A mí las declaraciones de algunos ministros en funciones advirtiendo de que Pedro Sánchez está dispuesto, si no obtuviera la investidura en las dos primeras votaciones, a convocar elecciones sin esperar a que transcurran los dos meses que le concede la ley electoral, no me han parecido amenazas sino el reconocimiento de una realidad indiscutible, la de que dada la actitud de sus potenciales aliados no cuenta con mayoría suficiente para gobernar. Si Podemos no está dispuesto a apoyarle sin renunciar a la exigencia de que acepte en el gobierno ministros de este partido, volvamos a las urnas y a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga. Insisto, tales avisos, desde ni punto de vista, no son amenazas sino la consecuencia de un hecho incontrovertible, que con estas premisas no es posible gobernar.
La investidura de un presidente de gobierno es condición sine qua non para gobernar, pero no garantiza en absoluto la gobernabilidad. Y lo que está sucediendo estos días con las pretensiones de Podemos, fundamentadas en la desconfianza hacia los socialistas, demuestra claramente que con un gobierno de coalición estaríamos abocados a la inestabilidad permanente. Si Pedro Sánchez cediera ante la presión de Pablo Iglesias, además de perder otros apoyos, y por tanto seguir sin la mayoría que necesita para gobernar, la investidura conduciría a un equilibrio inestable imposible de manejar con éxito. Esto es tan evidente, que no hay que ser demasiado sagaz ni gozar de grandes dotes intelectuales para reconocerlo. Es de Perogrullo.
La oportunidad de la izquierda se está perdiendo entre personalismos, tacticismo a corto plazo e intentos de seguir montado en el machito a costa de lo que haga falta. Tratar de imponer un gobierno de izquierda radical es en estos momentos un auténtico contrasentido, porque las urnas no sostienen tal pretensión. La izquierda que ha ganado las elecciones no es la que representa Pablo Iglesias, quien debería aceptar la oferta que Pedro Sánchez le ha hecho en público –y supongo que también en privado- de considerarlo un socio preferente y apoyar la investidura sin tantos aspavientos. Pero lo que no debe hacer es intentar manejar la política española durante los cuatro próximos años, porque los resultados han sido los que han sido, le guste o no le guste al secretario general de Unidas Podemos.
Pero ante la cerrazón no cabe otra actitud que la del realismo. Si Pedro Sánchez no puede gobernar en minoría con apoyos de uno u otro lado según el tema que se trate en cada momento, volvamos a las urnas, por mucha pereza que nos dé. La derecha ha establecido la estrategia del no es no, lo que a nadie puede sorprender. Pero que la izquierda radical dinamite un proyecto progresista, porque la intensidad del mismo no sea la que a ellos les hubiera gustado, es un auténtico esperpento, un sinsentido que nunca le perdonarán los progresistas de este país, ni siquiera los suyos.
Así no se puede, como escribí hace unos días en estas páginas, pero además es imposible, como parece ser que dijo el torero Rafael Guerra en una ocasión.
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