22 de noviembre de 2015

Denuncia del racismo oculto

Que el mundo está plagado de racistas es un hecho tan conocido que traerlo a colación resulta ocioso. Pero que muchos racistas no saben que lo son ya no es tan evidente. Se trata de una fobia inconsciente, de un prejuicio que como todos los de su especie es irracional y no responde a criterios lógicos. Está ahí, en la mente de los que sufren la aversión, pero ellos ignoran padecerla. Por eso algunos la exhiben sin aparente pudor.

Para detectar esta inclinación, es preciso prestar mucha atención a lo que se dice, fijarse en las sutilezas del lenguaje que se utiliza y analizar las intenciones que se ocultan detrás de los discursos. Y aún así, muchos racistas pasarán inadvertidos, porque nunca  pregonarán abiertamente sus escrúpulos.

El racismo tiene varias versiones, que van desde la defensa de la superioridad de la raza a la que se pertenece hasta la denigración de las demás. Suele ir acompañado de otros  rechazos, entre ellos la xenofobia, sobre todo en países donde sus habitantes pertenecen mayoritariamente a una sola raza, ya que en estos casos sucede con frecuencia que la de los foráneos no coincide con la de los nativos.

Por lo general se trata de una intolerancia derivada de cierto complejo de inferioridad, que intenta compensarse mediante la comparación con aquellos a los que se considera inferiores. Se da con frecuencia en sociedades multirraciales, donde los cruces entre razas son tan frecuentes que al final nadie está seguro de la procedencia de su sangre. El rechazo en estos casos hacia otras razas procede de la necesidad que sienten algunos de reafirmar como propia la que eligen por considerarla superior a las restantes.

Los racistas, llevados por la necesidad de justificar su fobia ante sí mismos, suelen esgrimir argumentos sociológicos, generalmente basados en la marginación y subdesarrollo de determinados colectivos, ocupen éstos continentes enteros, países concretos, determinadas regiones o barrios periféricos de las ciudades. Quizá no aludan directamente a la raza, pero en el aire quedará la acusación racial.

Entre sus razonamientos figura uno muy conocido: si están como están es porque quieren. De nada servirá entonces alegar razones históricas colonialistas, tanto en la versión clásica de ocupación territorial o en la más moderna de explotación económica; ni mucho menos analizar la falta de recursos de determinadas zonas, en las que las materias primas se encuentran en manos de multinacionales extranjeras. Para los racistas, la historia del dominio continuado de unos pueblos sobre otros pasará desapercibida. Para ellos la relación causa-efecto está perfectamente definida, consideran que existe una correspondencia biunívoca entre raza y nivel de desarrollo. Lo uno, para ellos, trae como consecuencia lo otro.

Si se les recuerda, por ejemplo, que el presidente de los Estados Unidos es de raza negra, es posible que argumenten que toda regla tiene su excepción o que la madre de Obama era blanca. Les costará mucho admitir que un hombre de piel negra haya llegado a dirigir los destinos de la nación más poderosa del planeta, en el que la raza mayoritaria es la blanca.

Sucede con frecuencia, además, que los racistas no aceptan que las sociedades civilizadas, cada vez más comprometidas en la lucha por la igualdad de todos los hombres, utilicen palabras que pretendan alejar del lenguaje de la calle las referencias a las razas. No comprenden que se trata de un intento de quitarle peso a la circunstancia racial, porque ésta no debería influir en la consideración que una persona se merezca como tal. No entienden que estas diplomacias lingüísticas persigan precisamente combatir el racismo. Argumentarán que a las cosas hay que llamarlas por su nombre y considerarán ridículas ciertas denominaciones que las sociedades modernas han acuñado para referirse a determinados colectivos. Dirán, por ejemplo, que si son negros hay que llamarlos negros.

El racismo, entre otras consideraciones, es una vulneración de los principios recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, una actitud antidemocrática, reaccionaria y antisocial. Aunque desde un punto de vista político sea transversal -no entiende de izquierdas ni de derechas-, comporta la negación de un principio insoslayable en una sociedad avanzada, la de que todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

Permanezcamos atentos, porque estamos rodeados de racistas que ni ellos saben que lo son.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.