11 de enero de 2019

Salvemos el puente del pantano de Santolea

Hace unos días me invitaron a sumarme a la reivindicación emprendida por un colectivo que pretende salvar de la destrucción un viejo puente que, hasta hace un mes o poco más, permanecía sumergido bajo las aguas del pantano de Santolea, el extraordinario lago artificial situado en el término municipal de mi querido Castellote. Las obras para construir una nueva presa, que sustituya y mejore en su función a la actual sin destruirla, ha obligado a vaciar el embalse por completo, de manera que el paisaje que ahora se puede contemplar es el mismo que disfrutaban mis abuelos y mis bisabuelos, un enigmático cañón rocoso, entre impresionantes farallones calcáreos, por donde antes fluía libre el río Guadalope y a través del cual serpenteaba la vieja carretera que permitía el acceso a las masadas diseminadas por aquellos parajes y a los pequeños núcleos rurales situados aguas arriba. Ni que decir tiene que me adherí a la iniciativa sin dudarlo.

Digo esto porque soy un convencido partidario de preservar el patrimonio cultural, como lo soy de proteger el entorno natural. Pero eso no significa que me oponga al progreso. Las obras del mencionado pantano hay que hacerlas, porque significan progreso, bienestar y contribución a la mejora de la calidad de vida de muchas personas. Aunque ya se han silenciado, desde que se empezó a oír hablar de este proyecto se alzaron voces en contra, ante el temor de que supusiera una agresión paisajística, un atropello medioambiental. Yo nunca lo percibí así, porque más agua embalsada y más energía disponible no contaminante no tiene en principio que significar un ataque al medio ambiente, siempre que se hagan  las cosas como se deben hacer. Estoy convencido, además, de que aquel maravilloso entorno natural mejorará en belleza paisajística.

Nunca me ha parecido que sobraran las organizaciones ecologistas, sino todo lo contrario. Las tenaces y valientes luchas que mantienen para denunciar los desmanes que tantas veces comporta la ambición empresarial son de agradecer, porque sirven de contrapunto a las barbaridades. Pero una cosa es delatar las agresiones al medio ambiente y otra muy distinta oponerse de forma indiscriminada a cualquier iniciativa de progreso. Seguiríamos como estábamos hace siglos si no se hubieran construido embalses, si no se hubieran trazado autopistas, si no se hubieran horadado túneles, si no se hubieran erigido puentes. El progreso material, cuando redunda en el bienestar de los ciudadanos, necesita iniciativas públicas de este tipo. Y hay que afrontarlas sin lugar a dudas. Con controles, por supuesto, pero sin absurdas cortapisas.

Recuerdo que hace unos quince o veinte años, cuando se iniciaron las obras para reformar la carretera que desde Castellote conduce al pantano de Santolea -y que desde allí se adentra en la abrupta comarca del Maestrazgo turolense-, se alzaron voces, a mi juicio injustificadas, por el supuesto destrozo que aquellas actuaciones causarían al entorno. La carretera antigua, cuyo trazado original debía de datar del siglo XVIII, era tortuosa y estrecha, y había que mejorarla necesariamente, no sólo por el peligro que suponía circular por ella, también por la velocidad tan lenta a la que estaban obligados los conductores. La obra se hizo, se abrieron trincheras para eliminar curvas, se amplió la anchura, se asfaltó de nuevo el firme, y el viejo camino se convirtió en una carretera digna. Y el entorno, algo descarnado al principio como consecuencia de los movimientos de tierras, se ha repoblado de manera natural. Ahora nadie diría que por allí pasaron hace muy pocos años las excavadoras.

Protejamos el entorno, conservemos el patrimonio cultural, pero no nos convirtamos en radicales talibanes del inmovilismo. Y salvemos el puente de Castellote, que, según parece, era el nombre por el que lo conocían los habitantes del desaparecido pueblo de Santolea cuando se referían a él.

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