16 de diciembre de 2016

Te vas a enterar de lo que vale un peine (amenaza castiza)

Si no fuera porque soporto muy mal las amenazas -en primera, segunda o tercera persona del singular o del plural- el incidente entre Monedero e Yllanes del otro día, cuando el primero advirtió al segundo de que “ojito con lo que digas a partir de febrero”, me hubiera pasado inadvertido. Posiblemente lo habría considerado una bravuconada de mal gusto de uno y quizá un exceso de susceptibilidad del otro. Pero, ya digo, no tolero las intimidaciones, mucho menos cuando éstas proceden de quien aparentemente posee cierta posición de ventaja con respecto al amenazado. Pocos, muy pocos encontronazos tuve durante mi etapa profesional, pero si hubo alguno fue por causa de cierto intento de coacción de uno de mis directores de entonces. Hice frente a la amenaza (con el debido respeto) y el otro se la envainó.

Por eso, porque me rechinan las amenazas, he indagado algo sobre el incidente dialéctico entre los dos renombrados militantes podemitas, que, como es sabido, acabó con una explicación edulcorada de lo que quiso decir Monedero y una resignada aceptación de disculpas por parte del diputado Yllanes. Una forma muy política de zanjar un desencuentro profundo, que ante mis ojos no quita nada de hierro a lo que sucedió en el comedor del Congreso, donde, por cierto, se encontraba el primero sin que sea diputado. Al fin y al cabo los de Podemos están hechos de carne y hueso como los de la casta y utilizan las instituciones del Estado a su mejor conveniencia.

Lo que sucedió ese día responde a un estado de cosas que no debería pasarnos desapercibido porque tiene mucha enjundia. Monedero es un incondicional de Iglesias e Yllanes uno de los puntales más importantes de Errejón. Por tanto, se trata de  una personificación de la lucha interna que padece Podemos, que no es, como dicen algunos, un fraterno contraste de opiniones ideológicas, sino una dura refriega para hacerse con el poder interno del partido, un combate letal entre personas que aspiran a permanecer en la cúpula del partido a toda costa. Lo he dicho en alguna ocasión y lo vuelvo a repetir ahora: dejémonos de eufemismos cuando hablemos de política, que lo único que consiguen es confundir a los bienintencionados.

Yo no creo que existan diferencias de ideas entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, sino visiones distintas de la estrategia a seguir para romper su techo electoral. El primero cree que la pureza de sus ideas y la franqueza de sus intenciones obliga a llamar al pan pan y al vino vino, mientras que el segundo considera que ciertas actitudes o determinados mensajes espantan a muchos votantes. Pero en el fondo sus ideologías son idénticas, de manera que la abierta confrontación entre los dos no procede de la doctrina sino de algo más terrenal, de la poltrona, dicho sea en el sentido figurado de la palabra. Si Errejón y los suyos se descuidan, los radicales que arropan a Iglesias, junto con los llamados anticapitalistas (¿cómo se puede ser anti-algo y no pro-lo-que-sea?), terminarán arrebatándoles su estatus en el partido.

De todas formas, si yo fuera de Podemos no me alarmaría demasiado. Si uno lee entre líneas, llega a la conclusión de que al final habrá paz, porque en realidad los dos líderes se necesitan. Interpretarán un debate programático de altura, compondrán unas listas para su ejecutiva que contentarán a todos en mayor o menor medida y aquí paz y después gloria.

Al fin y al cabo lo mismo que sucede en los demás partidos. Lo sorprendente en este caso es que ellos no sean de la casta.

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