Supongo que eso de personificar las ideas o de, dicho de otro modo, identificarlas con determinadas personas es inevitable. Mucho me temo que se trate una debilidad de la mente humana, que ante la dificultad de asimilar todo un ideario político prefiere pensar en determinados líderes, depositar en ellos su absoluta confianza y dejarse de complicaciones que la superen. Me gusta lo que dice –confiesan algunos- y él sabrá lo que tiene que hacer.
Desde mi punto de vista se trata de una enorme equivocación, de un error mayúsculo, porque los idearios, sean de la índole que sean, son el resultado de la conjunción de infinidad de mentes pensantes, de profundos debates, de muchas pruebas y correcciones. Los líderes indiscutibles no existen, tan sólo son los encargados de llevar adelante las ideas del grupo que los ha puesto al frente. Por eso, cuando oigo hablar de fulanistas, zutanistas o menganistas se me llevan los demonios, porque percibo la sensación de que se esté poniendo antes el tejado que los cimientos, tengo la impresión de que se quiera construir un puente sin pilares que lo sustenten.
Los de Podemos ahora andan a la gresca. Parece como si se hubiera esfumado el perfume de pureza ideológica del que decían estar ungidos y, pasada la cándida ilusión inicial, empezaran a dedicarse a cosas menos elevadas, más de andar por casa. Desde mi punto de vista, nada tiene de particular el cambio de actitud, salvo que contradice aquello de que eran los únicos que no estaban contaminados por las viejas usanzas. No, ellos no eran la casta, eran algo muy distinto. Veremos que sucede en lo que han dado en llamar Vistalegre II. Espero que no acaben como el Rosario de la Aurora, que según dicen terminó a farolazos.
Pero en realidad el partido que a mí me preocupa en esto de la personalización de las ideas es el PSOE, el único que desde mi punto de vista se identifica con la socialdemocracia moderna y moderada, de corte europeo, ideología en la que anidan mis ideas. A mí, lo diré con absoluta claridad, no me gustan ni Pedro Sánchez ni Susana Díaz. No voy a enumerar las razones por las que ninguno de los dos cuenta con mi aprecio político (el humano lo tienen), entre otras cosas porque ni viene a cuento ni serviría de nada. Lo que de verdad ahora me interesa es que los socialistas españoles redefinan su ideario, clarifiquen sus objetivos y actualicen sus estrategias políticas. Eso es lo que necesita el PSOE en estos momentos y no otra cosa. Los nombres propios ya vendrán, pero acompañados de un programa renovado. Mejor dicho, para llevar a buen puerto ese programa, para sacarlo adelante.
Prefiero pensar que la táctica del retardo de fechas para el próximo congreso socialista responde a esta idea, a la de sentar las bases programáticas antes de elegir al líder. Si lo hacen así, si de verdad someten su situación de descalabro electoral a un profundo análisis, a una autocrítica sin cortapisas, marcarán la senda que conduce a la elección del líder. Pero en ese orden, no en el contrario. El nuevo secretario general deberá llevar adelante un programa y no, como parece que quieren algunos, ser él quien marque el rumbo. Los prejuicios personalistas pueden acabar irremisiblemente con el PSOE o al menos con sus posibilidades de gobernar a medio plazo, una vez más, en este país.
Sin prisas pero sin pausas recomienda el proverbio.
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