11 de mayo de 2019

Los ni-ni y los sí-sí

Creo que  ahora se llama a los que ni estudian ni trabajan los ni-ni. Por contraposición, doy por hecho que se denominará sí-sí al que hace las dos cosas. Por tanto, a nadie puede extrañarle que yo, para ampliar el vocabulario de las necedades lingüísticas, me refiera a los que estudian y no trabajan como los sí-ni, y a los que no estudian pero sí trabajan como los ni-sí. Abierta la veda de las simplificaciones sintácticas, no voy a ser yo el único que no se sume al tropel de los lengüicidas, aunque sólo sea durante un rato, justo el tiempo que empleo en escribir esta divagación. En cuanto acabe regresaré al redil de la ortodoxia. Hasta ahí podíamos llegar.

Vivimos tiempos convulsos para nuestra lengua. Parece como si el ansia de simplificar la expresión dominara las conversaciones. Ya nadie se preocupa ni de ampliar el vocabulario ni de ajustarse a la correcta sintaxis. Se habla mal y deprisa, quizá porque con la celeridad se intente ocultar la pobreza expresiva. Pero no sólo en la calle, también en los medios de comunicación. Oír un informativo, sea de la cadena radiofónica o televisiva que sea, es asistir a un espectáculo de vulgaridad lingüística que zarandea el sentido del oído. Redactores y presentadores vapulean nuestra lengua a mansalva, sin que nadie les tire de la oreja.

Yo no defiendo la exquisitez lingüística, porque a veces los florituras pueden resultar pedantes. Simplemente echo de menos la corrección. Pero hay algunos que a base de simplificar las expresiones que utilizan las convierten en un vocerío ininteligible, cuando precisamente la variedad léxica y la originalidad sintáctica aportan a la comunicación inteligencia y, por qué no decirlo, belleza. Las imágenes, por mucho que pretendan transmitir el pensamiento, nunca lograrán la profundidad compresiva que consiguen las palabras. Quizá por eso, porque ahora se vive más de lo gráfico que de la palabra escrita o hablada, el lenguaje, en una burda imitación de la cinematografía, se esté limitando a expresar ideas muy generales, sin matizaciones.

Hay algunos que ante los reproches que reciben por algún error de sintaxis cometido reaccionan alegando aquello de “si me has entendido, qué más da”. No se dan cuenta de que si lo intentaran podrían ir un poco más allá de simplemente hacerse entender. Pero para eso hay que saber y además esforzarse, para eso hay que tener aptitud y por añadidura actitud, dos atributos intelectuales que lamentablemente no todo el mundo posee, ni siquiera aquellos que por su responsabilidad como comunicadores deberían predicar con el ejemplo. Cuando el otro día le oí decir a un conocido y admirado escritor decir “preveyó” en vez de previó, se me alteró la tensión arterial, ya de por sí bastante inestable. Y cuando un afamada locutora de radio a la que oigo con frecuencia dijo aquello de “perdona, no te escucho bien, volveré a llamarte”, los temblores musculares estuvieron a punto de deformarme el rostro. Pero ahí no acaban las cosas, porque hoy, sin ir más lejos, he oído a una simpática presentadora de televisión explicar que determinada maravilla arquitectónica se estaba "cayendo a cachos".

Las cadenas de televisión o las emisoras de radio, sobre todo las públicas, tienen en este asunto una responsabilidad que no deberían eludir. Pero lamentablemente hacen dejación de sus obligaciones educativas con harta frecuencia, inmersos como están en una lucha despiadada por conseguir audiencia. Y como la radio y la televisión son para muchos las principales vías de aprendizaje del idioma, en vez de fomentar la riqueza del lenguaje contribuyen a destruirlo.

Estamos todavía a tiempo de rectificar. Pero si no lo hacemos pronto terminaremos todos hablando de los ni-ni y de los sí-sí como auténticos loros repetidores de lo que oímos.

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