26 de noviembre de 2015

La amenaza del euroescepticismo. ¿Está Europa echando el freno?


Ya he confesado en más de una ocasión en este blog que me considero un europeísta convencido, expresión manida, a veces mal utilizada, que en mi caso significa  que contemplo con ilusión, y también con inquietud, el largo y tortuoso trayecto por el que transcurre la construcción de la Unión Europea, un proyecto difícil, plagado de obstáculos de todo tipo –internos y externos-, que avanza lentamente hacia el ambicioso objetivo de convertir a Europa en un estado supranacional.

Desde que la Unión Europea existe, incluso cuando todavía no se denominaba así, se han oído voces disidentes, ataques directos al proyecto de la construcción europea. Es lo que  se ha dado en llamar euroescepticismo, beligerante y exacerbado en algunos casos, difuso e inconcreto en otros muchos, opiniones que por activa o por pasiva minan los cimientos ideológicos sobre los que muchos otros intentan consolidar el mayor espacio de libertad, de respeto a los derechos humanos, de solidaridad y de prosperidad social y económica que jamás haya existido.

Es cierto que se han dado grandes pasos desde que aquellos soñadores de los años sesenta decidieran impulsar el desarrollo del embrión comunitario que había surgido de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Pero, aunque la construcción de Europa avanza imparable, lo hace con lentitud pasmosa, quizá porque no exista otra forma de seguir adelante. Varias generaciones han pasado desde que se trazaron los primeros bosquejos y otras muchas tendrán que sucederse hasta que se alcance el objetivo, al que por cierto nunca se llegará por completo.

Como se trata de un proyecto en marcha, y en fase todavía muy primaria, las debilidades que presenta a las agresiones externas son muchas y muy variadas.  Cuando las dificultades proceden de aspectos económicos, no resulta demasiado difícil superarlas. Al fin y al cabo todos estamos inmersos en la economía global y lo que para unos es bueno tiene que serlo para el conjunto. Los ministros de economía se reunirán tantas veces como haga falta, pondrán sobre la mesa la defensa de sus intereses nacionales y, con mayor o menor dificultad, alcanzarán acuerdos que dejen satisfechas a todas las partes. Es algo que estamos viendo todos los días.

Pero cuando los inconvenientes surgen del resbaladizo terreno de las ideologías, de los principios, de los derechos y obligaciones, y de esos aspectos de carácter intangible como son los que constituyen una cultura, empieza el pandemónium. Lo cual no tiene nada de particular si se tiene en cuenta que aquí las varas de medir no son más que convenciones adoptadas por las sociedades a lo largo del tiempo, de mitos construidos para facilitar la convivencia. Tratar de reunificarlas, o al menos conciliarlas en aras de un propósito común, ya no es tan fácil.

Europa está sufriendo en estos momentos uno de los mayores desafíos a su construcción, el de la llegada masiva de los refugiados que huyen de los conflictos del Próximo Oriente. Si se observan las discrepancias entre unos y otros países de la Unión respecto al tratamiento adecuado que haya que dar a este monumental problema, se llegará a la conclusión de que nos encontramos ante una situación en la que no va a ser nada fácil alcanzar acuerdos. En primer lugar porque incluso dentro de cada una de las naciones existen distintas opiniones, de manera que los políticos de turno adoptarán aquellas que desde su punto de vista les produzca mayor rédito electoral. Pero además, como las diferencias entre las culturas de unos y otros todavía son grandes, hablar de principios comunes resulta más una ilusión que una realidad.

Sin embargo, mientras no se llegue a la unificación de criterios en la vertiente de lo que llamamos principios, no se podrá hablar de una verdadera identidad europea, de una cultura homogénea, no se contará con el sustrato necesario para la creación de un auténtico Estado supranacional europeo. Dispondremos de una economía unificada, quizá de unas leyes homologadas y hasta puede que de un sistema de seguridad y defensa colectivo. Pero mientras no hablemos el mismo lenguaje de los derechos y las obligaciones de los hombres, no existirá una Europa unida.

Como soy un optimista incorregible, prefiero pensar que a pesar de las dificultades apuntadas  la meta es alcanzable. Si Europa es capaz de resolver el problema abierto entre sus miembros como consecuencia del actual reto migratorio, el europeísmo habrá dado un gran paso cualitativo. Si fracasa en el intento –y muchos son los que lo están intentando-, no todo se habrá perdido, pero el avance se ralentizará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.