Anunciaba hace unos días que quizá en algún momento me decidiera a comentar las triquiñuelas, por no llamarlas malas artes, que está utilizando el gobierno en la campaña electoral, o precampaña si se prefiere. No es que esta situación haya aparecido de repente por generación espontánea -en realidad la estamos sufriendo desde que Mariano Rajoy accedió a la Moncloa-, sino que en las últimas semanas la manipulación informativa está llegando a límites insospechados. Tengo la sensación de que los responsables han perdido el pudor por completo y ya no les importa ni siquiera guardar la debida compostura.
El caso de TVE me parece paradigmático. Yo, al contrario que muchos antiguos televidentes de la cadena estatal que han dejado de verla casi por completo (las encuestas de audiencia ahí están), me mantengo fiel al telediario de las tres. Quizá me mueva un atavismo enfermizo, o puede que mi intención sea valorar las “apreciaciones oficiales” de la situación del país, para compararlas después con mi propia visión de la realidad y con las valoraciones que hagan otros medios de comunicación. Pero lo cierto es que sigo oyendo y viendo las noticias que ofrece la televisión pública.
No hace falta ser un experto en el complicado arte de la comunicación, para entender que el orden con el que se dé la información influye de forma notable en el impacto que recibe el oyente. TVE se ha especializado en ofrecer como primicia, no la noticia que realmente espera la audiencia en ese momento, sino alguna anodina, con el simple objetivo de retrasar las importantes que no le gusten. No voy a poner ejemplos concretos, porque la situación se repite todos los días y particularizar sería empequeñecer la denuncia. Me limitaré a sugerir a los lectores de estas páginas que lo comprueben personalmente. Si lo hacen, no se extrañen si antes de oír los comentarios sobre la detención de un conocido político acusado de corrupción y vinculado al PP, les informan primero de un terremoto de intensidad cinco en Uzbekistán o del cambio de trayectoria del huracán Joaquín, débil y moribundo el pobre. Ya le tocará el turno a la noticia del día, quizá en sexto o séptimo lugar. Porque, eso sí, no hay más remedio que darla.
Cuando se trata de alguna controversia política, en la que hayan intervenido varios líderes de distinto signo, es seguro que el portavoz de la versión oficial saldrá en último lugar para sentenciar con sus palabras la cuestión en liza. Las opiniones de los primeros quedarán flotando en el aire, pero el certero juicio de quien cierra la ronda asentará las ideas, para eso está él. Además en estos casos es preferible que no midamos los tiempos de intervención de cada uno, para evitar sonrojarnos de indignación o de vergüenza ajena; ni analizar las frases de los discrepantes, a veces sacadas por completo de contexto, si no cortadas a media frase.
Las noticias económicas ocuparán según su signo el lugar que les corresponda en la agenda del telediario. Si son positivas, pueden llegar a inaugurar las noticias e incluso a ocupar la mitad del informativo. Por el contrario, si son negativas aparecerán acompañadas de alguna referencia comparativa que minimice el impacto en la opinión pública. Oiremos, por ejemplo, que el dato es malo, pero mejor que el de hace diez años; o que se tenga en cuenta la estacionalidad, porque septiembre siempre ha sido un mal mes para el empleo.
Tampoco se libran de estas maniobras los datos relativos a los temas que la sociedad considera en cada momento más preocupantes, hoy el paro en primer lugar, seguido a cierta distancia de la corrupción. El primero se trata con las varas de medir que mejor convenga, guarismos confusos, números siempre relativos, que mezclan afiliados a la seguridad social, con encuestas de población activa, con tasas de ocupación, etc. etc., cifras porcentuales, con numerador y denominador, cuya correcta interpretación escapa al común de los mortales. Los comentarios al margen resolverán las dudas, terminarán demostrando que vamos por el buen camino.
Si algún líder europeo pronuncia cualquier expresión amable hacia la política económica del gobierno, estaremos oyendo sus palabras desde los titulares hasta el resumen. Pero como a un comisario de la Unión se le ocurra asegurar que los presupuestos recién aprobados están destinados a no cumplirse por falta de rigor en los datos, veremos al ministro del ramo desgañitarse hasta la ronquera defendiendo la bondad de sus previsiones.
Es posible que si alguien ha llegado hasta aquí en la lectura de este artículo, esté pensando que lo que ahora ocurre siempre ha sucedido en España. Y no le faltaría razón, salvo en una cosa: el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero intentó cambiar las cosas y avanzó mucho en sus propósitos, hasta que el cambio de gobierno arruinó, de un día para otro, sus buenas intenciones.
¿Tendremos algún día los españoles la televisión pública que nos merecemos como ciudadanos de un país civilizado?
El caso de TVE me parece paradigmático. Yo, al contrario que muchos antiguos televidentes de la cadena estatal que han dejado de verla casi por completo (las encuestas de audiencia ahí están), me mantengo fiel al telediario de las tres. Quizá me mueva un atavismo enfermizo, o puede que mi intención sea valorar las “apreciaciones oficiales” de la situación del país, para compararlas después con mi propia visión de la realidad y con las valoraciones que hagan otros medios de comunicación. Pero lo cierto es que sigo oyendo y viendo las noticias que ofrece la televisión pública.
No hace falta ser un experto en el complicado arte de la comunicación, para entender que el orden con el que se dé la información influye de forma notable en el impacto que recibe el oyente. TVE se ha especializado en ofrecer como primicia, no la noticia que realmente espera la audiencia en ese momento, sino alguna anodina, con el simple objetivo de retrasar las importantes que no le gusten. No voy a poner ejemplos concretos, porque la situación se repite todos los días y particularizar sería empequeñecer la denuncia. Me limitaré a sugerir a los lectores de estas páginas que lo comprueben personalmente. Si lo hacen, no se extrañen si antes de oír los comentarios sobre la detención de un conocido político acusado de corrupción y vinculado al PP, les informan primero de un terremoto de intensidad cinco en Uzbekistán o del cambio de trayectoria del huracán Joaquín, débil y moribundo el pobre. Ya le tocará el turno a la noticia del día, quizá en sexto o séptimo lugar. Porque, eso sí, no hay más remedio que darla.
Cuando se trata de alguna controversia política, en la que hayan intervenido varios líderes de distinto signo, es seguro que el portavoz de la versión oficial saldrá en último lugar para sentenciar con sus palabras la cuestión en liza. Las opiniones de los primeros quedarán flotando en el aire, pero el certero juicio de quien cierra la ronda asentará las ideas, para eso está él. Además en estos casos es preferible que no midamos los tiempos de intervención de cada uno, para evitar sonrojarnos de indignación o de vergüenza ajena; ni analizar las frases de los discrepantes, a veces sacadas por completo de contexto, si no cortadas a media frase.
Las noticias económicas ocuparán según su signo el lugar que les corresponda en la agenda del telediario. Si son positivas, pueden llegar a inaugurar las noticias e incluso a ocupar la mitad del informativo. Por el contrario, si son negativas aparecerán acompañadas de alguna referencia comparativa que minimice el impacto en la opinión pública. Oiremos, por ejemplo, que el dato es malo, pero mejor que el de hace diez años; o que se tenga en cuenta la estacionalidad, porque septiembre siempre ha sido un mal mes para el empleo.
Tampoco se libran de estas maniobras los datos relativos a los temas que la sociedad considera en cada momento más preocupantes, hoy el paro en primer lugar, seguido a cierta distancia de la corrupción. El primero se trata con las varas de medir que mejor convenga, guarismos confusos, números siempre relativos, que mezclan afiliados a la seguridad social, con encuestas de población activa, con tasas de ocupación, etc. etc., cifras porcentuales, con numerador y denominador, cuya correcta interpretación escapa al común de los mortales. Los comentarios al margen resolverán las dudas, terminarán demostrando que vamos por el buen camino.
Si algún líder europeo pronuncia cualquier expresión amable hacia la política económica del gobierno, estaremos oyendo sus palabras desde los titulares hasta el resumen. Pero como a un comisario de la Unión se le ocurra asegurar que los presupuestos recién aprobados están destinados a no cumplirse por falta de rigor en los datos, veremos al ministro del ramo desgañitarse hasta la ronquera defendiendo la bondad de sus previsiones.
Es posible que si alguien ha llegado hasta aquí en la lectura de este artículo, esté pensando que lo que ahora ocurre siempre ha sucedido en España. Y no le faltaría razón, salvo en una cosa: el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero intentó cambiar las cosas y avanzó mucho en sus propósitos, hasta que el cambio de gobierno arruinó, de un día para otro, sus buenas intenciones.
¿Tendremos algún día los españoles la televisión pública que nos merecemos como ciudadanos de un país civilizado?
Luis, ya sé que has explicado al comienzo de tu crónica la razón que te lleva a seguir viendo el telediario de la “una” de las tres de la tarde, pero me sorprende que tú no seas el primer convencido después de leer tu artículo de que hay que desterrar a esa cadena de tu “parrilla personal”. Vaya, si yo la viese, que no la veo, después de leerte la vería un solo día más para comprobar la veracidad de tus razonamientos e ipso facto dejaría de verla.
ResponderEliminarPor cierto, lo del argumento de “para compararlas después con mi propia visión de la realidad y con las valoraciones que hagan otros medios de comunicación”, lo he oído parecido en alguna ocasión con respecto a la prensa y estoy profundamente en desacuerdo: ¿por qué me tengo que tragar toda la basura para llegar a la verdad?
Por favor, lee tu post como si lo hubiese escrito otra persona y, una vez convencido, cambia de canal.
Angel
Querido Ángel, en primer lugar agradezco tu presencia de nuevo en El huerto abandonado. Tus incisivos y constructivos comentarios, superado el estupor inicial, incentivan mi capacidad de análisis.
EliminarHe leído el artículo "como si lo hubiera escrito otra persona" y he llegado a la conclusión de que a ese otro le mueven las mismas intenciones que a mí: comprobar hasta dónde puede llegar la manipulación de los medios de comunicación al servicio del poder instituido. Como yo, cada día entiende mejor las malas artes del adversario político y se reafirma más en la necesidad de un cambio drástico en los usos y costumbres.
Respecto a la basura informativa, es difícil muchas veces saber dónde se oculta. Lo que para unos es basura, para otros quinta esencia. Mi "visión de la realidad" -por supuesto subjetiva- se basa más en la experiencia acumulada a lo largo de tantos años, lecturas y conversaciones, que en lo que me cuenten los medios de información. Pero no está de más compararla de vez en cuando con otras opiniones.
Supongo que para ver el telediario de "la uno" tendrás que taparte la nariz. Bromas aparte, la falta de vergüenza que demuestran los responsables de la TV pública y el gobierno que los ha puesto ahí llama la atención incluso fuera de España. Lo malo es que con sus mentiras convencen (engañan) a muchos y ellos lo saben. Por eso seguirán con su estrategia hasta que pierdan el control de este medio.
ResponderEliminarAgradezco tu comentario. No me tapo la nariz, pero a veces tengo que hacer un verdadero esfuerzo para contener la náusea. Tolero bien las ideas de los que no opinan políticamente como yo, incluso las respeto, pero me indiganan los ataques a los usos democráticos.
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