1 de marzo de 2019

Prejuicios enraizados

Parece ser que Einstein dijo en alguna ocasión que es más fácil desintegrar un átomo que deshacer un prejuicio. Soy muy escéptico respecto a las autoría de las citas de los famosos, pero, lo dijera o no el conocido científico, el aserto desde mi personal punto de vista es cierto. Cuando determinadas ideas anidan en el imaginario colectivo no hay fisión nuclear que las deshaga. Es el caso de la confusión tan generalizada entre “lo catalán” y “el separatismo catalán”. Estoy convencido de que muchos españoles se acercan al grave problema del separatismo bajo la influencia de un sentimiento anticatalán, tan inconcreto y difuso como real. Supongo que decir lo que acabo de decir es políticamente incorrecto, porque son muy pocos los capaces de reconocer que profesan esta debilidad. Sin embargo es lo que me dicta la experiencia, que, permítaseme la vanidad, en este asunto no es pequeña.

Es cierto que la hosca, desagradable e incluso en ocasiones grosera defensa que hacen algunos separatistas de sus pretensiones contribuye a realimentar  el prejuicio, por aquello de “qué se puede esperar de los catalanes”. Pero eso no justifica la confusión. Es una lástima, la verdad, porque mientras no seamos capaces de distinguir las churras de las merinas la bola se irá haciendo cada vez mayor y terminará aplastándonos a todos. Por eso conviene hablar de este asunto, proclamar que los catalanes son tan españoles como los demás, pero reconociendo al mismo tiempo  sus peculiaridades, su cultura y su lengua, en vez de fomentar de manera indirecta el extremismo separatista mediante agravios centralistas. La Constitución, de la que todos hablan y muy pocos han leído, reconoce la diversidad de los pueblos de España y, en consecuencia, dibujó el Estado de las Autonomías. Proponer un paso atrás, como ahora proponen los líderes de las derechas, es anticonstitucional, tanto como pretender alcanzar la independencia saltándose las leyes. Ni más ni menos. Conviene no olvidarlo.

Se necesita menos vísceras y más inteligencia. Menos prejuicios y más objetividad. Negociar no es anticonstitucional, aunque se negocie con anticonstitucionales, aunque se negociara con el mismísimo demonio. No lo es porque, mientras no se acuerden medidas que vulneren las leyes, no se cruzan las fronteras entre la legalidad y la ilegalidad. Los negociadores oyen las propuestas del contrario, discuten su viabilidad, intentan llegar a acuerdos que teniendo el mismo resultado práctico no violenten la legislación vigente, procuran entender las razones del otro. En definitiva, usan la capacidad de raciocinio en vez de la amenaza y la fuerza.

Tampoco es anticonstitucional aspirar a la independencia por vías legales, es decir dentro del marco constitucional. No olvidemos que existen mecanismos que permiten modificar la Constitución. Lo que resulta absolutamente anticonstitucional es elegir vías unilaterales, saltarse las leyes, desoír las decisiones de los tribunales de justicia, celebrar referendos ilegales. Pero no lo es pretender la independencia. Por lo primero algunos están siendo juzgados en estos momentos, por lo segundo no debería juzgarse a nadie nunca.

Los prejuicios impiden ver las cosas como realmente son, manejan a las voluntades torticeramente, no permiten la serenidad y clarividencia que se necesitan para abordar un problema tan grave como el del independentismo catalán. Y cuando alguien lo intenta por medio del diálogo, como lo ha intentado el gobierno socialista durante estos meses, los que prejuzgan lo fulminan, lo anatemizan, intentan destruirlo.

En este asunto como en cualquier otro, no hay nada tan peligroso como creerse en posesión de la verdad absoluta. O pregonarlo aunque no se crea en ello.

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