Recuerdo perfectamente los corrillos de recién ingresados
que se habían formado en el hall que antecedía a las dependencias que nos
acogerían durante los tres siguientes meses, una etapa previa de reciclaje de
nuestra formación universitaria. Todos los que estábamos allí teníamos título
universitario y para la mayoría de nosotros era el primer trabajo.
Nuestras edades estaban alrededor de los veinticinco, veintiséis o veintisiete años, salvo
algún treintañero que procedía de trabajos anteriores. Casi todos habíamos
pasado directamente de las aulas universitarias a las del departamento de
educación interna de IBM.
Me acerqué a uno de los grupos, me presenté y sentí un gran
alivio al comprobar que en todos ellos existían las mismas inquietudes y las
mismas ilusiones que a mí me embargaban en aquel momento. Éramos unos novatos,
en un ambiente absolutamente desconocido, con el porvenir abierto, aunque
alguno se las diera de listillo e intentara darnos lecciones sobre lo que
allí nos esperaba. Se habló por supuesto de sueldos, pero sobre todo de
informática, algo totalmente desconocido por todos nosotros. Recuerdo que hice
un chiste cuando dije que, si yo había sido capaz de aprobar Motores de segundo y Fitopatología
de tercero, cómo no iba serlo de aprender a programar un ordenador.
El miedo y la incertidumbre que sentía en aquel momento
duraron apenas unas horas, las primeras de aquel día. A medida que los
distintos instructores del curso que empezábamos ese día fueron presentándose – todos muy
jóvenes-, fui sintiéndome más seguro y optimista. De tal forma que cuando ese
día volví a casa, no cabía en mí mismo de satisfacción.
Después, a lo largo de los meses que vinieron a continuación,
mi estado de ánimo fue fluctuando entre el optimismo y la inquietud, no porque
lo que allí nos enseñaban me resultara difícil, sino por el desconocimiento del
verdadero cometido profesional que me aguardaba. Se hablaba mucho de los
distintos destinos posibles, Técnico de Sistemas o Técnico de Ventas, los primeros
con la misión de asesorar a nuestros clientes en los aspectos operativos de los
equipos, los segundo una mezcla de comerciales y relaciones públicas. A mí, con
mi título de ingeniero agrónomo, no me entraba en la cabeza otra posibilidad
que la primera. Estaba convencido de que para lo segundo no valía.
Pero, aunque esto quizá merezca que lo cuente en otra
ocasión con cierto detalle, al final, por decisión de mis instructores, acabé
convirtiéndome en Técnico de Ventas, viéndome obligado a vencer mis temores. El hombre propone y Dios
dispone, como dice el piadoso refrán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.