Pero vayamos a lo que íbamos. El capitán de la nueva compañía, que
sabía perfectamente que nuestro padre era un compañero suyo de más alta
graduación (entonces teniente coronel), nos informó de que por nuestra
condición de universitarios habíamos sido elegidos para hacer el curso de
cabos. Pero añadió que, cuando llegara el momento del examen nos convendría suspender, porque era mucho más difícil conceder permisos por estudios a un cabo que a un
soldado, advirtiéndonos de que, como el examen lo corregían tenientes
jóvenes recién salidos de la Academia Militar y por tanto con el espíritu castrense muy a
flor de piel, nos anduviéramos con mucho cuidado a la hora de elegir los errores,
porque podrían mosquear a los examinadores.
Creo que nunca me había encontrado hasta entonces con una dificultad
tan grande, la de hacer un examen mal sin que se notara la
intención de suspender. Como no teníamos ni idea de cuáles serían las preguntas, no
había forma de prepararse debidamente. Por tanto, decidimos que improvisaríamos
sobre la marcha.
A mí, entre otras cosas, me tocó escribir el artículo quinto del cabo, que
empezaba algo así como “El cabo, como inmediato superior del soldado, se hará
querer y respetar, no le disimulará las faltas, …”. Los puntos suspensivos son
los que puse en la hoja del examen, dando a entender que no me lo sabía completo,
evidentemente un error imperdonable en un aspirante a cabo. No recuerdo ahora
cuales, pero sí que a lo largo del ejercicio fui deslizado algunas otras equivocaciones,
procurando que no se notara la malévola intención de suspender.
Mi hermano, ante la pregunta de cuál es la diferencia entre
prendas mayores y prendas menores, contestó que las primeras eran las que
servían para varios soldados, como por ejemplo la tienda de campaña, y las
segundas las de uso individual, verbi y gracia las botas y la ropa interior, cuando en realidad la
contestación correcta hubiera sido que las mayores pasan de reemplazo a reemplazo, como
el correaje o el casco, y las segundas se sustituyen en cada quinta, como el
capote. Creo que la osadía de Manolo estuvo a punto de dejarlo sin permisos durante
toda la “mili”.
Eso se llama astucia.
ResponderEliminarFernando
O caradura. Pero sirvió para nuestro propósito de no perder el curso.
ResponderEliminarHola Luis , no entiendo la moraleja y trasfondo de esta tan antigua historia.
ResponderEliminarProbablemente no todos fuimos tan afortunados como lo fuiste tu y tu hermano.
No pretendo que haya moraleja, mucho menos sacarla de un episodio que sucedió en una época muy distinta a la de ahora. Los recuerdo son recuerdos. No pretendo sacar conclusiones de carácter moral.
ResponderEliminarPor otro lado, soy consciente de que no todo el mundo fue tan afortunado, utilizando tu misma expresión.