Nuestra casa del pueblo, propiedad que compartimos los
cuatro hermanos, dispone como la mayoría de las antiguas edificaciones de
Castellote de cuadras, no en vano proceden casi todas de una época en la que
la mayoría de sus habitantes se dedicaban al campo. Desde hace años, desde que
desaparecieron las caballerías y los animales domésticos se concentraron en
grandes granjas, las cuadras perdieron su utilidad como tales. Por eso, algunos
de sus propietarios, entre ellos nosotros, las hemos reconvertido en estancias
para la diversión y el entretenimiento. Las nuestras, de unos ciento cincuenta
metros cuadrados, constan de bodega, comedor y cocina, tres estancias contiguas que hemos ido
amueblando y decorando poco a poco con aportaciones de cada uno de nosotros,
pero sin eliminar los pesebres, que permanecen como vestigios del pasado.
Pero de lo que no disponen la mayoría de las casas del pueblo es de un huerto como el nuestro, de cerca de mil quinientos metros cuadrados, al que se accede
directamente desde la casa precisamente a través de las cuadras. Este huerto, que cuando yo era un niño
constituía el escenario principal de nuestros juegos, estuvo siempre al cuidado de medieros, el último el bueno del “tío" Emilio, una auténtica institución en nuestra
familia. Pero Emilio se jubiló hace ya muchos años y nadie entró para sustituirle, por lo que el
huerto quedó abandonado y, poco a poco, se fue asilvestrando hasta convertirse
en un lugar casi inaccesible o, al menos, poco atractivo para pasar ratos en él.
Una noche de hace más de treinta años -aquí empieza la historia que hoy pretendo relatar-, estaba yo con un grupo de amigos y familiares cenando en las cuadras de unos primos nuestros. Observé que entre los elementos de decoración habían colocado sobre las paredes unas celosías pintadas en verde, con macetas colgadas que contenían plantas artificiales, una manera muy ingeniosa y al mismo tiempo vistosa de quitarle aspereza a la visión de unas viejas estancias con poca prestancia. Me quedé con la idea, porque la decoración de interiores siempre ha llamado mi atención.
Otro día, cuando esta vez la cena tenía lugar en nuestras cuadras, le comenté a una de las propietarias de la casa que acabo de mencionar que me había gustado mucho la solución de las celosías y que quería hacer algo parecido allí. Me miró con ojos sorprendidos y me dijo algo así como, "si nosotros tuviéramos un huerto como el vuestro, no habríamos colocado flores artificiales en las cuadras".
El mensaje estaba claro y encendió una luz en mis
inquietudes, siempre en estado de alerta. Nuestro huerto no podía seguir
abandonado, había que reconvertirlo en una zona ajardinada que nos sirviera de
lugar de esparcimiento, como lo había sido hasta hacía poco. Las cuadras, cuya
utilización ya estaba en marcha, seguirían su camino y el huerto empezaría su
propia andadura.
Aunque tenía las ideas claras y como consecuencia el firme
propósito de recuperar el huerto abandonado, lo cierto es que la tarea se me
antojaba ardua, por no decir imposible. Algunos frutales se habían secado, las
malas hierbas se extendían por todas partes y el suelo en verano estaba más
seco que un secarral. Cuando lo recorría buscando por dónde empezar, se me caía
el alma a los pies incapaz de decidirme.
Pero el relato de la historia de la recuperación del huerto tendrá que esperar a otro día, porque creo que merece un cierto detalle y porque aquí sobrepasaría la extensión que me he marcado para estos artículos Entonces, cuando le toque el turno, explicaré cómo dejó de estar abandonado.
Muy interesante. Lo bueno de la naturaleza en estado salvaje es que se deja domesticar. Basta con ponerle amor y dedicación. Da igual por donde empieces, el huerto te agradecerá la atención que le prestas.
ResponderEliminarFernando
Pero no se puede bajar la guardia ni un día, porque se desmadra. Aunque quizá sea eso lo interesante de cuidar un huerto.
EliminarUna suerte poder volver a la infancia a través de la naturaleza que siempre es muy agradecida
ResponderEliminarA mí me trae recuerdos de la infancia y me sirve de refugio en la madurez.
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