26 de abril de 2020

¡Cómo está el patio!

Ya he contado en alguna ocasión que cumplo a diario con el rito de los aplausos de las ocho de la tarde en homenaje a los sanitarios de nuestro país, reconocimiento que en mi fuero interno hago extensivo a todos los trabajadores que en estos aciagos días se exponen al contagio en beneficio de la sociedad entera. Lo hago desde una ventana que se asoma a un enorme patio de manzana, al que dan las viviendas de cuatro calles. Calculo que en total, a una media de cinco portales en cada lado del rectángulo, habrá unas treinta comunidades de vecinos. Si tenemos en cuenta que cada inmueble tiene seis alturas y que en cada piso hay dos viviendas que se asoman a ese gran espacio, resulta un total de trescientos sesenta residencias familiares. Si por último calculamos una media de dos personas por familia, resultará un total de setecientos veinte potenciales aplaudidores, que, hechas las deducciones corespondientes a los edificios de oficinas y a los pisos vacios, puede que se queden en trescientos. Una buena muestra estadística de la que extraer conclusiones del comportamiento humano.

El ambiente durante los cuatro o cinco minutos de aplausos es festivo, yo diría que alegre, como si los que allí estamos intentáramos hacer de tripas corazón y quisiéramos transmitirnos a nosotros mismos unos ánimos que posiblemente no tengamos. De vez en cuando algún viva, pero completamente desprovisto de intencionalidad política. Viva la sanidad y cosas  por el estilo. Después, despedidas agitando los brazos, algún hasta mañana y cada mochuelo a su olivo. Un ejemplo, ya lo he dicho en algún momento, de civismo. Supongo que lo que describo no será muy distinto de lo que suceda a esa misma hora en cualquier otro lugar de España.

Pero el otro día, una hora más tarde de la de los aplausos, cuando estaba viendo el telediario de las nueve y concretamente una comparecencia de Pedro Sánchez anunciando una nueva prórroga de las medidas de confinamiento, empecé a oír una especie de estruendo metálico y me asomé intrigado. En un mirador, justo enfrente de mí ventana y a unos ciento cincuenta metros de distancia, una señora agitaba un sonoro artefacto en un evidente intento de que otros vecinos se unieran al conato de cacerolada. Nadie, absolutamente nadie la siguió. Se subieron algunas persianas, se abrieron unas cuantas contraventanas, que volvieron a cerrase en cuanto los curiosos comprobaron la naturaleza del molesto ruido. Supongo, pero sólo es una elucubración sin más fundamento que la intuición, que aquella señora obedecía las consignas que le hubieran enviado a través de alguna red social. El tiempo me dará o no la razón, porque pienso estar muy atento.

Cuesta creer que en una situación como la que estamos viviendo, cuando una gran mayoría de ciudadanos -pertenecientes a todas las corrientes políticas del país- de lo que de verdad están preocupados es de salir cuanto antes de esta situación tan amarga por la que estamos pasando, una minoría, alentada por los extremistas que aprovechan cualquier ocasión para manifestar sus desacuerdos políticos, colabore en la sucia e insolidara tarea de acoso y derribo que ha emprendido la ultraderecha antisistema. No cesan en los actos de histeria que les provoca el odio ni siquiera en esta situación tan dramática. Sus rencores y sus frustraciones los convierte en auténticos enemigos de la convivencia civilizada, precisamente uno de los valores más preciados en estos momentos.

Sé perfectamente que denunciar este comportamiento es hablar por hablar, porque nadie los va a convencer de que hagan las cosas como se deben hacer en situaciones como éstas. No ignoro que los razonamientos que se les haga  no serán más que predicaciones en el desierto. No van a dar tregua, porque sus ansias de revancha no se lo permiten. Seguirán con sus campañas difamatorias, con la verborrea demagógica y con las caceroladas tercermundistas.

La única esperanza que queda es que algunos de los que hasta ahora han confiado en ellos se den cuenta de lo que de verdad representan y terminen dándoles la espalda para siempre.

2 comentarios:

  1. Alfredo Diez Esteban27 abril, 2020 10:18

    Es comprensible que algunos piensen que las cosas van mal y que quieran criticar a quienes dirigen el país, pero el termómetro del odio está alcanzando niveles muy altos y eso es malo y peligroso. Dicho lo anterior, lo de las cacerolas es además bastante antiestético.

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  2. Gracias Alfredo. Desgraciadamente en estos momentos hay demasiados propagadores del odio.

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