A la derecha española, con tanta dispersión sobrevenida, no le van bien las cosas en los sondeos. En realidad lo que mantienen entre ellos son sólo pequeñas diferencias, muchas de ellas ni siquiera ideológicas, matices tan sutiles que, si no fuera porque tengo buen oído y distingo las voces de sus líderes con claridad, en muchas ocasiones no sabría ponerle nombre al autor de la ocurrencia de turno. Tanta es la similitud de su estilo, que se me ha ocurrido proponer un concurso televisivo o radiofónico que se titule: “Adivine quién ha dicho la siguiente frase”. El concursante debería elegir entre tres opciones: A) Santiago Abascal, B) Pablo Casado y C) Albert Rivera. La pregunta, por poner un ejemplo, podría ser: ¿Quién dijo, refiriéndose al presidente del gobierno: “los que quieren destruir España”?. El premio podría ser sustancioso, ya que la probabilidad de acertar es tan baja que el bote se iría incrementando día a día. Voy a ver si me pongo en marcha con la idea.
Una de los mayores logros de Manuel Fraga fue darle un tono a sus discursos capaz de regalar los oídos de un gran parte de los votantes conservadores, desde el franquismo sociológico hasta el centro derecha colindante con el centro izquierda. Sus mensajes eran tan hábiles para no comprometer demasiado las intenciones subyacentes, que logró aglutinar tras las siglas del PP a una amplia mayoría de españoles. Después, como es sabido, José María Aznar consolidó en las urnas el resultado de la estrategia de su antecesor.
Sin embargo, ya se sabe que todo lo que implique tensión interna provoca escisiones. Esta es una realidad que no sólo afecta a la derecha, también a la izquierda. Pero hoy me toca hablar de la primera, que hasta ahora parecía inmune al riesgo de dividirse, pero que en estos momentos semeja un candelabro de tres brazos, con tres velas que compitieran entre sí para ver cuál brilla más, cuál produce mayor luminosidad. Y lo malo -o lo bueno según quien mire- es que pueden terminar consumiéndose las tres y dejar a los conservadores en la más triste de las penumbras. Aunque lo más probable será que, aunque cada una de las luminarias se quede en poco, unan sus exiguas luces para tratar de sobrevivir. Ya lo hemos visto en Andalucía.
El PP de Fraga, de Aznar y de Rajoy ya no existe. En parte porque las derechas colindantes lo están limando por sus respectivos flancos, el de la extrema derecha, que ha perdido por completo los complejos, y el de los que se dicen liberales, aunque no expliquen a nadie a qué liberalismo se refieren. Pero también porque un nuevo líder, envalentonado con su éxito congresual, se ha tirado al monte de la intolerancia, de la falta de sentido de la prudencia y de los modales antisistema. No le auguro, y mira que no lo siento, un buen resultado en las urnas.
De Ciudadanos ya he hablado hace poco. Además de más voluble que el humo del cigarro de Groucho Marx, miente. Su líder, Albert Rivera, se permite la osadía de declarar en pantalla –parece que con poca audiencia- que Pedro Sánchez les prometió a los secesionistas catalanes un indulto. Demuéstrelo, señor Rivera, si tiene lo que hay que tener, y déjese de paparruchas.
De Vox prefiero no hablar, porque poco hay que decir. En todo caso si quiero confesar que lo veía venir. Sus votantes estaban en el cuarto trastero del PP y ahora van saliendo uno a uno. No es una tendencia nueva, si acaso una corriente que no había aflorado gracias a la habilidad, como he dicho antes, de algunos de los dirigentes anteriores del Partido Popular. Pero Pablo Casado, con sus actitudes extremistas, les ha iluminado el camino.
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