Estoy leyendo un ensayo escrito por el conocido historiador israelí Yuval Noah Harari, titulado Homo Deus (Breve historia del mañana), algo así como la continuación de Sapiens, un libro al que ya me referí aquí hace algún tiempo. Todavía es pronto para que me atreva a emitir un juicio sobre el contenido, que siempre será tan subjetivo como pueda serlo cualquier opinión humana; pero en las primeras páginas leo un interesante razonamiento que me ha llamado con fuerza la atención y no quisiera pasar por alto.
Dice así: Los terroristas son como una mosca que intenta destruir una cacharrería. La mosca es tan débil que no puede mover siquiera una taza. De modo que encuentra un toro, se introduce en su oreja y empieza a zumbar. El toro enloquece de miedo e ira, y destruye la cacharrería. Eso es lo que ha ocurrido en Oriente Medio en la última década. Los fundamentalistas islámicos nunca hubieran podido destruir por sí solos a Sadam Husein. En lugar de ello, encolerizaron a los Estados Unidos con los ataques del 11 de septiembre, y Estados Unidos destruyó por ellos la cacharrería de Oriente Medio. Ahora medran entre las ruinas. Por sí solos, los terroristas son demasiado débiles para arrastrarnos de vuelta a la Edad Media y restablecer la ley de la selva. Pueden provocarnos, pero al final todo dependerá de nuestras reacciones. Si la ley de la selva vuelve a imperar con fuerza, la culpa no será de los terroristas.
El terrorismo en realidad, como dice Hariri, es una provocación, una estrategia que persigue conmocionar a los enemigos para que mediante la destrucción indiscriminada acaben siendo destruidos. En los casos de Irak y Siria, a los que se refiere el autor de Homo Deus, las consecuencias de las desproporcionadas medidas que tomó George Busch –con la ayuda del escurridizo Tony Blair y el inefable José María Aznar- las estamos pagando ahora. Las horribles guerras que asolan estos países, con docenas de miles de muertos y heridos y millones de desplazados, y con la amenaza terrorista en las calles de nuestras ciudades, no son sino la consecuencia de aquella irresponsable decisión. Los terroristas sabían muy bien lo que hacían al meterse en la oreja del toro.
En España, la mosca de ETA llegó a poner nervioso al toro del Estado, pero no lo suficiente como para que hubiera entrado despavorido en la cacharrería. La sensatez se impuso y no se tomaron medidas desproporcionadas, a pesar de que no eran pocos los que las pedían. La victoria se consiguió sin provocar daños mayores, aunque para ello tuviéramos que sufrir durante unos años el acoso salvaje y asesino de los terroristas. Afortunadamente los episodios del GAL y otros parecidos no significaron más que tristes gotas en el océano de la estrategia general. Primó la cordura.
Hay un refrán que me viene a la cabeza, el de que no se deben matar pulgas a cañonazos, recomendación que casaría aquí ni que pintada; y un pasaje de la mitología griega, aquel de la caja de Pandora, que encaja perfectamente con la anterior reflexión de Hariri. Las medidas desproporcionadas suelen acarrear males mayores que los que se pretende combatir. Además, y por si fuera poco, nunca se debe entrar en terrenos poco conocidos. El trío de las Azores mató pulgas a cañonazos y abrió la caja de Pandora.
Y así nos va.
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