27 de julio de 2019

¿Ha oído, señoría? Es la ultraderecha

Algunos de los más preclaros dirigentes de Ciudadanos empiezan a abandonar el barco. Si uno observa la stuación con detenimiento, son aquellos cuyas altas en este partido llamaron la atención desde el primer momento, porque  sus discursos políticos desentonaban en la coreografía naranja. Supongo que, como les ha sucedido a tantos españoles bienintencionados, al principio creyeron en la autenticidad de las intenciones regeneradoras que lanzaba su fundador y confiaron en la idea de conformar un partido de centro que pudiera acoger a la derecha moderada de nuestro país, muy desorientada a causa de la deriva corrupta del Partido Popular. Y supongo también que, aunque llevaran algún tiempo recelando del cambio de rumbo del partido al que se habían sumado, les ha costado aceptar que aquel proyecto se desviaba día a día sigificativamente de las intenciones iniciales.

En el fondo de todas estas deserciones está la obstinación casi infantil de Albert Rivera en no permitir la investidura de Pedro Sánchez, ni siquiera mediante la abstención en la segunda vuelta. Por un lado Ciudadanos acusa al candidato de pactar con los separatistas y con los populistas y hasta con los terroristas, y por otra le obstaculiza el paso para que pueda gobernar libre de ataduras. Una actitud tan falta de sentido por parte de su presidente que, como le oí decir a Felipe González en una ocasión, habría que recomendarle que se retirara un rato al rincón de pensar. Estas terquedades de adolescente consentido y caprichoso no ayudan en nada a la credibilidad de quien las ejerce.

Pero no es sólo eso. Están también los pactos con la extrema derecha, cada vez más descarados. Desde la bochornosa foto de Colón, el señor Rivera ha intentado manipular la realidad con falsedades absolutas o ridículas medio verdades. Su afán por superar en votos al PP les está haciendo perder el norte político, hasta el punto de no ser conscientes de que hasta ahora sus votantes procedían de la moderación, electores que en buena proporción nunca verán con buenos ojos a los que se escandalizan por la sentencia de "la manada"o insultan con epítotos de cuatro letras a una ministra. A esos, en Europa, los partidos democráticos les niegan el pan y la sal. En Francia nadie hubiera aceptado que Macron se apoyara en Le Pen, ni en la república alemana que Angela Merkel gobernara con el apoyo de Alternativa para Alemania. Claro que tanto el presidente francés como la canciller alemana son acreditados demócratas.

Albert Rivera y ahora Inés Arrimadas, su inseparable sombra, se han quemado tanto en la condena del adversario político que les cuesta mucho recular. Se ven tan comprometidos con sus propias estrategias que no pueden salir de la vía muerta en la que se han metido. Yo supongo que los dirigentes del PP se estarán frotando las manos ante tanta adversidad sobrevenida a sus teóricos aliados, porque en realidad son sus rivales. De la misma manera que imagino que en Vox, partido al que cada día los pactos con la derecha les da más visibilidad, se contemplarán las cuitas de la formación naranja con cierto regocijo.

Ciudadanos, a mi entender, se ha equivocado de estrategia. Pudo haber echado el freno a su desvarío nada más conocerse los resultados de las elecciones generales y haber entendido que los españoles habían señalado un  ganador. Pero su fijación “sorpassiana” los ha puesto contra las cuerdas, la peor de las situaciones que se pueden dar en el boxeo.

Para el viaje que ha emprendido el señor Rivera no se necesitan esas alforjas, porque el país ya contaba con un partido de derecha conservadora que se llamaba PP ¿Qué necesidad había de sacarse otro de la manga?  Sólo, digámoslo con claridad, el afán de protagonismo mesiánico, dicho sea en sentido figurado.

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