Con esto de la desescalada es muy curioso observar las prioridades que establecen los ciudadanos a la hora de recuperar la normalidad perdida. Hay una aspiración muy generalizada, la de libertad de movimiento por el territorio nacional. Es lógico, porque el verano está encima, y a quien más y a quien menos le apetece pasar unos días fuera de casa, en la playa o en el interior. Pero, después de este anhelo preferente, las siguientes aspiraciones están muy repartidas.
Me llama la atención que la reanudación de los campeonatos de futbol y la apertura de las terrazas al aire libre sean dos de las preocupaciones que ocupan más titulares en los medios de comunicación, tantos que, si uno se dedicara a leer todas las opiniones de los expertos y de los profanos en la materia, no le quedaría tiempo para ocuparse de las protestas antirracistas en Estados Unidos ni para analizar cómo evoluciona la pandemia en el mundo. La primera, la de la liga, con sus variantes de espectadores sí o espectadores no, además de con la bizantina discusión de si en todos los campos al mismo tiempo o si en unos antes que en otros, por aquello de que el coronavirus no ha atacado a todas las hinchadas con la misma intensidad. La segunda en torno a la distancia que debe haber entre mesas, que por fin ha quedado fijada en la salomónica cifra de metro y medio, ni uno, que parecía corta, ni dos por excesiva.
Vendrían a continuación otras preocupaciones, pero ya a cierta distancia de las anteriores en intensidad. Por mencionar alguna, el uso de las playas, los metros cuadrados que le corresponde a cada bañista, si se podrán usar las duchas o no, quién y cómo se controlará el acceso a las zonas secas y a las húmedas, y todo lo que conlleva utilizar esos espacios tan deseados, que si en época normal ya suponía un cúmulo de incomodidades, ahora con la nueva normalidad sospecho que se convertirá en un auténtico calvario.
Sin embargo, no observo que nadie esté demasiado preocupado con el parón educativo que está sufriendo nuestro país. No creo que exagere si digo que el periodo lectivo 2019-2020 se va a convertir en un curso perdido a todos los niveles, desde los parvularios hasta la universidad. Puede ser que al final gracias a los “exámenes patrióticos” –así se denominaba a los que se celebraron al acabar la guerra civil- sean muchos los que no repitan curso, que al fin y al cabo es lo que más suele preocupar a la gente. Pero del vacío educacional, de la enorme bolsa de conocimientos perdida nadie habla, por aquello de que mal de muchos consuelo de tontos.
La ministra Celaá ha propuesto una serie de recomendaciones para reabrir los colegios en septiembre. Aunque la mayoría de las Comunidades Autónomas las aceptan, otras, como la de Madrid, ponen pegas. El consejero de Educación del gobierno de la señora Díaz Ayuso dice que las exigencias ministeriales no se pueden cumplir, porque supondría un desembolso económico muy alto, más profesores, acondicionamiento de los colegios, etc. El dinero adicional que le entrega el gobierno para estos menesteres le resulta insuficiente y, de acuerdo con su ideología neoliberal, no quieren recurrir al aumento de los impuestos. No importa que lo que está en juego sea la educación de los niños madrileños ni que lo que se pretenda sea que el regreso a la aulas se haga en condiciones de seguridad. La crisis anterior, la del sector financiero, la resolvieron con recortes y no parece que estén en disposición de hacer las cosas de manera diferente. Pero afortunadamente ahora hay un gobierno central progresista y no creo que les vaya a dar facilidades para resolver esta situacións como resolvieron aquella. Iremos viendo.
Decía yo al principio de la pandemia que habría un antes y un después. Cuando lo razonaba pensaba en que un revulsivo como éste nos dejaría huellas provechosas, porque la humanidad suele sacar enseñanzas de los periodos de convulsión. Pero ahora, visto el orden de las preocupaciones de muchos para volver a la normalidad, me temo que, no sólo no vaya a ser así, sino que resulte todo lo contrario.
La realidad es que los enormes efectos de las carencias en educación no se notarán hasta dentro de varios años y eso explica bien algunos comportamientos insolidarios.
ResponderEliminarAdemás, la educación no es precisamente uno de los temas que más preocupen ni a los políticos ni a los ciudadanos.
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