4 de noviembre de 2015

¿Qué le pasa a la izquierda?


Oí decir el otro día al hijo de un viejo militante republicano, que su padre repetía con cierta frecuencia el viejo tópico de que la izquierda sólo se une cuando está en la cárcel. Es una frase muy gráfica, que si hoy traigo a colación es para referirme a la tradicional división entre las fuerzas progresistas y para tratar de hacer un somero análisis sobre el conocido fenómeno.

Creo que es más fácil alcanzar acuerdos para “conservar” que para “progresar”. Dejar las cosas como están no implica demasiado compromiso, ya que lo único que se precisa es oponerse al cambio o deshacer lo que otros hayan hecho. Aliarse con este propósito no exige excesivos acuerdos. Modificar, avanzar, perfeccionar, modernizar es otra cosa muy distinta, ya que implica elegir un método, un alcance, unos tiempos, manejar un sinfín de parámetros que implican todo un programa de actuaciones.

Aquí, en lo de los programas, es donde está a mi entender el quid de la cuestión. Porque si algunos de izquierdas quisieran desterrar a los banqueros, maniatar a los empresarios, nacionalizar los sistemas de producción, acabar con las alianzas externas, con los compromisos internacionales y, en definitiva, colocar a nuestro país en una órbita distinta de la actual, otros prefieren defender el estado del bienestar y los principios de libertad, justicia y solidaridad dentro del absoluto respeto a la economía de mercado y a la propiedad privada, en un Estado que proteja a los desfavorecidos y al mismo tiempo vigile el comportamiento de las fuerzas que mueven la economía, para corregir y castigar las desviaciones fraudulentas que se produzcan.

Me tengo, ya lo he dicho en este blog en varias ocasiones, por hombre de mentalidad progresista, y me incluyo, sin haber pedido permiso a nadie para ello, en la tendencia socialdemócrata de corte europeo, la de Willy Brandt, Felipe González, Olof Palme, etc., políticos que han sido, en el desarrollo de sus mandatos, capaces de compaginar los principios socialistas con las leyes del libre mercado. Otra cosa es que al no estar solos en el panorama político, no hayan alcanzado en su totalidad las metas que perseguían. Pero eso es algo inherente a la propia democracia, que obliga aún más a los partidos socialistas de ahora a continuar el esfuerzo para seguir avanzando. La labor nunca estará terminada, pero cualquier paso que se dé hacia los objetivos propuestos se convertirá en un logro más en la lucha por alcanzar la justicia social.

Lo decía arriba: los programas de la izquierda pueden ser muy diferentes. No sólo en contenido, también en plazos de consecución, en métodos a utilizar y en visión del encaje de nuestro país en el certamen internacional. Esas diferencias han estado en España -en líneas generales- bastante bien definidas hasta ahora en las dos grandes tendencias progresistas, representadas respectivamente por Izquierda Unida y el PSOE, y en estos momentos por Podemos y el PSOE. Nada nuevo, por tanto, en el panorama político español, al menos con respecto a la izquierda.

Pero volvamos a la unión o, mejor dicho, desunión de las izquierdas. Cuando oigo a algunos confiar en la posible alianza poselectoral de Podemos y el PSOE, me quedo pensativo. Es cierto que si lo que se pretende conseguir es desbancar a la derecha que ahora nos gobierna, el acuerdo entre esas dos fuerzas parecería positivo. Pero, ¿a costa de qué? ¿A costa de menoscabar la economía de mercado? ¿A costa de convertir a España en un elemento extraño dentro de la órbita geoestratégica en la que se mueve actualmente? A mí, y creo que a muchos votantes socialdemócratas, esa perspectiva me intranquiliza. No por temor a fantasmas, sino por miedo a que las esencias en las que se basa mi ideario se diluyan en un maremagno incontrolable.

Mucho me temo que los deslizamientos de la izquierda moderada hacia Ciudadanos se deban a ese miedo. Como también me preocupa el otro movimiento, el de los que están abandonando la confianza en el PSOE para abrazar directamente las ideas que defiende Podemos, tenga esta deserción origen en un desacuerdo con las ideas socialdemócratas o en una radicalización de  las mismas, por desencanto o por  mutación ideológica.

Lo decía hace unos días: para que la izquierda vuelva a gobernar en España es necesario que el PSOE consiga un abultado número de escaños en el Congreso, lo que le permitiría constituir mayoría sin merma de sus esencias. Lo demás es darle paso franco a la derecha de siempre.

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