14 de septiembre de 2024

Recuerdos olvidados 23. Un día memorable

 

Si es verdad que la vida se divide en tres grandes etapas -formación, desarrollo profesional y retiro o jubilación-, es indudable que los días en los que empieza cada una de ellas constituyen auténticos hitos o jalones en la existencia de las personas. En mi caso, aunque tengo algo olvidadas muchas de las sensaciones que me asaltaron el día que acudí por primera vez a las oficinas de la empresa que luego me acogería durante casi treinta años -IBM-, si puedo recordar algunos detalles, pero sobre todo la fuerte impresión de que acababa de dar un paso importante en mi vida. A partir de ese momento gozaría de absoluta libertad, porque se acababa la dependencia económica con respecto a mis padres y empezaba una ilusionante vida nueva que me producía algo de vértigo.

Recuerdo perfectamente los corrillos de recién ingresados que se habían formado en el hall que antecedía a las dependencias que nos acogerían durante los tres siguientes meses, una etapa previa de reciclaje de nuestra formación universitaria. Todos los que estábamos allí teníamos título universitario y para la mayoría de nosotros era el primer trabajo. Nuestras edades estaban alrededor de los veinticinco, veintiséis o veintisiete años, salvo algún treintañero que procedía de trabajos anteriores. Casi todos habíamos pasado directamente de las aulas universitarias a las del departamento de educación interna de IBM.

Me acerqué a uno de los grupos, me presenté y sentí un gran alivio al comprobar que en todos ellos existían las mismas inquietudes y las mismas ilusiones que a mí me embargaban en aquel momento. Éramos unos novatos, en un ambiente absolutamente desconocido, con el porvenir abierto, aunque alguno se las diera de listillo e intentara darnos lecciones sobre lo que allí nos esperaba. Se habló por supuesto de sueldos, pero sobre todo de informática, algo totalmente desconocido por todos nosotros. Recuerdo que hice un chiste cuando dije que, si yo había sido capaz de aprobar Motores de segundo y Fitopatología de tercero, cómo no iba serlo de aprender a programar un ordenador.

El miedo y la incertidumbre que sentía en aquel momento duraron apenas unas horas, las primeras de aquel día. A medida que los distintos instructores del curso que empezábamos ese día fueron presentándose – todos muy jóvenes-, fui sintiéndome más seguro y optimista. De tal forma que cuando ese día volví a casa, no cabía en mí mismo de satisfacción.

Después, a lo largo de los meses que vinieron a continuación, mi estado de ánimo fue fluctuando entre el optimismo y la inquietud, no porque lo que allí nos enseñaban me resultara difícil, sino por el desconocimiento del verdadero cometido profesional que me aguardaba. Se hablaba mucho de los distintos destinos posibles, Técnico de Sistemas o Técnico de Ventas, los primeros con la misión de asesorar a nuestros clientes en los aspectos operativos de los equipos, los segundo una mezcla de comerciales y relaciones públicas. A mí, con mi título de ingeniero agrónomo, no me entraba en la cabeza otra posibilidad que la primera. Estaba convencido de que para lo segundo no valía.

Pero, aunque esto quizá merezca que lo cuente en otra ocasión con cierto detalle, al final, por decisión de mis instructores, acabé convirtiéndome en Técnico de Ventas, viéndome obligado a vencer mis temores. El hombre propone y Dios dispone, como dice el piadoso refrán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.