5 de marzo de 2019

¿Qué es el populismo?

A falta de encontrar una definición sobre la palabra populismo que me convenza, voy a permitirme dar una de mi invención, que, sin contradecir a las oficiales y semioficiales que circulan entre los que de esto saben mucho más que yo, me resulta clarificadora. Populismo es decirle al pueblo cosas simples, auténticas perogrulladas, que, además de que por sencillas cualquiera las puede entender, regalan los oídos de aquellos que tienen muy pocas ganas de perderse en disquisiciones complejas. Dos características fundamentales, la simplicidad intelectual de los mensajes y la predisposición de la audición a oírlos. No importa si lo que se dice es falso o verdadero, lo fundamental aquí es que se entienda con facilidad y a la vez deleite los oídos.

Es evidente que populismo es una palabra de corte peyorativo. Quien la utiliza transmite la acusación de falta de rigor hacia el que lanza las proclamas populistas y tacha de ingenua ignorancia a quien las acepta. El populismo es transversal, se da tanto en la izquierda como en la derecha. Cada uno con su estilo, por supuesto, porque mientras que los primeros hablarán de los remedios infalibles para sacar a los más desposeídos de la miseria, de la redención social y de otras promesa liberadoras, los segundos usarán conceptos grandilocuentes, como ese tan en boga ahora de no se puede pactar con los enemigos de España, con el terrorismo separatista . Dos ejemplos que a mi modesto entender ilustran mi definición de populismo.

Los populistas tienen la gran ventaja de que no necesitan ser demasiado creativos con sus eslóganes. Repiten incansablemente los mismos lugares comunes, bombardean a quien les oye con tópicos simplistas, machacan a los cándidos que los escuchan con “verdades como puños”, por aquello de que el que insiste deja huella. Además, no cambian demasiado el contexto de los mensajes, no vaya a ser que los oyentes se despisten. Dicen: mantengámonos en la misma línea y no mareemos la perdiz con complicaciones innecesarias, porque quizá terminen no entendiéndonos.

A veces el populismo se confunde con la demagogia, pero son cosas distintas. Según los eruditos, esta última es la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. Los populistas cuentan de antemano con ese afecto, el de los seguidores de la simplicidad, el de los que huyen de la complejidad intelectual. La demagogia además no tiene por qué basarse en falsedades, mientras que el populismo se sustenta en la mentira o en las medio verdades. La demagogia, aun siendo una corrupción de la práctica política, no es tan burda como el populismo, no es tan grosera. Otra cosa es que los populistan en ocasiones también practiquen la demagogia

Estamos rodeados de populistas por los dos extremos del espectro político y por alguna de sus meridianas centrales. Su insistencia es machacona, produce vergüenza ajena. Y lo peor no es eso, lo peor es que compiten entre ellos con los mismos eslóganes, con idénticas falsedades, con iguales dejes. Nadamos, si se me permite la hiperbólica metáfora, en un mar de gigantescas olas populistas.

Vayamos con cuidado, porque corremos el riesgo de ahogarnos todos. O quizá no, porque pudiera ser que se salvaran sólo los rigurosos, los que no acuden a prácticas populistas.

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