Se veía venir. Las utopías que prometen la reversión drástica e inmediata de las injusticias sociales no pueden progresar a corto plazo, porque por definición son ideales inalcanzables. Mantenerse en la intención de conseguir con urgencia unos cambios profundos que ponen en alerta la sensibilidad de muchos trae consigo el fracaso. Pero como además los votantes de estas ideologías proceden de la izquierda moderada, de los partidos que saben perfectamente que los cambios requieren tiempo y que, por si fuera poco, hay que gobernar para impulsarlos, su fracaso arrastra a los intereses de las fuerzas progresistas en general y deja el campo abierto a las alianzas reaccionarias del tipo Andalucía.
Se pueden sacar otras muchas conclusiones de estas elecciones, entre ellas que el PSOE las ha ganado con gran diferencia respecto a su rival tradicional, el PP. Pero también que el Partido Popular se mantiene en la primera posición de las tres derechas. Yo empiezo a percibir una vuelta al bipartidismo, no al estilo anterior a la aparición de los llamados partidos emergentes, porque no creo que ahora puedan conseguirse con facilidad mayorías absolutas; pero sí en el sentido de la existencia de dos partidos hegemónicos, el partido socialista y el PP. Lo que sucede es que mientras que en la izquierda hay una tendencia perniciosa a la centrifugación cainita, en la derecha se practica aquello de Dios los cría y ellos se juntan.
Ciudadanos, por su parte, tiene ahora un gran reto. Los resultados no han sido buenos para ellos, por mucho que su líder se ponga ronco al proclamarlo. Pero sí es cierto que se ha convertido en un partido bisagra o, al menos, con posibilidades de ejercer como tal. Ahora bien, de la misma manera que las puertas se pueden abrir en un solo sentido o en los dos dependiendo del mecanismo que las mantenga unidas a la jamba, ellos pueden mirar hacia uno u otro lado y elegir la opción que más convenga, o a uno sólo y convertirse en un anexo del PP, con la ayuda, además, de la ultraderecha.
Y Vox, que ya había entrado en el Congreso, lo ha hecho ahora en Comunidades y en Ayuntamientos. Es cierto que con poca fuerza; lo que sucede es que como las otras derechas lo necesitan, a partir de ahora contarán con unos amplificadores muy potentes de su radicalidad. Y eso sí que es un verdadero peligro para la democracia.
En cualquier caso, esto no ha hecho más que empezar.
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