No digo que el contraste de opiniones sea desaconsejable. Lo que digo es que no se puede estar permanentemente discutiendo lo acordado, porque así no se avanza. La democracia interna está muy bien, nunca lo negaré, pero no hasta el extremo de discutir al día siguiente lo acordado el día anterior. Cuando esto sucede es porque hay una indefinición programática que suscita la continua disidencia, la indisciplina y el transfuguismo. Y así, con tales premisas, no es posible hacer política. Quizá se pueda hacer activismo social y movimientos callejeros, pero no política, que es la única vía que existe para sacar adelante los programas que se defienden.
El origen de este partido ha sido tan explicado que queda muy poco por añadir. Un grupo de progresistas descontentos con la deriva acomodaticia del PSOE decidió, hace pocos años, aprovechar el malestar popular para fundar una organización política que pudiera concurrir a las elecciones en todos los niveles, estatal, autonómico y local. No había credo, o si lo había era una mezcla de comunismo, de revisionismo, de anarquismo, de anticapitalismo y de socialismo ultraradical. Las fronteras ideológicas nunca estuvieron claras, lo que ha originado en unos el desconcierto y en otros la indisciplina. No obstante, sí se ha dado una especie de culto a la personalidad, la peor de las recetas para crear espíritu de grupo, porque las disidencias se convierten en rivalidades personales.
El caso de Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, es paradigmático. Aunque en las anteriores elecciones municipales se presentó apoyada por Podemos, desde el primer momento quiso dejar claro que su posición política era independiente de la formación de Pablo Iglesias. Sin embargo, los líderes de éste partido han manipulado con cierta frecuencia la posición ideológica de la edil madrileña, presentando sus éxitos como propios, algo así como si el “carmenismo” fuera una confluencia más de las que componen el partido. Y esa falta de rigor por parte de sus aliados la ha llevado a crear su propia plataforma electoral, Más Madrid, independiente de la influencia de Podemos, aunque éste la apoye. A nadie se le escapa que a juicio de Carmena la excesiva concordancia con este partido la perjudicaba electoralmente. Ella sabe que goza de reconocido prestigio -incluso, y ya es decir, entre algunos conservadores moderados- gracias a su independencia, y lo único que pide es el voto de los ciudadanos, no el apoyo de los partidos.
La falta de unidad programática, la falta de disciplina interna -lo he dicho al principio y ahora lo repito-, es letal para los partidos políticos. Y a Manuela Carmena no se le escapaba lo que estaba sucediendo a su alrededor.
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