Andaría yo por los 18 o 19 años y había empezado a
estudiar la carrera, cuando leí una novela sobre la vida de un joven que se
encerraba en un cottage, totalmente aislado en la campiña inglesa, para
escribir su primera novela, porque quería ser escritor a costa de lo que fuera necesario. No recuerdo ni el
título del libro ni el nombre del autor ni siquiera el final de la historia. Sólo se ha quedado grabada en mi memoria la secuencia de la machaconería con la que aquel
personaje se enfrentaba a su obsesión.
Puede, no estoy seguro, que de aquella lectura naciera mi
interés por escribir novelas. Yo también he querido ser escritor toda la vida,
entre otras cosas porque siempre me ha parecido uno de los ejercicios
intelectuales más interesantes a los que un ser humano pueda enfrentarse. Por consiguiente, como se trataba de una asignatura pendiente que quería aprobar, cuando ya
rondaba los sesenta años me senté un día frente a mi ordenador y empecé a
hilvanar palabras, sin esquema previo y sin más ayuda que el diccionario de la
academia y un manual de sinónimos y antónimos. Pensé que lo
demás, eso que llaman inspiración, sería consecuencia de mi trabajo. No tenía
ni idea de lo que significaba todo aquello, pero en peores garitas había hecho
guardia.
Inventé un título -por algún sitio hay que empezar-, me
propuse sondear en mis recuerdos juveniles -por supuesto sólo a modo de
inspiración y no de confesión- y empecé a redactar mis ocurrencias. Cuando
acababa un párrafo no sabía cuál sería el siguiente y cuando cerraba el
ordenador después de cuatro horas de sentada ininterrumpida no tenía ni idea de por dónde
continuaría cuando volviera a abrirlo. Sin embargo, pocas veces volvía a
revisar la secuencia argumental, quizá porque me asustara hacerlo, aunque sí
corregía y corregía el estilo del texto hasta la saciedad. De aquel primer esfuerzo nació al cabo
de un año de gestación “La voz de los almendros”, que guardé en un cajón, no sé
si porque en aquel instante no sabía si deshacerme de él o esperar a otro
momento.
Pero lo cierto es que, como ya le había cogido el tranquillo a la tarea, y también había empezado a saborear el placer de la escritura, inicié un segundo libro, esta vez una novela de carácter histórico, aunque apoyada en los recuerdos de un personaje actual, a la que titulé “El corazón de las rocas”. Cuando la acabé, tras otro año de aporrear el teclado y más envalentonado que la primera vez, encontré un anuncio de una empresa de autoedición, me fui con el borrador bajo el brazo a una oficina situada en la Glorieta de Quevedo, llamé a un timbre, me recibieron unas simpáticas, brillantes y guapísimas señoritas de la edad de mis hijos, me atendieron como si fuera el mismísimo Cela y me explicaron en qué consistía su colaboración.
Al cabo de unos días de inquieta espera, recibí una llamada de mi ahora amiga Minerva, la directora de la editorial, que me anticipó que les
había gustado a quienes la habían leído, que era publicable y que fuera a
verla. Yo no cabía en mí de satisfacción.
“El Corazón de las rocas” se publicó en 2006. Slovento, así se llamaba la editorial, organizó una presentación del libro en el café Libertad 8, en la calle del mismo nombre, un lugar de sabor bohemio y de ambiente recogido, en el que me acompañaron hasta cincuenta amigos y familiares. Se sentaron conmigo en el estrado una de las guapas editoras, y Pilar, mi gran amiga y consejera literaria. Cuando me tocó el turno, solté un discurso de unos quince minutos, notando tras cada palabra que el torrente de adrenalina se precipitaba en mis venas. Estaba empezando a disfrutar de un mundo totalmente desconocido para mí, el que rodea a los escritores. Puede que fuera en aquel momento cuando me convertí en un adepto a la escritura.
Después de aquel estreno me atreví a publicar la que había
guardado en el cajón de mi escritorio. La corregí por enésima vez, la llevé a
Slovento, me aconsejaron su edición y la presenté, esta vez en el café del Prado, un
lugar que ya no existe. Como había hecho con la primera, inicié una gira de
presentaciones -Teruel, Alcañiz, Castellote y otras localidades turolenses-, por
aquello de que se trataba de historias localistas e imaginaba que allí mis ficciones
podrían tener más interés que en otros lugares
Más tarde vino otra novela, “Las musas del asfalto”, una historia muy alejada de mis vivencias, porque quería probar mi capacidad creativa, imaginando tramas que nada tuvieran que ver con mis experiencias. Después un par de libros de viajes, “Las sombras del Nilo” y “Viaje al centro de la Historia”, con pretensiones de ensayos. Por último este blog y estos recuerdos olvidados, deslavazados y entrelazados con otras reflexiones, ocurrencias y paridas.
Ahora -a la vejez viruela- estoy metido de lleno en otro proyecto literario. Pero de éste de momento no voy a descubrir nada, porque pertenece al secreto del sumario. Espero que me queden fuerzas para airearlo en algún momento.
Me ha encantado leer la gestación de un autor . Ya conocía los resultados, porque he leído todas tus obras, pero es interesante
ResponderEliminarenterarse de los principios.
Además, como nos anuncias,
tienes algún conejillo en el
sombrero de copa, así que
a esperar tocan.
Malu, bienvenida a los comentarios. Si soy capaz de acabar lo que estoy haciendo, cuenta con un ejemplar.
EliminarSobre aquel joven que se encerraba en un cottege para escribir, una pista: ¿Puede ser la autora Patricia Highsmith y la obra "Crímenes imaginarios? El escenario coincide, aunque el joven protagonista escritor está casado con una pintora.
ResponderEliminarEfectivamente, escribir es un placer, pero a la vez creo que requiere disciplina, esfuerzo y mucho estudio. Como decía un amigo mío hace tiempo, cuando también teníamos ínfulas escriturales, hay que ser un genio para escribir una novela.
De las tres novelas tuyas que citas sólo leí la primera que publicaste, El corazón de las rocas, que, como fue ya hace tiempo y de la cual creo recordar que trataba sobre caballeros templarios y me resultó muy interesante, la volveré a leer otra vez.
Fernando
Fernando, muchas gracias por lo de genio, pero me queda grande. Sólo un aprendiz. Te haré llegar las otras dos.
Eliminar¡Muchas gracias!
EliminarFernando
Fernando, no era de Patricia Highsmith. Era un autor o autora inglés y con estilos completamente distintos.
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