Vi el otro día por enésima vez la extraordinaria película
“Missing”, aquella en la que un padre norteamericano busca desesperadamente a
su hijo, desaparecido durante el golpe de estado de Pinochet, una valiente
denuncia de la intervención del Departamento de Estado de USA en el
derrocamiento del presidente Salvador Allende. El protagonista, un papel
interpretado magistralmente por Jack Lemmon, va descubriendo poco a poco algo
que nunca antes hubiera podido imaginar, que la diplomacia estadounidense, a
pesar de las apariencias, no sólo pone trabas a sus pesquisas, sino que además sabía desde el principio que su hijo había sido ejecutado por los golpistas pocos
días después de iniciarse la asonada.
En una escena final, el embajador norteamericano en Chile le
dice al afligido padre, en quien reconoce a un buen ciudadano, con ideas nada
sospechosas de izquierdismo beligerante, que por encima de los intereses personales
está la salvaguardia de los valores de “nuestra forma de vivir”, un eufemismo
para indicar que su obligación es la defensa de los intereses de EEUU,
representados por las seis mil empresas de su país que operan allí.
Pragmatismo puro y duro frente a idealismo. Intereses frente a convicciones.
En el inacabado e inacabable conflicto árabe-israelí, es muy
difícil entender que el mundo occidental, encabezado por EEUU y secundado por
la Unión Europea, no retire el apoyo a Israel, a pesar de las horripilantes
cifras de muertos, heridos, desplazados y refugiados palestinos con las que nos
desayunamos todos los días. Es difícil de entender si no se tiene en cuenta que
el Estado de Israel es en realidad una cabeza de puente del llamado primer mundo en una
zona inestable, inestabilidad que amenaza los intereses occidentales.
No escribo estos ejemplos para defender la dictadura de
Pinochet ni la masacre de Gaza. Nunca estaré del lado de los golpistas de
cualquier color ni tampoco podré disculpar la barbarie israelí contra los
palestinos. Lo que digo es que para entender muchas de los inexplicables
conflictos internacionales es preciso recurrir a un análisis de las causas. De
otra forma nos quedaremos en la indignación, sin entender por qué se mueven
como se mueven las piezas en el tablero.
Que quede claro, yo no renuncio a mis convicciones, lo que no me impide intentar entender cómo funciona el juego de los intereses de las partes en este complejo y polarizado mundo. Aunque las conclusiones del análisis me den náuseas.