedentes históricos, y en el de los que persiguen la independencia de su territorio, sin tener en cuenta que llevamos cinco siglos constituyendo un solo país. Por cierto, no me refiero exclusivamente a los círculos políticos, sino también a la ciudadanía en general. Las discusiones sobre este tema suelen convertirse en debates en los que no se admiten posiciones intermedias ni argumentos conciliadores. La inmensa mayoría de los pronunciamientos tiende hacia cualquiera de los dos extremos y permanece inamovible en ellos.

Creo que se trata de un inmenso error colectivo. Para los centralistas a ultranza, porque al negar la existencia de razones que fomentan los movimientos centrífugos, no sólo no hacen absolutamente nada para corregirlos, sino que además los exacerban. Para los separatistas irredentos, porque al intentar romper unilateralmente los lazos de la realidad política española frenan los avances hacia el autogobierno y  provocan la reacción centralista. Nadie gana, todos pierden.

Los políticos, conocedores de esta realidad social, navegan al ritmo que le marcan sus caladeros de votos. Es decir, no sólo son los líderes los que van impartiendo doctrinas centralistas o separatistas, sino que los ciudadanos los llevan en uno u otro sentido. Los partidos políticos, en vez de hacer pedagogía e intentar conciliar posiciones, se adaptan a lo que le pidan sus votantes, porque al fin y al cabo son los que les dan de comer.

Muy pocos dirigentes políticos reconocen este diabólico movimiento de placas tectónicas, que cuando están en equilibrio inestable dan un respiro, pero cuando se ponen en marcha amenazan con destruir la convivencia. La mayoría de ellos, aunque conozca perfectamente la profundidad de la quiebra, en vez de tomar medidas para evitar el choque prefiere mirar para otro lado. Incluso algunos se aprovechan de esta dicotomía para hacer electoralismo, tanto en el bando de los centralistas como en el de los separatistas.

Por eso yo aplaudo cualquier iniciativa política encaminada a poner sobre la mesa esta realidad social, analizarla en profundidad y buscar soluciones pactadas, que, como en cualquier disyuntiva social, nunca satisfarán del todo a las dos partes. Estoy convencido de que, sin vulnerar el mandato constitucional, existe un amplio campo legal para reconciliar las posiciones de unos y de otros.

Si el actual gobierno continua con el proceso que ya ha iniciado de llegar a acuerdos, como espero y deseo, habrá roto esta malévola dinámica, porque significará que es consciente del problema, que no le asusta enfrentarse a él y que está dispuesto a intentar solucionarlo. No es fácil, porque le van a caer pedradas desde uno y otro lado. Pero habrá dado los primeros pasos para resolver el mayor problema político que tiene España, el de la falta de entendimiento entre las distintas partes que componen nuestro país. Habrá avanzado hacia la federalización del Estado, a mi juicio la única solución viable.


4 de agosto de 2024

La difícil tesitura. El palo y la zanahoria

 


Le oí el otro día decir a un agudo y afilado analista político en algún programa de televisión que la relación del PP con Vox solo admite una estrategia, la del palo y la zanahoria. Quería decir, supongo, que aunque debería desmarcarse de sus postulados para no contaminar su imagen, está obligado a mantener lazos amables con los de la ultraderecha. Depende de ellos en tantos lugares, que se encuentra en una diabólica situación, la de tener que  bailarles el agua, aun en contra de lo que conviene a sus intereses electorales.

La derecha tradicional española, léase el PP, lo tiene en estos momentos muy difícil. La escisión que se produjo hace ya unos años se veía venir desde mucho antes, porque en aquel partido que fundó Manuel Fraga durante la transición se habían dado refugio, junto a conservadores demócratas, muchos nostálgicos del franquismo. Las tensiones internas eran grandes y el equilibrio se mantenía a duras penas. Hasta que se produjo la explosión y nació Vox.

Las consecuencias de aquella ruptura fueron, por un lado que al PP le había surgido un duro adversario por su derecha y, por otro, que para no perder más votos estaba obligado a endurecer sus postulados, a radicalizarlos, una estrategia forzada que le ha hecho perder apoyos centristas, los de los conservadores demócratas, ciudadanos que no se sienten de izquierdas, pero están muy lejos de la ultraderecha.

En mi opinión, la dirección del PP debería cambiar de estrategia si es que quiere que su partido vuelva a ser alternativa a corto plazo. Cada día que se mantiene en este extraño maridaje los populares pierden votos, los de la derecha moderada. Puede ser que recuperen alguno procedente de Vox, pero el balance resulta negativo para sus intereses electorales. Deberían iniciar el divorcio cuanto antes, porque mantener este matrimonio de conveniencia significa pan para hoy y hambre para mañana. Creo que una posición moderada, completamente alejada de los postulados antisistema de Abascal, le daría a Feijóo un rédito electoral muy significativo, porque los centristas de derechas volverían a sus orígenes.

Pero mucho me temo que la contaminación extremista haya llegado a unos límites muy difíciles de corregir. Son ya bastantes meses mirando por el retrovisor los movimientos de Vox, de manera que los vicios adquiridos se están consolidando. Sólo hay que oír a sus más preclaros portavoces, a Cuca Gamarra y a Miguel Tellado, para comprender que su estrategia como oposición se sigue basando en fábulas y en acusaciones sobre asuntos marginales a la política. Una estrategia improvisada para ocultar que ni tienen programa ni son capaces de encontrar fisuras reales en la acción gubernamental, lo que, como consecuencia, transmite con claridad que no saben cómo combatir la acción política del actual gobierno, 

Pero Feijóo y los suyos sabrán qué hacen. Quién soy yo para dar consejos a nadie.