10 de marzo de 2020

Piensa en otra cosa

Se suele utilizar la frase que hoy he escogido como título del artículo para aconsejar a los que están pasando por un mal momento que desvíen su atención hacia cosas distintas de las que les preocupan. Qué duda cabe de que si la mente está entretenida en temas distintos al de la preocupación, poco tiempo quedará para pensar en asuntos desagradables.

No quisiera ponerme ahora pesimista, ni mucho menos melancólico –no es mi estilo-, pero no creo que nadie pueda negarme que la vejez no es precisamente la mejor etapa de la existencia, no sólo porque los achaques y las debilidades merman la calidad de vida del viejo, sino además como consecuencia de que la falta de expectativas restan ilusión y optimismo. No es un lamento arbitrario el que hago, sino la constatación de una realidad palpable. Por eso, cuando las preocupaciones proceden de la edad que se tiene –de la edad avanzada quiero decir-, no basta con aconsejar que se piense en otra cosa, es preciso añadir aquello de que te quiten lo “bailao”. O, si unimos los dos consejos en uno, échale un vistazo a tu vida, recréate en lo bueno y procura soslayar los aspectos negativos. Lo más probable será que el balance resulte favorable, no ya porque en realidad hayas vivido más situaciones agradables que desagradables, sino gracias a que la mente tiene una enorme capacidad para olvidar estas últimas y retener aquellas como si se tratara de un tesoro.

Algunos pensarán que recrearse en el pasado, algo que ya no existe, es una majadería. Yo creo sin embargo que se trata de una buena terapia, de un buen recurso de la imaginación para mitigar los sinsabores que acompañan a la vejez. Recordar lo bueno, traer a la memoria todo aquello que se ha disfrutado durante la vida es enormemente positivo, no sólo porque no deja mucho tiempo para pensar en la realidad del momento, sino además porque, al repasar mentalmente las buenas experiencias, uno se recrea en el hecho de que quizá haya merecido la pena vivir la vida.

Otra cosa será que los recuerdos nos engañen, porque entre las debilidades que antes mencionaba está la pérdida de memoria. Pero aun en este caso, el ejercicio traerá consecuencias positivas. El autoengaño, a modo de sedante, mitigará los sinsabores, reducirá las tendencias depresivas y ayudará a seguir viviendo, aunque sea “de recuerdos”. Por eso, a los jóvenes habría que enseñarles a oír con paciencia las batallitas de sus abuelos, porque al fin y al cabo las cuentan para soportar con mejor talante su vejez. Se recrean en lo que hicieron y ya no pueden hacer y de alguna manera lo están volviendo a vivir.

Le oí decir el otro día alguien que, si tuviera que volver a vivir su vida, muchas cosas las haría de forma distinta a como las hizo en su momento. Yo le aconsejaría que no pensara así, porque de forma implícita está reconociendo que en algo se equivocó, cuando ya no tiene remedio.  Y si no tiene remedio, para qué pensar en ello. Olvídate, recuerda los aspectos agradables de tu vida y repite aquello de que te quiten lo “bailao”. Vivirás más feliz.

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