Cuando todos los días me asomo a las ocho de la tarde a una de las ventanas de mi casa para aplaudir al vacio, pienso que detrás de aquel acto simbólico de agradecimiento a los sanitarios de nuestro país hay algo más que un simple homenaje a un determinado colectivo. Tengo la sensación de que los que allí estamos aplaudiendo al unísono nos trasmitimos unos a otros un mensaje de solidaridad. Los médicos, los enfermeros, los celadores y los responsables de la limpieza en los hospitales no nos oyen –aunque sepan que lo estamos haciendo-, pero los ciudadanos nos alentamos unos a otros con un gesto que transmite por un lado el apoyo que se necesita en un momento tan difícil y por otro la alegría que supone estar venciendo al virus. Se trata de uno más de esos símbolos que las sociedades siempre han necesitado para seguir unidas.
Pero desgraciadamente estos días no todo lo que se ve son manifestaciones de solidaridad y de ánimo, porque hay una minoría que se salta las medidas de confinamiento como si las cosas no fueran con ellos, como si vivieran en un mundo paralelo en el que la pandemia no existiera. Estos individuos no sólo ponen en peligro a los demás, sino que con su actitud insolidaria le dan la espalda a la sociedad. El anterior presidente del gobierno no debería haber salido de su casa para hacer jogging, como se le ha visto y fotografiado in fraganti en los últimos días. Es posible que en la soledad de su urbanización ni se contagie ni contagie a nadie, pero su posición le obliga a dar ejemplo.
Estos días están apareciendo por todas partes gestos de solidaridad, cuyos protagonistas, muchos de ellos anónimos, intentan ayudar a la sociedad en la medida de sus limitadas posibilidades. Bienvenidas sean sus aportaciones, por pequeñas que éstas sean. Pero no es la forma de hacer frente a una crisis de las proporciones de la que estamos sufriendo. El estado está obligado a proveerse de los recursos necesarios para defender a la sociedad en situaciones que, aunque inesperadas, son posibles. Los que ahora están al frente de los recursos disponibles se han encontrado con una sanidad mermada por las políticas de austeridad de los últimos gobiernos, de manera que se se ven obligados a improvisar, y todos sabemos que las improvisaciones adolecen de defectos. La oposición, que ahora cacarea los errores de este gobierno, debería estar proponiendo reformas estructurales para que esto no volviera a suceder. Sin embargo parece que le resulta más fácil, o quizá más productivo desde un punto de vista electoral, señalar con el dedo los defectos de gestión.
Lo que me preocupa ahora no es que la oposición grite, porque eso es algo a lo que estamos muy acostumbrados. Lo que de verdad me intranquiliza es que guarde silencio sobre las medidas que habrá que adoptar cuando esto acabe. Ese mutismo da a entender que volverían a repetir las mismas políticas que estuvieron aplicando cuando gobernaban, las que han conducido a debilitar los pilares del Estado del bienestar. No se les oye ni una sola palabra que ponga en evidencia que están dispuestos a rectificar, ni una frase que dé a entender su disposición a cambiar las políticas neoliberales que practicaron cuando el destino de la nación estaba en sus manos. Ni una ni media. Sólo críticas sobre la falta de mascarillas, sobre las políticas de adquisición de los materiales necesarios para combatir al virus y sobre las imprecisiones estadísticas. Da la sensación de que los conservadores no están dispuestos a bajar la guardia en la defensa del capitalismo salvaje.
Decía el otro día que después de lo que estamos pasando van a cambiar muchas cosas en el mundo. Confío en que una de ellas sea la percepción de las sociedades sobre la necesidad de contar con un Estado fuerte que disponga de las estructuras necesarias para no dejar a nadie al descubierto frente a catástrofes como la que estamos sufriendo. Pero para eso, en contra de lo que defienden los conservadores, es necesario pagar impuestos.
Alguno dirá que no sólo Rajoy, sino también Pablo Iglesias, han incumplido el confinamiento, pero no es lo mismo asistir a un acto que forma parte de las actuaciones del Gobierno que salir a hacer ejercicio. Todos debemos dar ejemplo y un expresidente de gobierno especialmente.
ResponderEliminarTratando de ser objetivo, creo que al Gobierno le corresponde proponer y al Oposición criticar. Así lo hacen todos, dentro y fuera de España, cuando se está en el poder y cuando se está en la oposición. Hay que centrarse en valorar la calidad y el estilo de las críticas y señalar con el dedo las malas.
El Estado del Bienestar me parece un fin irrenunciable. Esto lo comparte hasta una parte - pequeña - de la gente conservadora. Pero conseguirlo no es gratis y supone pagar más impuestos, en particular las clases medias. Ahora bien algunos pensamos que vale la pena pagar un poco más y tener la tranquilidad de espíritu que da saber que todos acceden a una buena educación, medicina o transportes públicos, por ejemplo. Otros no piensan así y al fin y al cabo todos tenemos que convivir. ¿Qué hacer? Pues hablar e ir introduciendo el Estado del Bienestar de forma paulatina y amable.
Gracias Alfredo por tu comentario. Estoy de acuerdo en que las cosas de palacio van despacio. Pero yo me refiero a los pasos atrás que se han dado en los últimos años y que se han puesto de manifiesto al estallar la crisis. Si además de ir lentos retrocedemos de vez en cuando, nunca tendremos las prestaciones sociales que se necesitan.
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