13 de marzo de 2019

Alirongo, alirongo, alirongo; la chaqueta me la quito y me la pongo

Hace muchos, muchísimos años –debió de ser a finales de los cincuenta del siglo pasado, cuando yo todavía era un ingenuo jovenzuelo capaz de dejarse impresionar por las cosas más nimias-, vi una película cuyo argumento no recuerdo, salvo que el protagonista, un zíngaro afincado en los Estados Unidos, cambiaba tantas veces de chaqueta –en el sentido literal de la expresión- que la variedad de modelos que lucía llegaba a convertirse en uno de los ingredientes más llamativos de la trama. En realidad se trataba de alguien que intentaba adaptarse al ambiente que lo rodeaba y que, como consecuencia, había llegado a la conclusión de que, si quería alcanzar sus objetivos sociales, no tenía más remedio que vestir en cada momento la moda que imperara. Albert Rivera y su coro de fieles me recuerdan aquella película. Sus constantes cambios de directriz política, sus alianzas a diestra y a siniestra se parecen mucho a la actitud de aquel personaje cinematográfico, que cambiaba de atuendo tan sólo guiado por sus ansias de incorporarse a un mundo extraño para él.

A mí me resulta tan descarada la errática y cambiante actitud de Ciudadanos, que no puedo entender las dudas de aquellos que dicen ser progresistas y contemplan esta opción con complacencia. Me resulta incomprensible que personas de izquierdas consideren la posibilidad de dar su confianza a un partido que, además de errático y voluble,  es, como dicen los castizos, más de derechas que el grifo del agua fría.

Sin embargo, puedo llegar a comprender que los votantes de la derecha de toda la vida, a la vista de lo visto busquen amparo en un partido parecido al suyo de siempre, por aquello de vamos a probar. Al fin y al cabo Ciudadanos se parece tanto al PP que no se precisan demasiadas escusas mentales para mudar de lealtad, ya que en realidad estamos hablando de lo mismo. Pero, insisto, no me entra en la sesera que una persona progresista -a la que se le supone la intención de sacar a España mediante su voto de la desigualdad social a la que los avatares históricos y la reacción conservadora la han llevado- se plantee esta alternativa. O mejor dicho, puedo entenderlo dede dos puntos de vista, o porque en realidad nunca haya tenido clara la idea de lo que significa progreso social o porque la tenaz propaganda de las derechas le haya hecho dudar.

No comprendo cómo estos tránsfugas no se dan cuenta de que los de Albert Rivera están dispuesto a pactar con la ultraderecha, ni de cómo durante meses estuvieron tapando la corrupción que rodeaba a Mariano Rajoy, ni de  los mensajes conservadores que lanzan a los cuatro vientos en sus proclamas electorales, ni de los intentos de pactos –o mejor dicho pactos consumados- con quien se les ponga  a tiro. Me resulta incomprensible que no les alarmen los llamativos y descarados cambios de chaqueta con los que nos sorprenden un día sí y otro también. No entra en mis cabales.

Postdata: cuando estaba a punto de pulsar intro para publicar esta entrada, me ha venido a la memoria el título y los protagonistas de la película a la que me refería arriba. Se titulaba Sangre caliente y la protagonizaban dos grandes de la época, Cornel Wilde y Jane Rusell. ¡Qué tiempos aquellos, cuando cambiar de chaqueta era sólo un atractivo cinematográfico!

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