18 de julio de 2019

Todo es según el color del cristal con que se mira

Aunque hoy no tocaba, porque entre otras cosas tenía un borrador en su punto óptimo de cocción -al que quería dar suelta enseguida por aquello de que a veces si uno no está atento el tiempo le tritura los temas-, al oír las últimas noticias sobre la marcha de las negociaciones entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias he dejado a un lado mi intención inicial, he abierto el ordenador y me he puesto a escribir sobre la opinión que me merece un asunto que hubiera preferido soslayar, al menos de momento. Ya he explicado aquí en alguna ocasión que a mí el blog me sirve de oportuna válvula de escape para que no me explote la caldera de las reflexiones. O la de las irreflexiones, porque a veces no tengo claro si reflexiono o “irreflexiono”.

El secretario general del partido socialista lo puede decir más alto pero no más claro. No quiere que nadie le imponga ministros. Y una idea tan sencilla como esa no parece que se capte en la otra orilla de las negociaciones entre PSOE y Unidas Podemos; o se capta en toda su realidad pero no se acusa recibo.  La matraca continúa, por cierto con gran regocijo de las derechas, que se frotan las manos pensando en el más que posible fiasco de la investidura de Pedro Sánchez, un político al que han convertido en el mantra que mitiga todos sus desasosiegos.

Supongo que en un asunto como éste habrá más opiniones que colores tiene el arco iris, porque, como dijo Ramón de Campoamor, “y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.  Yo tengo la mía y la voy a dar, aunque no sea la primera vez que la exponga en estas páginas. Son mis argumentos, es el color de mi cristal y por tanto como yo lo veo.

Quien va a formar gobierno es el representante de una izquierda moderada, cuyo pensamiento coincide en muchos temas de caracter social con el de la izquierda radical que encarna Pablo Iglesias, pero que discrepa en muchos otros, fundamentalmente en aquellos que se denominan de Estado. Digo discrepa, pero debería ser más contundente: mantiene posiciones completamente divergentes e irreconciliables. Y el gobierno que surja de estas elecciones deberá enfrentarse a conflictos de esta índole, entre ellos el de Cataluña, sobre el que Pablo Iglesias continúa hablando de presos políticos y de referendos de autodeterminación. Si en asuntos tan trascendentales como son éstos no se está de acuerdo, difícilmente se puede coincidir en el Consejo de Ministros.

A veces tengo la sensación de que el líder de Podemos no ha querido oír desde el primer momento las ofertas de colaboración que le han hecho desde el PSOE, quizá porque los resultados de las pasadas elecciones lo dejaron tan tocado políticamente que necesite el bálsamo de la visibilidad, y para ello qué mejor que considerarse a sí mismo ministrable. Podría llegar a entenderlo desde un plano personal, pero nunca desde el político. Se está equivocando una vez más, lo que sucede es que en esta ocasión es posible que suponga para él un auténtico suicidio. Y de paso para su partido.

Pase lo que pase –y me temo lo peor- la pertinaz insistencia en formar parte del gobierno, los oídos sordos a las ofertas de colaboración y el estilo de rabieta que está utilizando le van a pasar factura. Lamento decirlo, pero tengo la sensación de que Pablo Iglesias se ha estancado en su obcecación y puede que termine sirviendo en bandeja el futuro inmediato de España al tripartito de derechas. Los suyos ya han apuntado maneras en La Rioja.

Ojalá me equivoque.

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