Empiezo con esta divagación “anglotecnicista” para entrar en una materia que me llama la atención, lo poco que algunas personas tienen en cuenta el concepto price-performance a la hora de administrar sus gastos personales. Observo que son muchos los que valoran el precio sin tener en cuenta el rendimiento, como si el dinero fuera la medida universal de la calidad de vida o como si las prestaciones les trajeran al pairo. Para estas personas la mayor o menor bondad de la calidad de lo que compran o disfrutan no existe; o existe pero no la tienen en cuenta. Según su criterio, lo importante es gastar cuanto menos mejor. Si el precio es bajo, qué más da lo que te dan a cambio.
Otros consumidores, sin embargo, buscan la calidad primero y analizan después el precio. Si éste está justificado -y por supuesto si su capacidad adquisitiva lo permite-, adelante con la compra. Son formas distintas de ver las cosas, tan respetable la de los que sólo miran el precio como la de los que no pierden de vista en ningún momento el price-performance de lo que adquieren. Doy por hecho que en los dos casos se mueven dentro de sus limitaciones presupuestarias, tanto en el de los “absolutistas del dinero” como en de los “relativistas de la calidad”. Salirse del presupuesto disponible es otra historia que nada tiene que ver con mi reflexión de hoy y que merecería un análisis muy distinto.
Como yo soy en cierto modo de los segundos, me pregunto por qué algunos, cuando nos metemos en gastos, relativizamos el valor del dinero. En mi caso no siempre ha sido así. En otras etapas de mi vida, cuando todavía me quedaba mucho tiempo de vida por delante -al menos en teoría- un prudente instinto de guardar para el mañana me recomendaba contar las monedas más que doña Carmen las perlas y las vueltas de los collares que le regalaban. Ignoraba el price-performance, porque lo importante era ahorrar. Si lo ahorrado seguía aumentando, que más daba que el hotel no dispusiera de buenas vistas o las camisas fueran incluseras. Qué importacia tenía la marca del vino que bebía o si eran gulas del norte o angulas de Aguinaga.
Pero el tiempo, el inexorable cronos, modifica los comportamientos. Por lo menos eso es lo que a mí me ha sucedido con el price-performance, que de ser un aburrido índice que tenía que utilizar con frecuencia para valorar las ofertas económicas se ha convertido en una especie de guía que me indica, con no poca precisión, si estoy gastando bien mi dinero. Y es lógico que ahora sea así, porque para qué guardar si además lo que guardara no sería demasiado.
Que nadie vaya a pensar, sin embargo, que a los que así pensamos nos gusta derrochar, porque se equivocaría. Lo que buscamos es vivir con calidad de vida, sacarle al dinero el máximo rendimiento posible, no pasar tramojo, -como dice un buen amigo mío- y disfrutar de la vida sin demasiadas restricciones. Pero eso sí, dentro siempre de nuestras limitaciones presupuestarias.
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