19 de enero de 2019

Que viene el coco

Yo les aconsejaría, con la debida humildad, a los dirigentes de los partidos de la izquierda que dejaran de mentar la bicha y recompusieran sus estrategias. Vox está ahí, su presencia es preocupante -no lo voy a negar-, pero no deja de ser una formación política inscrita en un sistema democrático, el nuestro, que digan lo que digan los agoreros funciona. Y en una democracia existen carriles legales por los que hay que circular, se quiera o no. Además, que nadie se lleve a engaño, lo que defienden, salvo algunas estridencias malsonantes y malolientes, ya lo defendía el ala derecha del PP y lo sigue defendiendo ahora. Por tanto, a qué tanta sorpresa.

Otra cosa es que algunos líderes de la izquierda pretendan ocultar sus fracasos políticos tratando de desviar la atención hacia donde les interesa. Pero en mi opinión se equivocan, porque lo que toca ahora es reconocer errores, definir políticas y no perder el norte. No es fácil, ya lo sé, porque el día a día continúa y hay muchos frentes abiertos. Pero no vendría mal que, mientras se continúa haciendo política social desde la Moncloa, se intenta aprobar los presupuestos y se mantienen a trancas y barrancas las conversaciones con los separatistas catalanes, el PSOE resolviera sus diferencias internas, dejara clara su posición en los asuntos más sensibles y explicara la nítida diferencia que para los ciudadanos supone estar gobernados por políticos neoliberales conservadores o por socialdemócratas progresistas.

En su día pensé y escribí que la aparición de Podemos le iba a hacer daño a la izquierda en su conjunto. Ahora, pasado algún tiempo, me reafirmo en aquel pensamiento. Mientras que los partidos de la derecha son capaces de llegar a alianzas que les permita gobernar -porque no tienen complejos ideológicos y si los tienen los disimulan-, los de la izquierda son mucho más celosos de sus identidades y no se prestan con facilidad a apaños coyunturales. Por eso, desde el partido socialista se mira con reticencia el radicalismo de Pablo Iglesias y, por eso también, Podemos no cesa de aguijonear al PSOE. Su actual concordancia es sólo momentánea, propiciada por el voto de censura necesario en su momento para sacar al PP del poder. Pero nada más, porque los planteamientos de los dos partidos están tan lejos el uno del otro que cualquier acuerdo se encontrará siempre en equilibrio inestable.

La única posibilidad de que la izquierda gobierne depende de que el PSOE afiance su hegemonía y consiga una mayoría abultada en el Congreso, una posición que le permita aprobar leyes mediante pactos puntuales, si no permanentes. La creación de una alianza progresista, siento decirlo, es imposible, no hay más que mirar alrededor. Podemos buscó en su día con ímpetu el sorpasso, pero no lo consiguió. No sólo eso, sino que a partir de unos evidentes triunfos iniciales pronto se desinfló. Y ahora, en una coyuntura tan difícil para el progresismo como es la actual, diera la sensación de que se deshace por momentos. Lo del ingenuo romanticismo de las convergencias y del asambleísmo no ha funcionado; y, en mi modesta opinión, nunca funcionará.

España ya no es aquel país que olía a pueblo como cantaba la inolvidable Cecilia. España es un país con una extensísima clase media, mucho más informada que la de hace cuarenta años, que ya no cree en cantos de sirena. Sigue haciendo falta una izquierda fuerte, porque sigue habiendo enormes desigualdades que corregir y grandes retos que afrontar en las prestaciones sociales. Pero esa socialdemocracia, la que logró movilizar con ilusión a una inmensa mayoría del país en los ochenta y en los noventa, tiene que dejar a un lado las utopías inalcanzables, debe pisar la tierra de la realidad y está obligada a avanzar paso a paso. Necesita, ya lo he dicho, redefinir su estrategia sin perde un minuto.

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