19 de mayo de 2019

Resaca electoral

Algunos bebedores no pueden ni oler el vimo durante las resacas producidas por el exceso de alcohol. Otros, por el contrario, toman cervezas matutinas como remedio que mitigue el malestar que sienten. Pues bien, en esto de las derrotas electorales también se dan las dos modalidades. Por un lado, la de los que conscientes de que los excesos cometidos durante la campaña no les han sentado demasiado bien procuran no reincidir en sus afirmaciones anteriores, y, por otro, la de los que insisten con más de lo mismo, por si no hubiera quedado claro lo que les llevó al fracaso.

Pablo Casado ha confesado que se equivocó de estrategia. Incluso relaciona el error con su deriva hacia la extrema derecha, aunque no lo diga con claridad, porque en esto de las confesiones políticas no conviene ser demasiado trasparente. En cualquier caso, son muchos los dirigentes de su partido que le recuerdan constantemente la mayúscula equivocación que cometió con tanta agresividad, con tan mal estilo. Algunos incluso afilan los cuchillos a la espera de desenvainarlos una vez concluidos lo comicios que se avecinan.

Por el contrario, Albert Rivera se cura la resaca con más de lo mismo. No sólo presume de no haber cometido errores, sino que además da por hecho que el exiguo crecimiento de Ciudadanos se debe a la campaña que eligió. Está exultante, hasta el punto de exigir a voz en grito el liderazgo de la oposición. Hace unos días, para explicar los fundamentos en los que basa tan insólita pretensión, dijo algo así como que mientras que el PP ha descendido, él no hace más que crecer. Él -en primera persona del singular-, no Ciudadanos, porque en los partidos caudillistas los méritos nunca son colectivos sino siempre individuales.

En cualquier caso estamos asistiendo a una resaca electoral muy curiosa, en la que los perjudicados por el resultado se atacan a degüello entre ellos. Las tres derechas, los tres líderes que las dirigen se dedican mutuamente unos reproches tan descarados que en ocasiones resultan grotescos. Su vocerío semeja las riñas en el patio de un colegio infantil, donde la frase más oída es aquella de “no te ajunto”. Se niegan entre ellos el pan y la sal, cuando hace unos días todo eran carantoñas, zalamerías y lisonjas, y ofrecían o reclamaban entre ellos futuras carteras ministeriales como si tal cosa.

No es posible que en un país que ha demostrado a lo largo de los últimos años una madurez digna de encomio proliferen unos dirigentes políticos tan cortos de vista. Resulta difícil aceptar que una fuerza que en España ha representado las legítimas tendencias conservadoras de una parte considerable de las clases medias esté ahora tan dividida. Supongo, porque no encuentro otra explicación, que las ambiciones fuera de control deben de ser, entre otras razones, las responsables de tanta inmadurez.

De todas formas, yo creo que cuando las aguas vuelvan a su cauce nos encontraremos con sorpresas. Me atrevo a vaticinar que el PP, en el momento que su propia dinámica interna corrija los desajustes producidos por la errática gestión electoral de su actual presidente, volverá a convertirse en la alternativa de gobierno que ha sido durante los últimos años. Además, creo que Ciudadanos, una vez que su electorado sea consciente de que su bamboleante ideología no dispone de espacio político propio, encajado como está entre una izquierda moderada y una derecha muy parecida a la suya, descenderá vertiginosamente en apoyos y se quedará en una fuerza testimonial. En cuanto a Vox, no tengo la menor duda de que la ultraderecha ha hecho acto de presencia para quedarse, porque sus votantes nunca se sintieron cómodos en las filas de la derecha democrática. Aunque confío en que jamás lleguen a ocupar una posición influyente en los destinos de nuestro país.

En cualquier caso, veamos qué sucede en los comicios que se avecinan. Quizá a partir de ese momento se empiece a clarificar un panorama que hoy parece algo confuso. Demos tiempo al tiempo.

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