Sí, hoy me he levantado pesimista. O mejor dicho, hoy me he puesto a pensar en los efectos de la pandemia del coronavirus a medio y a largo plazo. El aumento de las cifras de contagio y mortalidad en el mundo entero son tan impresionantes que asusta pensar en ellas. La ciencia médica sigue sin dar ni con la vacuna ni con los fármacos adecuados. Las naciones continúan jugando a sálvese quien pueda y no se observa ni una pizca de solidaridad internacional. Los políticos no dejan de aprovechar la coyuntura para hacer política partidista. La economía se ralentiza. El paro aumenta. Y ni siquiera se sabe cómo afrontar la reducción de las restricciones, eso que algunos llaman “desescalada”, desafiando a la Academia que no reconoce el verbo “desescalar”, porque viene a ser algo así como decir “desubir” cuando existe el verbo bajar. ¿No sería mejor hablar de descenso o de recuperación o de tantos otros nombres aplicables al caso?
Lo mire como lo mire, no encuentro dónde agarrarme para no caer en el abatimiento. He intentado ver las cosas desde un punto de vista personal, analizando con cierto detalle cómo esta situación pueda afectarme a mí. Es una manera egoísta de ver las cosas, lo reconozco, pero he pensado que si llegara a la conclusión de que puedo salir intacto de la catástrofe quizá me quedara algún resquicio de esperanza. Sin embargo resulta que, como soy uno de esos individuos “de riesgo”, las tímidas medidas que puedan ir adoptándose para volver a la normalidad no me afectarán hasta vaya usted a saber cuándo. Es decir que ni salir a la calle ni pasear por mi ciudad ni veranear ni viajar ni nada de nada. Los que de esto entienden me dirán, quédese usted en casa que a su edad es donde mejor puede estar.
De manera que, como ni siquiera me queda el salvavidas personal, he vuelto a pensar en la humanidad, a la que esta catástrofe ha pillado completamente desprevenida. Decía yo el otro día que habrá un después, pero lo que decía estaba dictado por ese optimismo sin límites con el que he nacido y crecido. Hoy, cuando me he puesto la gorra de la criticidad, cuando he analizado la situación sin tapujos y sin hacerme trampas en el solitario, he llegado a la conclusión de que mucho tienen que cambiar las cosas en el mundo para que la sociedad sea capaz de remontar esta situación. No está preparada. No lo digo en el sentido técnico sino en el de las mentalidades. La Organización Mundial de la Salud, teóricamente la máxima autoridad en el mundo en materia de sanidad, intenta marcar unas pautas de conducta, pero son muchos los que están, no sólo desoyendo sus recomendaciones, sino además defendiendo políticas suicidas. Hay que ver los disparates que han dicho Bolsonaro, López Obrador, Trump, Johnson, etc. etc. Así no hay quien saque esto adelante.
Tengo la sensación de que cuando la pandemia acabe resurgirá con fuerza la antigua polémica entre lo público y lo privado, entre la fortaleza del Estado y el liberalismo económico, entre un sistema que disponga de recursos para hacer frente a situaciones adversas, sin dejar a nadie abandonado a su suerte, y otro en el que la iniciativa privada resuelva todo. No, no es buscarle tres pies al gato, es constatar que, ante situaciones de esta gravedad, los Estados fuertes salen adelante con más facilidad que los Estados débiles. Compárese China con Europa y Europa con Estados Unidos y sáquense conclusiones.
En cualquier caso, esta pandemia no se va a quedar en unas simples estadísticas de mortalidad. Va a traer consecuencias en muchos frentes, desde el fiscal -porque está poniendo en evidencia que sin dinero los servicios públicos no funcionan como deberían funcionar-, pasando por el de las relaciones internacionales –ya que el centro de gravedad de los equilibrios geoestratégicos quizá se mueva de donde ahora está- y terminando por el de la política nacional -como consecuencia de que las correlaciones entre fuerzas políticas dentro de cada país cambien de forma significativa-. Si combinamos todo esto y lo agitamos en una coctelera, vaya usted a saber que panorama nos dejara el coronavirus.
Ya lo había advertido. Hoy me he levantado pesimista. Quizá mañana vea las cosas de manera distinta.
Pensando en lo general, hemos vivido en Occidente algo más de cuarenta años sin problemas cercanos y esto es bastante anormal. No estamos entrenados para aguantar. Esta crisis nos preparará para las que vendrán; probablemente por sucesos derivados del cambio climático. Pero hay que pensar que la humanidad sabrá salir adelante; eso sí, al parecer, los partos son dolorosos.
ResponderEliminarA nivel particular, para los que disfrutamos de una educación que nos permite saborear los buenos libros, la buena música, la buena conversación, que tenemos familia y amigos y que vivimos en un piso amplio y con luz, reconozcamos que las limitaciones del Coronavirus deberían ser llevaderas.
No vamos a resolver nada de forma individual, pero podemos sentirnos algo mejor soportando y defendiendo lo que lleve a que nuestra posición privilegiada pueda ser compartida por todos.
Alfredo, siempre los privilegiados sortean las crisis mejor. Pero muchos en nuestro país no lo son. Y no te digo nada en el resto del planeta. Por eso pienso que los efectos de esta pandemia van a mover muchas cosas de sus cimientos, algo que no sólo no me inquieta sino que me da la esperanza de que el mundo salga de la pandemia "socialmente" reforzado. Aunque quizá yo sea un ingenuo.
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