15 de marzo de 2019

El abuso del lenguaje inclusivo

Es cierto que la evolución del lenguaje a lo largo del tiempo ha venido marcada, entre otros muchos factores que afectan a la construcción de los idiomas, por los cambios sucesivos de costumbres y por la mentalidad imperante en cada momento. No en vano los humanos somos quienes construimos día a día la forma de expresarnos y por tanto nada tiene de particular que nuestra manera de percibir la realidad social haya ido dejando huella en el habla. Pero lo contrario, creer que mediante la modificación de la gramática se pueden cambiar los comportamientos humanos es, como poco, ingenuo.

Por eso, no tiene ningún sentido intentar ahora manipular el idioma con forzadas expresiones supuestamente feministas, persiguiendo un cambio en las costumbres sociales a través de la modificación del lenguaje. El uso del masculino como genérico de la clase referida es el que todos entendemos y el que además, por si fuera poco, defiende la Academia. Cuando ahora oigo a ciertas mujeres decir “nosotras” para referirse a un colectivo formado por hombres y mujeres, no puedo evitar que me parezca ridículo. Me suena como si alguien, al hablar del conjunto que forma con su pareja heterosexual, dijera “a las dos nos gusta el cine” o “las dos desayunamos a la misma hora". Ridículo, ¿verdad?

De  los miembros y las “miembras” que dijo hace tiempo alguna ilustre ministra y de los portavoces y las “portavozas” que hemos oído decir a cierta líder de ahora, no voy a hablar para evitar desternillarme. Estos casos, además de ser hilarantes, demuestran ignorancia en grado muy elevado. Ni siquiera se justifican como forma de llamar la atención sobre la discriminación machista. Son simplemente barbaridades lingüísticas, desatinos gramaticales, vulgaridades que descalifican a quien las utiliza.

Siempre se ha dicho al iniciar un discurso o una conferencia “señoras y señores” a modo de cortesía introductoria. Pero la utilización reiterada de expresiones como “nosotros y nosotras”,  “trabajadores y trabajadoras”, “asalariados y asalariadas" o “espectadores y espectadoras” resulta cansina a los oídos, quizá no sólo por un principio de economía del lenguaje -como explican los académicos-, también porque se trata de redundancias innecesarias en la comunicación verbal. Si siguiéramos esa norma, deberíamos decir: “los padres y las madres o los tutores y las tutoras de los niños y las niñas que estudian en este colegio pueden pasarse por Administración para pagar la cuota correspondiente a los alumnos y a las alumnas”. O también: "los hombres y las mujeres deben educar a sus  perros y a sus perras o, en su caso, a sus gatos y a sus gatas, para que no molesten a sus vecinos y a sus vecinas”.

Hoy, sin ir más lejos, he oído a una conocida líder referirse a su partido como Unidas Podemos. Si siguieramos esta nueva costumbre,  la capital de Suecia podría llamarse dentro de poco Estocolma y la de Francia Parisa. Al fin y al cabo se seguiría la misma norma que la mencionada dirigente ha utilizado para feminizar un nombre propio, el de una organización política. 

Que nadie confunda el feminismo con este burdo ataque al idioma, porque le hará un flaco favor a la causa que reivindica la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Dará pretexto a los machistas para que se burlen de sus pretensiones.

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