En más de una ocasión me he referido en este blog a mi punto de vista sobre la pandemia que azota al mundo. Mejor dicho, no sobre la pandemia sino sobre sus consecuencias inmediatas. Cuando estábamos en pleno confinamiento solía referirme de vez en vez a lo que vendría después, pero lo hacía bajo la impresión de que se trataría de un futuro exento de riesgos. En aquellos primeros días todos creíamos que los científicos serían capaces de resolver la situación en muy poco tiempo, mediante vacunas preventivas y fármacos curativos. A nadie se le ocurría pensar que llegaría un momento en el que tendríamos que convivir con el peligroso coronavirus, sin más protección que la que cada uno se procurara. Pero ese día ha llegado ya y lo ha hecho con el rimbombante nombre de Nueva Normalidad.
Parece, sin embargo, que una parte de la población no ha entendido la realidad de la situación y, en consecuencia, se comporta como si el riesgo de contagio no fuera con ellos. Se trata de personas que consideran que el peligro de propagación ha desaparecido o que les importa muy poco convertirse en agentes propagadores. Son individuos antisociales o asociales que no están dispuestos a renunciar a lo que les apetezca en cada momento, saltándose las medidas cautelares que recomiendan e incluso ordenan las autoridades.
En el subconsciente de esta clase de personas deben de circular ideas muy confusas sobre la gravedad de la situación, en unos, porque su capacidad de discernimiento no da para más, y en otros debido a que su falta de solidaridad social no les permite dedicarle un minuto a meditar sobre lo que significa seguir viviendo como si aquí no pasara nada. Por eso de la simplificación, y sin ánimo de insultar a nadie, a los primeros los llamaré mentecatos y a los segundos irresponsables. Puede que existan otras variedades, porque la especie humana es muy rica en modalidades que se apartan de la normalidad, pero de momento me quedo sólo con las categorías de los tontos y de los insolidarios.
No hace falta poner ejemplos, porque todos los días aparecen casos en los medios de comunicación que ilustran lo que está sucediendo tras la desaparición del confinamiento obligado, noticias que hacen temer lo que se nos avecina en los próximos meses. Botellones, bodas multitudinarias, reuniones sociales sin precauciones, hogueras en las playas, etc., ocupan las noticias de estos días, siempre bajo la denominación de actuaciones irresponsables. Pero nadie dice, y creo que hay que decirlo, que los protagonistas de estos comportamientos son personas faltas de entendederas o insolidarias de manual.
Como esto es así, y no creo que vaya a cambiar por muchas campañas de civismo que se organicen, he llegado a la conclusión de que estamos obligados cada uno de nosotros a cuidar de nuestra propia integridad física. Eso exige sacrificios personales, porque hay que renunciar a muchas de las cosas que formaban parte de nuestra cotidianidad y porque nos aboca a tener que vivir de manera distinta a como nos gustaría seguir viviendo. Pero como los descerebrados y los insolidarios campan a sus anchas, la única manera de librarse de los efectos de sus desatinos y de sus irresponsabilidades es apartarse de ellos lo más posible.
Apunto estaba de darle al ENTER para publicar estas reflexiones cuando ha sonado el timbre de mi casa. Me he puesto la mascarilla, he abierto la puerta y me he encontrado con una joven empleada de la compañía del agua que venía a medir el contador. "Veo que lleva usted mascarilla", me dice. "Por supuesto", le contesto. "Uy, si yo le contara", me sonríe. "La mayoría no la lleva y, cuando les pido que se la pongan, algunos me contestan que están en su casa y allí no les ve nadie".
En cualquier caso, y esta es la buena noticia, ya llegarán tiempos mejores. Pero ojo, porque si queremos verlos tenemos la ineludible obligación de alejarnos de los idiotas y de los irresponsables. Lo que está sucediendo con los rebrotes no es ninguna broma y esto no ha hecho más que empezar.
La responsabilidad de de los ciudadanos es la clave para minimizar el impacto de la Pandemia. Todo esfuerzo para concienciarnos es imprescindible. Si casi todos cumplimos rígidamente con las medidas de distancia y mascarilla, podremos evitar nuevas medidas restrictivas que influirán negativamente en la recuperación de la economía. La importancia de esta recuperación no deriva tanto de la pérdida de beneficios de los empresarios, como dicen algunos, como de la situación de paro y pobreza que sufrirán muchos. A los políticos les pediría que invirtiesen medios en impulsar con inteligencia y perseverancia el civismo de todos. O sea, que estoy de acuerdo con el artículo.
ResponderEliminarGracias Alfredo. Lamentablemente los brotes continúan. Y las cifras de fallecidos siguen siendo preocupantes. De manera que, por muchas campañas de concienciación que se pongan en marcha, somos cada uno de nosostros los que tenemos la obligación de "protegernos".
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