10 de abril de 2020

Historias del confinamiento

Me contaron una vez que cuando acabó la guerra civil y los familiares y conocidos se reencontraban después de no haberse visto durante meses o quizá años, se decían unos a otros no me cuentes tu guerra que te cuento yo la mía. Ignoro hasta qué punto la simpática advertencia se hizo popular, pero mucho me temo que dentro de poco se ponga de moda algo por el estilo, ahora sustituyendo la palabra guerra por la de cuarentena. Estoy seguro de que este cambio de vida al que nos hemos visto obligados, tan repentino y tan drástico, está depositando en cada uno de nosotros un cúmulo de experiencias, de esas que a uno le gusta compartir con los demás. Yo no me libro de la tentación.

Empezaré contando algo que me ha llamado la atención. Como ahora las entrevistas son siempre telemáticas y en directo desde los hogares de los entrevistados, es curioso observar cómo casi todos se colocan delante de algún mueble librería, como si este “atrezzo” constituyera su mejor carta de presentación. No importa que haya pocos libros ni que estos sean de cualquiera de esos autores escandinavos especialistas en literatura negra, lo importante es que se vean. Junto a los libros suele haber alguna fotografía familiar, y por supuesto no faltan  figuritas de porcelana, algunas de Lladró, ni "souvenirs" de viajes más o menos exóticos. Yo, lo confieso, me pierdo recorriendo con la vista las estanterías, intentando desentrañar la personalidad del protagonista.

Por otro lado, el envío indiscriminado de información o desinformación a través de WhatsApp está resultando estos días mucho más insoportable de lo que yo hubiera sospechado al principio, y mira que uno está acostumbrado a las adversidades. Pero lo más curioso es que nadie o casi nadie envía algo de su autoría, porque es mucho más cómodo reenviar lo que te llega de terceros que ponerte a pensar y sobre todo a escribir. Consejos, falsas noticias, presuntos entretenimientos de dudoso gusto y cosas por el estilo, que de todo hay. De la cantidad de versiones de Resistiré que he recibido prefiero no hablar.

Además, el confinamiento nos está obligando a todos a improvisar algún tipo de ejercicio físico que atenúe en parte la falta de movimiento. En esto, como en casi todo, hay clases. Los que disponen de "chalet" o casa de campo con jardín cuentan con un espacio físico que les permite resolver este problema sin hacer demasiado el ridículo. Pero los que como yo estamos recluidos en el reducido espacio de un piso de tamaño medio nos vemos obligados en nuestras andanzas domiciliares a repetir el mismo itinerario una y otra vez, hasta terminar exhaustos, no de cansancio físico sino de aburrimiento. Yo, para mitigar el hartazgo, les pongo un nombre a cada “paisaje”, como el de Cañada de Benatanduz al pasillo, Órganos de Montoro a mi estudio, nacimiento del río Pitarque a la cocina, las Hoces del Guadalope al cuarto de baño y alguno más que me recuerde mi añorado Maestrazgo. Pero como esto continúe voy a tener que emprender una nueva ruta.

Sin embargo, lo de tomar el sol, por aquello de la vitamina D que recomiendan los médicos, lo he resuelto bien, aunque, todo hay que decirlo, con algo de incomodidad. Sentado frente a la ventana de mi dormitorio, en una incómoda posición forzada que permita que los rayos solares lleguen hasta mí, paso unos quince minutos todos los días -si no está nublado- pensando en las musarañas, porque en esa forzada postura no hay manera de pensar en otra cosa. Estoy seguro de que no sirve absolutamente de nada, pero me quedo más tranquilo cumpliendo con el protocolo.

Menos mal que a las ocho de la tarde, hasta hace poco de noche y ahora todavía de día, hago algo de vida social aprovechando los merecidos aplausos al personal sanitario. Desde el primer día no he dejado ni uno solo de asomarme a la ventana y aplaudir al espacio abierto durante unos minutos, como supongo que hará la mayoría de los ciudadanos de pro. Es una experiencia que, además de servir de exponente del sentido de la solidaridad social, permite hacer amistades, a distancia por supuesto -en mi caso a mucha-, con gente que no conocías y que ahora te saludan con la mano. Incluso nos despedimos a gritos con un sonoro hasta mañana.

Lo dejo aquí, porque si sigo escribiendo no me quedará por contar ninguna historia de mi cuarentena cuando ésta haya acabado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.