3 de mayo de 2019

Qué tiempos aquellos del prêt-à-porter

Dicen que le preguntaron en cierta ocasión a un conocido actor británico que cómo llevaba lo de envejecer. El flemático y veterano galán, sin dudarlo un instante y con la sonrisa en la boca, contesto: hombre, teniendo en cuenta la alternativa, fantástico. Le doy por completo la razón,  porque el que no se conforma con cumplir años es porque no quiere.

Una de las ventajas de haber haber alcanzado cierta edad es la de no verse uno obligado a renovar el DNI. En la última ocasión, la joven funcionaria de turno me plantificó como fecha de caducidad el 99 del 99 del 9999 y ni se inmutó. Después, quizá para quitarle hierro a la violenta situación, se despidió de mí con un hasta la próxima, aclarándome que, dada la tendencia a prolongar la edad de jubilación, es posible que ella para entonces  todavía continuara en activo.

Pero todo no van a ser buenas noticias, porque no sucede lo mismo con el carné de conducir. La última vez que tuve que someterme al exámen psicotécnico pasé un rato de zozobra con el manejo de la dichosa maquinita detectora de la calidad de los reflejos, debido a que me costaba un gran esfuerzo mantener la bolita entre las dos diabólicas líneas que marcan las márgenes de la carretera dibujada en la pantalla. Como además con cada fallo sonaban estrepitosas bocinas de advertencia, algo así como si la policía estuviera persiguiéndome por infringir reiteradamente la ley, el estruendo contribuyó a alterar mi sentido del equilibrio. Salí airoso, es cierto, aunque supongo que por los pelos.

La edad causa estragos, decía un amigo mío muy realista él. Uno de ellos consiste en no encontrar con facilidad en las tiendas la talla adecuada de ropa. Los pantalones, cuando encajan en la cintura, le tapan a uno los zapatos. Escoger camisas es un auténtico problema,  porque para que no se ciñan demasiado hay que optar por un tamaño al que le sobra un palmo de mangas. Las chaquetas, si se pretende llevarlas abrochadas como mandan los cánones, hay que escogerlas con unas hombreras que casi llegan hasta los codos. Qué tiempos aquellos del prêt-à-porter, cuando compraba la ropa sin necesidad de probármela.

Luego está lo de las medicinas. Ahora, cuando me prescriben alguna nueva ya no pregunto hasta cuándo debo tomarla, porque sé que la contestación será taxativa, de por vida, pauta imprecisa, es cierto, pero también inequívoca. La de la tensión, la del colesterol, la de esto y la de aquello. Yo para evitar confusiones uso un pastillero con cuatro apartados, desayuno, comida, cena y contingencias varias. Es un buen sistema, porque miro el reloj y según la hora abro una u otra compuerta, saco las que haya en el lugar y me las tomo sin rechistar. Las de contingencias, teniendo en cuenta que por definición sólo las necesito en ocasiones, son las que me producen mayor quebradero de cabeza, porque tengo que pensar en la conveniencia o inconveniencia de la dosis, en la oportunidad o inoportunidad del remedio, y eso no deja de causarme un pequeño trastorno. Estoy hablando del paracetamol, que nadie piense en otra cosa.

Sí, es cierto que envejecer, teniendo en cuenta la alternativa, es fantástico. Pero para algunas cosas resulta un auténtico coñazo, se ponga el flemático actor británico como se ponga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.