Oí el otro día con interés las declaraciones de Rita Barberá, puesta en escena del primer acto de la larga tragicomedia que se ve venir. Ha tardado algún tiempo en salir de detrás de los visillos de su casa, pero al final las presiones de unos y de otros la han obligado a dar la cara. Pausada en la expresión, elevando el tono de voz y frunciendo algo el ceño cuando convenía a su discurso, explicó a los españoles que para honrada ella. El Consistorio valenciano, a cuyo frente la exalcaldesa ha permanecido durante todo un cuarto de siglo, no ha cometido durante esa etapa ni una sola actuación fraudulenta. Por tanto, las docenas de imputados de la operación Taula no son otra cosa que víctimas de una gigantesca conspiración de la izquierda, que no perdona sus extraordinarios éxitos políticos a lo largo de tantos años.
Para no ser políticamente incorrecto, debería de empezar mencionando aquello de la presunción de inocencia; y como nobleza y buenas costumbres obligan, vaya tal suposición por delante. Lo que sucede es que en este caso, por muy correcto que uno pretenda ser, se pone muy difícil no decir aquello de algo huele a podrido en el estado de Dinamarca, un hedor tan insoportable que tira de espaldas. La indignación producida por lo que está apareciendo día tras día en determinados entornos del Partido Popular, no ya en la prensa sino en los autos judiciales, supera cualquiera de los enojos que hayamos sufrido los españoles como consecuencia de la corrupción desmadrada de los últimos años, que no es poca ni en cantidad ni en variedad.
Leí hace tiempo que había que distinguir entre vulgares chorizos y ladrones de guante blanco. Pero hay una tercera clasificación cuyos componentes no encajan bien en ninguna de las dos primeras, aunque compartan características de las dos. A falta de darle a esta categoría un nombre que la distinga de las otras, será preciso explicar en qué consiste. Está formada por aquellos que moviéndose en los estratos privilegiados de la sociedad –administraciones públicas, altas instituciones del estado, finanzas, ...- y por tanto candidatos a la categoría del guante blanco, utilizan procedimientos tan vulgares y rastreros que en realidad participan de las características de los chorizos. Solicitar donaciones a los colaboradores inmediatos para devolverles después el dinero en b es de un chabacano que espanta. Pero, lo que es peor, demuestra el grado de impunidad en el que creen moverse los delincuentes de esta categoría. Se han acostumbrado a la sinvergonzonería y la han convertido en el sustrato de su modus operandi.
Lo peor de todo esto es que esa impunidad existe en realidad. No lo digo acusando a nadie en concreto, sino que mi queja contempla el sistema. Una justicia lenta por falta de recursos y un ambiente de autoprotección de los políticos hacia los suyos hacen muy difícil llegar hasta el fondo de estos asuntos, muchos de los cuales se archivan, sobreseen o terminan en ridículas penas. En realidad, lo que estamos viendo estos días, ese desfilar constante de tantas y tantas personas por las salas de los juzgados de turno, aunque represente una esperanza en que el estado de derecho funcione, no son más que la punta del iceberg. La inmensa mayoría de esta masa de corrupción permanece sumergida bajo la superficie.
Pero volviendo a la rueda de prensa de Rita Barberá, supongo que a nadie le habrán pasado desapercibidas las frases de cariñosa gratitud que dirigió a sus “mayores”, cuando sólo le faltó decir aquello de no me hagáis tirar de la manta porque os dejo con el culo al aire. Eso a los “viejos”, porque a los “jóvenes”, a los que con loable esfuerzo, aunque por otra parte inútil, intentan cambiar la imagen de su partido, les recomendó prudencia, a falta de amenazas más explícitas.
A mí no sólo no me han convencido las palabras de Rita Barberá, sino que han conseguido acrecentar mis sospechas sobre lo que se oculta detrás de la operación Taula. Espero y confío en que termine saliendo toda la porquería oculta y que se haga la justicia que nos merecemos los españoles, los votantes del Partido Popular los primeros.