Es curioso observar el tratamiento que los líderes conservadores intentan dar a algo en principio tan falto de adscripción política como es el movimiento feminista, sólo porque las reivindicaciones que lo sustentan han tenido origen a lo largo de la Historia en partidos de carácter progresista. Resulta chocante su crítica constante a quienes defienden la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Un auténtico esperpento que, entre otras cosas, demuestra que no saben o no quieren saber qué significa la palabra feminismo. En las últimas semanas he oído, en más de una ocasión y en boca precisamente de mujeres, esa frase tan redonda de “yo soy femenina pero no feminista”, como si se tratara de dos conceptos antagónicos. Lo dicho: ignorancia supina.
Aunque cada una de las tres facciones en las que se ha dividido la derecha española lo haga a su manera, todas coinciden en ningunear la lucha por alcanzar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Deben ver en el feminismo la mano oculta del rojerío y, en consecuencia, les entran indisimuladas inquietudes, a veces incluso grotescas. Oír hablar de feminazis –termino que tiene origen en el ultraconservador tea party norteamericano- produce sonrojo, sobre todo viniendo de quien viene. Despreciar las discriminaciones positivas, como la de la paridad entre hombres y mujeres, argumentando que lo que debe imperar es el mérito y no el sexo, resulta ridículo. Bastaría con echar un vistazo a la lista de los siete magistrados que componen la sala que está juzgando a los del procès -sólo hay una mujer entre ellos-, para comprender lo que en realidad sucede en nuestra sociedad. En la judicatura, más de la mitad de sus integrantes pertenecen al sexo femenino. Las mujeres, se diga lo que se diga, no tienen las mismas facilidades que los hombres para alcanzar altos puestos de responsabilidad.
Lo que en realidad ocurre es que a la hora de la verdad el alma conservadora no acepta la igualdad de derechos entre los dos sexos. La educación sexista, enraizada durante siglos en nuestra sociedad, ha logrado crear un estereotipo de mujer sumisa, dependiente del hombre, cuidadora de sus hijos, recatada y modosa. Lo que significa que sus ansias de emancipación y la lucha por la igualdad de oportunidades con las de los varones rompen los moldes del cómodo statu quo al que muchos están acostumbrados. ¿A qué viene tanta reclamación, tanto ruido, si así estamos muy bien? –dicen algunos-. ¿A dónde nos quieren llevar estas extremistas con tanta algarabía callejera, con tanto alboroto, con tanta bulla? –piensan otros, aunque no lo digan en voz alta-.
En cualquier caso, la revolución feminista está en marcha y no hay quien la pare. Por eso, no acabo de entender la torpeza de esos líderes conservadores que, o la combaten con mensajes trasnochados, más propios de catequistas decimonónicos que de políticos del siglo XXI, o en el mejor de los casos se ponen de lado como si aquello no fuera con ellos. Se están equivocando, porque, aunque haya muchas mujeres con el alma machista –femeninas y no feministas-, la inmensa mayoría está convencida de que para salir del lugar al que la sociedad las ha relegado tienen que gritar cada vez más fuerte.
Yo, que soy feminista –aunque lamentablemente conserve dejes machistas, porque así fui educado y no es fácil quitarse de encima ciertos estigmas- me congratulo de los avances en materia de igualdad de oportunidades que se van consiguiendo día a día, y no me cansaré de denunciar a los que combaten activa o pasivamente el feminismo. Por eso, ahora mismo me voy a sumar a la manifestación convocada.
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