Cuando en política nos referimos a la vieja guardia de un partido, sabemos perfectamente de qué estamos hablando, del conjunto de militantes que pertenecen a la estructura orgánica desde su fundación o desde los primeros momentos de su andadura. Suelen constituir una élite dentro de la organización, sin más mérito añadido que la antigüedad de su militancia, veteranía que exhiben como signo diferencial para prevalecer sobre el resto de sus compañeros, por aquello de que a los fundadores no se les puede negar la pureza de sus intenciones.
De esto que acabo decir no se libran ni siquiera los de Podemos, a pesar de que no pertenezcan a la casta. El que hayan llegado a la política para arreglarlo todo, incluidos estos pequeños vicios relacionados con el escalafón, nos les impide comportarse como el común de los mortales. Sin ir más lejos, le oí decir el otro día a Juan Carlos Monedero, ante las cámaras de La Sexta y a propósito de ciertas declaraciones de Tania Sánchez que no compartía, que la conocida diputada de Podemos no estaba con ellos desde el principio, que había llegado más tarde. Lo expresó -supongo que porque el subconsciente lo había traicionado- con la intención de quitar valor a las manifestaciones de su compañera de filas, declarada errejonista. Como a mí me sorprendió que un político, al que debo considerar suficientemente inteligente como para no caer en estos errores de bulto, fuera capaz de apoyar sus críticas en la antigüedad de la militancia de alguien, estuve atento a las intervenciones de los tertulianos de turno, confiando en que alguno le afearía la alusión al escalafón. Pero no: pasó inadvertida, como la cosa más normal del mundo.
Yo supongo que a estas alturas a muchos se les habrá desprendido ya aquel velo que cubrió las mentes de tantos votantes durante un cierto tiempo. No estoy pensando en las ideas políticas de Podemos, que respeto como hago con las de cualquier opción política aunque no las comparta, me refiero al halo de pureza ética que decían que los acompañaba, como si ellos fueran los únicos cabales del universo, como si hubieran llegado para reformar las costumbres de raiz, acabar con los vicios políticos y liquidar lo rancio, antiguo y demodé que corroe el alma de los viejos partidos. Digo que supongo que muchos habrán despertado de aquel sueño, pero no estoy nada seguro, porque a veces la hipnosis es tan profunda que dura más de lo sospechado.
Ya son muchas las contradicciones de este tipo que se van encontrando en el proceder de los líderes de Podemos. Es muy posible que no llamaran la atención si no fuera por ese discurso de limpieza, de transparencia y de integridad ética con el que adornan sus discursos, contrapunto de la maraña de pecados de todo tipo y calibre que achacan a sus rivales. Seguramente estas debilidades pasarían desapercibidas, si en vez de la presunción ética que exhiben a todas horas usaran una terminología más humana, más de carne y hueso, más cercana a la realidad del mundo de la política. En definitiva, si se hubieran mostrado más cautos, menos ingenuos y sobre todo con los pies en la tierra. Pero no: ellos insisten en que han venido a acabar con la vieja política y a combatir las flaquezas de los demás; y claro, muchas veces, aunque no sea más que por contraste, se les ve la inmadurez.
En realidad lo que posiblemente suceda es que hayan descubierto la erótica del poder, ese placer indescriptible que debe de producir el pertenecer a la cúpula de una organización política, ser el amo y señor de las ideas de un colectivo humano. Pero como en esa cúpula no caben todos, porque los partidos resultarían inmanejables, pronto empiezan los codazos, las zancadillas y las patadas en el culo. Enseguida se inicia la lucha por el quítate tú para que siga yo.
A ver si va a resultar que los comportamientos que venían a erradicar no son sino una manifestación más de la naturaleza humana y por tanto ni ellos se libran de padecerlos. Lo sorprendente es que no se hayan dado cuenta hasta ahora y continuen con sus monsergas redentoras.