Yo, que suelo asistir desde mi butaca a todos los actos de carácter político con trascendencia nacional que transmitan los medios de comunicación, no me perdí ni un solo detalle de lo sucedido ese día. Vi la esperpéntica aparición del exmandatario catalán en el improvisado escenario que le habían preparado los suyos, sus breves palabras acompañadas de puñetazos en el aire a lo Milei, a su abogado gritándole desde bambalinas “vámonos, vámonos…” y su desaparición al puro estilo escapista. Una patética representación protagonizada por un inseguro y asustado Puigdemont. Patética y además ridícula, por no decir infantil.
En aquel momento deseé que no se le detuviera, porque eso es
lo que querían los que pretendían cargarse la investidura de Salvador
Illa. Doy por supuesto que los mandos del operativo policial contuvieran a sus
subordinados para impedir que las porras, las carreras y la violencia volvieran una vez más a enturbiar las imágenes que iban a dar la vuelta al mundo, como
sucedió aquel fatídico octubre de 2017. Si huye que huya, pero ante
todo tranquilidad, una decisión sensata y cargada de sentido de la
responsabilidad.
Como consecuencia, la jornada parlamentaria se desarrolló
con la máxima normalidad democrática. Los políticos catalanes expresaron con
total y absoluta libertad lo que sus convicciones les sugerían y la votación
final arrojó una victoria del candidato por la mínima, porque en contra votaron
todos los grupos separatistas de derechas y de izquierdas, salvo ERC, sumando sus noes a los
del PP y a los de Vox. Todos juntos se opusieron y ellos solos fracasaron.
Naturalmente, la señora Gamarra y otros preclaros representantes de la
derecha parlamentaria española cargaron contra el presidente Sánchez, porque hablar del éxito de la maniobra diseñada por la
Moncloa no les interesaba. Como tampoco mencionar la profunda ruptura del frente
separatista que ha campado por sus respetos desde que la dejadez, primero, y la
torpeza, después, del gobierno de Rajoy uniera como una piña a ERC y a Junts. Hablar de esto no les interesaba ni les interesa, porque supone aceptar que las políticas
de acercamiento a la realidad catalana están teniendo éxito.
Sí, mejor que no le detuvieran en ese momento, porque así el país sigue en calma, y tiempo habrá para poner los puntos sobre la íes. Mientras tanto, ahí quedan la cobardía y el ridículo de un patético personaje que todavía no ha aceptado su absoluto y total fracaso político. Y la rabia indisimulada de los que deseaban la derrota del tándem Sánchez-Illa, aun a costa de que la repetición de elecciones favoreciera a Puigdemont.
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