16 de mayo de 2019

Las bicicletas no son para el verano

Como me tengo por ecologista y además presumo de sumarme con facilidad a las corrientes innovadoras, he de tener mucho cuidado con lo que diga a continuación, no vaya a ser que caiga en contradicción con mis propias ideas. Pero no tengo más remedio que decirlo: a mí esto de las bicicletas circulando entre los automóviles en pleno centro de Madrid me parece una auténtica descabellada. Lo digo por los ciclistas, pero también y sobre todo por los que en su exaltada sabiduría han llegado a la conclusión de que de esta forma nos ponemos a la altura de los países más avanzados. Vayamos por partes.

Los que se atreven a circular en bici por las calles de nuestra ciudad suelen comportarse como si fueran los amos de la calzada. Raramente respetan las señales -quizá porque se consideren una especie de híbridos entre el peatón y el conductor- como si para ellos no rigieran las normas dictadas para los demás. Levantar el brazo para indicar que van a girar en uno u otro sentido no forma parte de su conducta, posiblemente porque consideren que los que vengan detrás están en la obligación de adivinarles el pensamiento. Los semáforos no existen para los ciclistas, puede que porque consideren que si no se ve a nadie en el cruce tienen tiempo suficiente para quitarse de en medio. Lo del casco protector brilla por su ausencia, porque ellos no compiten sino pasean. Y no sigo para no alargar esta reflexión, pero podría revisar el código de la circulación artículo por artículo y en casi todos me encontraría con alguna infracción habitual en los ciclistas urbanos.

Los que en su momento decidieron desde sus despachos del Ayuntamiento dar patente de corso a los ciclistas no debieron tener en cuenta que las características de nuestra ciudad nada tienen que ver con las de otras ciudades europeas, donde las bicis campan a sus anchas, hasta el extremo de que allí son los peatones lo que corren verdadero peligro si no se andan con cuidado. Esas ciudades disponen de carriles para ciclistas perfectamente señalizados y sólo de forma ocasional sus itinerarios coinciden con los del tráfico a motor. Pero en Madrid, salvo excepciones, apenas existen como tales, y para remediar la carencia los munícipes se han limitado a pintar iconos identificativos de los ciclistas en alguno de los carriles ya existentes en la calzada, muchas veces incrustado entre otros dos, uno de ellos el reservado al transporte público. Han convertido la vía de las bicicletas en un sandwich  muy peligroso para los ciclistas y, por consiguiente, para los conductores.

Supongo que la intención era buena. Por un lado pretendían contribuir a descontaminar Madrid, favoreciendo un tráfico alternativo no contaminante y, por otro, ambicionaban dar a nuestra ciudad un toque de modernidad europea al estilo de Ámsterdam, Copenhague o Viena. Pero mucho me temo que no estén consiguiendo ninguna de las dos cosas. Si el tráfico contaminante se hubiera reducido se debería a otras medidas más inteligentes, porque son muy pocos los que en nuestra ciudad han decidido dejar el coche y coger la bicicleta. Y en cuanto al toque de modernidad, el efecto desaparece en cuanto se observa a los ciclistas perdidos como pasmarotes en medio del tráfico amenazador, con los cinco sentidos activados para seguir con vida.

No, definitivamente, las bicicletas no están hechas para Madrid, ni en verano ni en invierno.

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