Lo que está sucediendo estos días en el mundo entero ha cogido a las sociedades completamente en la inopia, tan desprevenidas que las reacciones se han hecho notar por su lentitud. Nadie, absolutamente nadie podía imaginar que algo tan dramático fuera a ocurrir. Hay algunos que comparan la situación con la de una guerra, pero en éstas no suele haber sorpresa, porque los contendientes se lo huelen antes del estallido, con lo cual en mayor o menor medida les da tiempo para preparar sus defensas. Sin embargo, en este caso el ataque ha sido por sorpresa y ha habido que reaccionar sobre la marcha. Mejor o peor, pero cuando el virus ya estaba entre nosotros, lo cual obliga a la improvisación.
A toro pasado no es difícil encontrar fallos en las medidas que se han ido tomando. Pero no podemos olvidar que el mundo entero, incluida la Organización Mundial de la Salud, consideraba que la epidemia que se había iniciado en China era un caso local, debido a circunstancias muy particulares. Cuando más tarde se empezó a ver la situación del norte de Italia, mucho más cercana a nosotros, ni la OMS ni los epidemiólogos de los países europeos sospecharon que el contagio a los vecinos fuera a producirse con tanta rapidez y virulencia. Incluso después, en España, tras detectarse el primer caso en un turista alemán en La Gomera, todo parecía indicar que la situación estaba bajo control.
La oposición, que desgraciadamente confunde con demasiada frecuencia su obligación de servir de legítimo contrapeso a la labor del gobierno con maniobras desleales de acoso y derribo, se está comportando con una tibieza que no corresponde a la gravedad del momento. No me refiero al señor Abascal y a sus amigos, que amenazan nada más y nada menos con denuncias judiciales y otras lindezas por el estilo. Lo mejor que puedo hacer con ellos es dedicarles el silencio. Me refiero a Pablo Casado, que entre expresiones de lealtad introduce unas puyas que dejan mucho que desear. La última que le he oído ha sido algo así como que no se cuente con ellos para arruinar España. Menos mal, señor líder de la oposición, me deja usted tranquilo. Pero no dice cómo habría que gestionar esta crisis. Se limita a expresar su desacuerdo con las medidas que se van adoptando, aunque como no le queda más remedio luego las apoye.
Escribo estas líneas bajo la sensación de que las cifras de contagio se van reduciendo. Y lo digo con la misma prudencia que las autoridades sanitarias lo van anunciando. Como nos han explicado, es el primer paso para vencer al enemigo común, porque, si el número de afectados disminuye día a día, el sistema sanitario podrá sentirse más desahogado, las UCI no se colapsarán y en consecuencia la mortalidad irá descendiendo. Y si, como está sucediendo, el número de altas sigue aumentando y el de contagiados disminuyendo, quizá podamos empezar a vislumbrar el final de esta impresionante catástrofe nacional, la más importante que hemos sufrido las generaciones actuales.
Para ablandar mi endurecido oído, hace tiempo que sintonizo a diario durante un rato canales de televisión británicos o americanos. En los últimos días, Donald Trump, al frente de lo que ellos llaman el “coronavirus task force”, le cuenta al pueblo estadounidense desde la sala de prensa de la Casa Blanca las últimas noticias sobre el desarrollo de la epidemia en su país, explicaciones que sigo a través de la CNN con doble interés, el idiomático y el de conocer qué se está haciendo en el gigante americano para combatir la pandemia. Es curioso observar como, tras los primeros titubeos motivados por el absoluto desconocimiento que allí como aquí se tenía de la trasmisión y de la letalidad del virus, ahora están siguiendo los mismos pasos que siguió primero China, después Italia y más tarde España. ¿Le suena a alguien la expresión nos esperan días muy duros? Se la he oído al presidente de los EEUU en varias ocasiones.
No. No está siendo fácil mover esta enorme maquinaria para combatir el virus, pero a trancas y barrancas entre todos, algunos encerrados en nuestras casas, lo estamos consiguiendo. Aquí sólo sobran los palos en las ruedas.
La oposición endurece su actitud. Probablemente porque se lo pide su electorado, lo que es bastante esperable dado el ambiente crispado en el que estamos. Pero TODOS Tenemos que entender que, aunque con creencias diferentes, TODOS tenemos que escuchar, hablar, convivir y respetar y más aún en los momentos difíciles que vivimos ... y los que vienen.
ResponderEliminarGracias Alfredo. La oposición tiene la obligación de hacer oposición, claro que sí. Nunca lo negaré porque por encima de todo soy demócrata. Lo que no debería hacer es contribuir a crispar el ambiente en unos momentos tan difíciles sin dar soluciones alternativas. Eso ni es lealtad ni es patriotismo.
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