20 de diciembre de 2016

El lenguaje de los cursi-repelentes

Le tengo tanto respeto a las palabras, a la expresión oral o escrita, que cuando detecto alguna incorrección en el lenguaje se me altera el pulso. La pobreza de estilo, la falta de vocabulario o incluso la zafiedad expresiva están a la orden del día en nuestra sociedad, circunstancia que en nada favorece a mi tensión arterial, ya de por sí alta gracias a la herencia genética. Pero por si lo anterior no fuera suficiente para poner a prueba la condición de mis arterias, en los últimos años, quizá como un erróneo intento de contrarrestar lo anterior, está apareciendo un estilo en los mensajes de los políticos que, a falta de encontrarle un adjetivo mejor, denominaré cursi-repelente. Quizá algunos ejemplos me ayuden a explicar lo que pretendo decir.

Hace ya algún tiempo, unos políticos, de cuyo nombre no me he olvidado pero prefiero no referir por ser un dato irrelevante para mi propósito de hoy –de la cursi-repulsión se libran pocos,- trajeron al lenguaje normal la expresión poner en valor.  No les bastaba el verbo valorar o las expresiones destacar o señalar el valor. No: había que inventar algo nuevo, alguna expresión que epatara, que aumentara el caché del orador. Ahora, cuando algunos cursi-repelentes quieren destacar las cualidades de alguien o de algo, recomiendan que se ponga en valor la naturaleza de las mismas. Una cursi-repelencia que se ha extendido en el lenguaje sin contención, como lo hacen las mareas negras.

Sin embargo, algunos de los que utilizan éste barbarismo, al mismo tiempo son incapaces de encontrar algún adjetivo distinto de la palabra importante. El otro día, sin ir más lejos, oí en boca de un político la siguiente noticia: “en una importante operación policial, las fuerzas de orden público detuvieron a tres individuos que custodiaban un importante arsenal de armas. Hay que poner en valor la importante actuación de los investigadores”. Es cierto que la noticia no deja de tener su importancia, pero no hubiera estado de más utilizar algún calificativo distinto del comodín importante, aunque sólo fuera para demostrar que uno dispone de un vocabulario algo más amplio.

Otros, en este caso de formación jurídica, han puesto de moda la expresión trasladar, en lugar de lo que realmente quieren decir: informar o comunicar. Le he trasladado al ministro la felicitación de los funcionarios, o le trasladaré al presidente la petición que me han hecho los damnificados. Hasta ahora se trasladaba tan sólo en el ámbito de la judicatura y se informaba o se notificaba en el lenguaje normal. No es lo mismo trasladar un auto judicial que comunicar una noticia.

Pero lo peor estaba por venir y ha llegado. Ahora ya no hay pluralidad sino representación coral. Y claro, de coral, coralidad, coralista y toda una sarta de derivados ridículos y malsonantes, que ni están en el diccionario de la lengua ni creo que lleguen a estarlo alguna vez. No sé de dónde se habrán sacado algunos líderes esta expresión cursi-repelente, que yo sólo había oído antes aplicada a determinados argumentos de la literatura o del cine, cuando se quiere expresar con lo de coral que hay un número considerable de personajes. Pero oír que un congreso político es coral, o que las tendencias estarán representadas con coralidad o de manera coralista, es muy duro de soportar. Y últimamente lo estoy oyendo con mucha frecuencia y, por cierto, siempre a los mismos.

La verdad es que no sé por qué me empeño en denunciar estas agresiones al lenguaje, sabiendo de antemano que no sirve de nada hacerlo.

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