19 de marzo de 2020

"Whatsapea" que algo queda


No soy muy aficionado a utilizar redes sociales, lo digo de antemano, porque ni encuentro en ellas demasiada utilidad para mí ni me parece que sean un buen medio de comunicación. Incluso fui algo remiso al principio a entrar en la utilización del WhatsApp, quizá porque, contagiado por mi desafección a aquellas, no viera  que esta herramienta  pudiera aportarme nada distinto a lo que ya me ofrecían otras, como el correo electrónico o los SMS. Pero en cuanto empecé a utilizarlo comprendí sus ventajas y en estos momentos lo uso con frecuencia. Es más, guiado por la necesidad de mantenerme en comunicación con colectivos a los que pertenezco –familia, amigos y alguno más- también he entrado a formar parte de determinados grupos. Sobre esto último me propongo reflexionar a continuación.

Desde mi punto de vista, cuando se acepta entrar a formar parte de un grupo “whatsapero” se sobreentiende que lo que se pretende es recibir o enviar información de interés general para los que lo conforman. Por ejemplo, el lugar donde se va a celebrar una comida, la fecha prevista, la hora de la cita y cosas así, pormenores que ayuden a la coordinación. Por otro lado, no me parece mal que se utilice el grupo para enviar a todos sus componentes algún chascarrillo distendido o alguna curiosidad que no hiera la sensibilidad de ninguno de los incluidos en el colectivo, ya que todos están obligados a leerlo o por lo menos a echarle un vistazo por aquello de saber de qué va la vaina. Estos días de obligado retiro monacal circulan muchos de ellos, que  supongo que se lanzan con la buena intención de hacer más llevadero el duro enclaustramiento. Yo, lo confieso, he reenviado alguno. Lo digo de antemano, porque no quisiera que después las hemerotecas me dejaran en evidencia.


Hasta aquí, nada que objetar. Lo malo empieza cuando en el colectivo hay alguno que no puede contener sus instintos y lo utiliza para lanzar proclamas ideológicas, por no decir insidias malintencionadas, dando por hecho que los restantes componentes del “corralillo” aplaudirán su iniciativa. Además, estos mensajes, siempre rebotados y nunca de conocida propiedad intelectual, suelen ser burdas patrañas –ahora las llaman fake news- descarados embustes a los que se les ve la intención a la primera. Y, por si lo anterior no fuera suficiente para descalificar al que las envía, jamás defienden ideas propias, sino que por lo general denigran a personas o a colectivos.

Sucede además que a veces algún otro componente del grupo, estimulado por el acicate que acaba de recibir, aplaude la iniciativa con lo que anima a su autor a seguir en el empeño, por cierto, siempre con emoticonos que son menos comprometidos que las palabras. Mientras que el resto, o porque no está de acuerdo con el mensaje o porque no comparte que se utilice la lista para estos menesteres, guarda un silencio sepulcral que, ojalá, fuera entendido por aquellos. Pero no, ellos erre que erre y al que Dios se la dé San Pedro se la bendiga.

Digo yo que es una pena que esto suceda, porque, aunque a veces uno sienta la tentación de abandonar el grupo, se resiste a tomar la iniciativa, primero porque la buena intención con la que fue creado prevalece y segundo para no provocar estridencias en un colectivo al que une otras cosas. Yo, cuando recibo algún mensaje de esta índole, me tapo la nariz, lo abro con extremo cuidado y, si es de la especie que acabo de nombrar, lo cierro inmediatamente.

Por cierto, que nadie se dé por aludido por lo que acabo de escribir. Pertenezco a varios grupos y en la mayoría de ellos no se da este fenómeno de intromisión en la intimidad intelectual de los demás.

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